09 abril, 2013

Homenaje a Margaret Thatcher

Leo Zuckermann
Poniendo a esta mujer en su contexto histórico, fue un personaje admirable que, como dije antes, sacudió muchas consciencias, incluyendo la mía. 
Homenaje a Margaret Thatcher
Margaret Thatcher sacudió muchas consciencias. Incluyo mi nombre en esa lista. Ella era la primera ministra del Reino Unido cuando yo estudiaba la licenciatura en administración pública en El Colegio de México. Mientras que en las aulas nuestros maestros nos enseñaban las virtudes del gobierno, en el noticiero escuchaba a esta señora decir que la solución no era el gobierno porque el gobierno era el problema. Esta herejía, para alguien que en ese entonces estudiaba administración pública, me picó. ¿Cómo que necesitamos menos Estado y más mercado? ¿Cómo se atreve una primera ministra a empequeñecer el aparato gubernamental? ¿Qué no entiende el valor del Estado de bienestar?


Picado por la curiosidad, me puse a averiguar. Fue así como empecé a leer a grandes pensadores liberales del siglo XX, como Friedrich Von Hayek, Milton Friedman y James M. Buchanan. Herejes, todos, para un novicio que estudiaba la religión gubernamental.
En 1989 viajé al Reino Unido a hacer una maestría. Thatcher todavía era primera ministra. Todos tenían una opinión sobre ella. Polarizaba: o la odiaban o la adoraban. No había términos medios ni matices. En la Universidad de Oxford, en ese entonces cargada hacia la izquierda, en general la aborrecían. Muchos amigos la consideraban como la encarnación misma del diablo. Podían pasarse horas enteras vituperándola. “Pues algo tendrá esta señora que concita opiniones tan fuertes”, pensé, y me propuse entender mejor a la Thatcher.
Lo primero que puedo decir es que era una mujer con fuertes convicciones y gran capacidad de persuasión. Cada miércoles en el Parlamento británico se lleva a cabo la sesión en que los miembros le preguntan al primer ministro sobre distintos temas. Ese año, por primera vez en la historia, comenzaron a televisarlos. Me volví adicto a verlos. La oposición le lanzaba preguntas durísimas a Thatcher, quien siempre respondía con mucha inteligencia, habilidad y hasta humor.
No me acuerdo cómo, pero en una ocasión conseguí un boleto para asistir un miércoles a la sesión de preguntas a la primera ministra. En unas gradas incomodísimas, desde las alturas de la Casa de los Comunes, observé al líder de la oposición laborista, Neil Kinnock, lanzarle una pregunta dificilísima, brillantemente expuesta, a Thatcher. Sin ningún papel en la mano, la Dama de Hierro se paró a contestarle. En dos frases hizo pinole el argumento de su opositor. Kinnock contraatacó, pero Thatcher lo apabulló. Era mejor que él en el debate.
Esa noche salí de Westminster admirando más a una mujer que, con gran tesón y trabajo, se había convertido en la líder de su país y más allá de sus fronteras. Me parecía encomiable que una mujer, la hija de un abarrotero, hubiese movido las consciencias del Partido Conservador, dominado, en ese entonces, por un grupo de hombres que suspiraban por las glorias del Imperio Británico. Que luego haya ganado las elecciones, en tres ocasiones, con una plataforma de defensa a las libertades políticas y económicas. Que haya tenido los tamaños de haberse enfrentado a los poderes fácticos, como algunos sindicatos, que eran los verdaderos beneficiarios de la excesiva intervención del Estado en la economía. Que haya despertado de nuevo el espíritu empresarial de los británicos. Y me gustaba mucho algo que para mí, como mexicano, me parecía muy ajeno: me refiero a su discurso de que la prosperidad económica sólo se logra con mucho trabajo y responsabilidad personal.
Se dice que Margaret Thatcher era una política más ideológica que pragmática. Creo que lo más importante es que fue una política de resultados. Indudablemente transformó a su país en una década. El Reino Unido, que estaba a punto de convertirse en una nación del Tercer Mundo a finales de los 70, recuperó su dinamismo económico a finales de los 80. Las reformas orientadas hacia el mercado rescataron a la Gran Bretaña de la bancarrota. Que hubo costos asociados, eso también es indudable. Pero el saldo de Thatcher como gobernante es positivo. En este sentido, y poniendo a esta mujer en su contexto histórico, fue un personaje admirable que, como dije antes, sacudió muchas consciencias, incluyendo la mía. Yo se lo agradezco y por eso lamento mucho que ayer haya fallecido a los 87 años de edad.

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