Ideas
y Palabras
Denise
Dresser
Se busca progresista perdida. Pelo
café, ojos castaños, lentes grandes, sonrisa abierta, entusiasmo contagioso,
don de mando, compromiso con el país. Se busca política de principios.
Sin maquillaje, sin pretensiones, sin aviones privados, sin afiliaciones priístas,
sin helicópteros, sin alianzas con Enrique Peña Nieto, sin zapatos de tacón,
sin bolsas de marca.
Se busca a la Rosario Robles que
México conoció y admiró cuando ingresó por primera vez a la política. Fue vista
por última vez en los noventas al frente del gobierno del Distrito Federal. Si
tiene información sobre su paradero, comuníquese de inmediato con los
ciudadanos que la recuerdan como alguna vez fue.
En su lugar, desde hace más de una
década, está una mujer desconocida. Una Secretaria de Desarrollo Social a la
que parece importarle más seguir en la vida política que vincularse con un
partido que la ensucia.
Una
líder a la que parece preocuparle más defender al PRI que recordar los años que
pasó denunciando sus peores prácticas. Una mujer sin principios claros ni
compromisos firmes. Transformada. Una mujer cuyo destino quedó trastocado por
haberse enamorado del hombre equivocado.
Como escribí poco después del
“Ahumadagate”, a nadie le importaría la historia sentimental de Rosario Robles
si su pareja hubiera sido un biólogo molecular o un vendedor de coches.
A nadie le hubiera preocupado que
Rosario Robles le rentara la casa a su novio, si él no hubiera tenido contratos
multimillonarios con la ciudad que el PRD gobierna.
A nadie le hubiera interesado la
relación que mantenía con Carlos Ahumada, si él no hubiese declarado su
intención de sabotear a Andrés Manuel López Obrador.
Rosario
Robles no pagó el precio de la pasión desatada; pagó el precio de la
corrupción facilitada. No pagó el precio de una relación sentimental; pagó el
precio de la ignorancia criminal. No pagó el precio del corazón ardiente; pagó
el precio de los ojos cerrados. No pagó el precio del enriquecimiento personal;
pagó el precio por aprovechar el de su pareja. Quizás tenía las manos
limpias pero el juicio desactivado.
Y ese desfase entre la inteligencia
y el buen juicio merece ser revisado ahora a la luz del escándalo desatado en
Veracruz. Como en otros momentos de su vida profesional, Rosario Robles no
alcanza a comprender la dimensión del problema.
Lo más desconcertante de los últimos
días no ha sido sus evasión ante lo ocurrido sino su autismo. Lo más
sorprendente de los últimos días no ha sido su actitud defensiva frente al
clientelismo electoral del PRI, sino su incapacidad para entender cuan ofensivo
es. Se defiende pero no entiende.
Como
no comprende el contenido de las preguntas sobre lo que implica trabajar en una
organización que compra el voto, no ofrece una buena respuesta. Porque
hay algo fundamental que la ahora perredista no logra vislumbrar.
En este asunto pierde el país. En
este asunto pierde la población. En este asunto pierde el interés público; un
concepto que Rosario Robles desconoce o rehuye.
¿Dónde estaba el interés público
cuando Rosario Robles permitió que la Cruzada Contra el Hambre determinara los
municipios con criterios políticos-electorales en lugar de índices de
pobreza?
Dónde estaba el interés público
cuando dio instrucciones para encender la maquinaria electoral veracruzana, y
si no fue ella entonces quién lo hizo?
¿Dónde estaba el interés público
cuando aceptó la distribución de dinero turbio en aras de promover una elección
que después defendería como limpia?
¿Dónde quedó el interés público
cuando ignoró el clamor creciente en torno al video revelado y el modus
operandi tan atávico que contenía?
¿Dónde
quedó el interés público cuando Rosario Robles decidió cambiar de piel?
Rosario Robles responderá que todo
es una calumnia, que todo es un cohecho, que todo es una embestida de sus
enemigos. Pero tiene razón cuando declara “no me han hundido ni me hundirán”.
Se ha hundido sola.
Rosario Robles lleva años
arrastrando acusaciones; lleva años pagando deudas; lleva años explicando
irregularidades; lleva años intentando evadirlas.
Para
Rosario Robles, el fin siempre justifica los medios y sus declaraciones -- una
y otra vez – lamentablemente lo demuestran. Se vale ser clientelar si los demás
también son clientelares. Se vale caminar por el lodo si de ganar elecciones se
trata.
Rosario Robles está allí desde hace
tiempo cuando se transforma en otra cosa, cuando se vuelve otra persona. Cae en
él cuando deja de ser ella misma, cuando le importa más su imagen que los
pobres en cuyo nombre dice hablar.
Se hunde cuando abandona el lugar
que tenía en el corazón de muchos mexicanos para resguardarse primero en el
corazón de Carlos Ahumada, y segundo en el equipo de Enrique Peña Nieto.
O peor aún: quizás la Rosario Robles
de hoy es la misma de ayer y el escándalo lo ha hecho evidente. Quizás muchos
mexicanos – incluyendo la autora – se empeñen en encontrar a la mujer que
conocieron y admiraron, pero no tenga sentido hacerlo.
Quizás nunca existió y nos veremos
obligados a “aguantar” a quien la remplazó.
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