24 abril, 2013

La enfermedad de la educación pública en México

Leo Zuckermann
El sistema debe ser uno donde los alumnos, profesores e investigadores flojos y rentistas sean castigados, no premiados. 
La enfermedad de la educación pública en México
Estudié mi carrera en una institución pública de educación superior. Salí al extranjero a realizar mis posgrados gracias, en parte, a becas del Estado mexicano. Fui el secretario general de otra institución pública de docencia e investigación. Sigo dando clases, de vez en cuando, en esa misma escuela. No tengo dudas, por tanto, del valor que tiene la educación pública en un país: la vivo en carne propia. Pero también veo con mucha preocupación el deterioro de la educación pública en México. Son muchos los problemas. Pero creo que el principal es el rentismo. Este concepto se refiere a la capacidad que tienen ciertos grupos de extraerle a la sociedad rentas que, lejos de generar riqueza económica, reducen el bienestar social. En el caso de la educación pública en México tenemos muchos grupos que quieren quedarse con el dinero de los contribuyentes sin producir resultados educativos.


Maestros que, en lugar de estar preocupados por mejorar la calidad de sus clases, no van a la escuela y, cuando se aparecen, repiten como pericos lo que dicen los libros de texto. Están más interesados por su cheque quincenal que por verdaderamente educar a los niños. Por lo menos son mejores que los miles de aviadores que hay en la nómina pública, es decir, personas que, sin vergüenza alguna, cobran su sueldo sin hacer absolutamente nada.
No se puede dejar fuera de la lista de los rentistas de la educación pública en México a los sindicalistas que, en lugar de defender los intereses legítimos de los trabajadores, venden plazas como si fueran suyas. O a los que, para defender sus rentas, pasan más tiempo haciendo marchas que en las aulas educando a los alumnos.
De los peores rentistas son los altos mandos sindicales del magisterio, quienes viven como maharajás. Tan sólo hay que ver los gastos que tenía Elba Esther Gordillo, todos pagados por el  contribuyente mexicano: aviones, cirugías, joyas, mansiones y shopping en Neiman Marcus.
Eso en cuanto a la docencia. En el caso de la investigación, el rentismo también está presente. Supuestos investigadores de instituciones públicas que no publican nada relevante; que se la pasan llenando informes burocráticos. Están más interesados en mantener sus plazas y sus chequecitos quincenales que en usar su intelecto para resolver los problemas del país.
Dice la teoría que, en el fondo, el rentismo es hijo de la falta de competencia. Todas estas personas que están en la lista de rentistas de la educación pública en México no tienen que competir para recibir sus pagos quincenales. La sola noción de que los puedan evaluar para ver qué tan bien hacen su trabajo, les produce urticaria. Entienden que es el primer caso para que luego los puedan correr porque efectivamente hacen mal su trabajo, como sucede en otros sectores de la economía donde, si un trabajador no agrega valor, pues lo despiden y punto.
No sorprende, entonces, que se movilicen para mantener sus privilegios. Y es lo que estamos viendo por muchos lados en México. En Oaxaca, la Sección 22 del magisterio es una verdadera máquina rentista que se moviliza más días al año de lo que dan clases a los niños. En Guerrero, la CETEG bloquea la Autopista del Sol para evitar que evalúen a los maestros del estado. En Michoacán, los docentes ya están en paro indefinido por la misma razón. En la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, los profesores tiraron a la rectora que se atrevió a pedirles mejores cuentas. En la UNAM, un extraño grupo de encapuchados tiene secuestrada a la rectoría para seguir medrando de esta institución.
Me temo que el rentismo está muy incrustado en la mentalidad y comportamiento de muchos integrantes del cuerpo docente y de investigación de las instituciones educativas públicas en México. Hay muchos que están ahí, cobrando, más por su poder político que por su valor económico. Y no quieren cambiar. No quieren que los evalúen. No quieren competir. Quieren, en suma, seguir mamando del pecho del Estado sin dar nada a cambio.
Yo sí creo en el valor de la educación pública de un país. Sé, porque lo he visto, que puede tener excelentes resultados. Pero el sistema debe ser uno donde los alumnos, profesores e investigadores flojos y rentistas sean castigados, no premiados. Y eso, por cierto, lo aprendí en las instituciones educativas públicas donde estudié y trabajé.

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