12 abril, 2013

La formidable Mrs. Thatcher

La formidable Mrs. Thatcher

 

Margaret Thatcher presenta su libro 'Statecraft' en Londres. La primera ministra británica, que moldeó a una generación de políticos de su país, falleció el lunes pasado a los 87 años.
Margaret Thatcher presenta su libro 'Statecraft' en Londres. La primera ministra británica, que moldeó a una generación de políticos de su país, falleció el lunes pasado a los 87 años.
HUGO PHILPOTT / AFP/Getty Images
Han llovido los tributos a Margaret Thatcher, la ex primera ministra británica, desde que se anunciara su fallecimiento esta semana debido a una apoplejía que vino a acentuar la crisis de su frágil salud. Por tratarse de una persona que tomó decisiones polémicas, no han faltado también las críticas y hasta, en algunas reacciones marginales, las celebraciones.
Sin embargo, las opiniones son prácticamente unánimes en lo que respecta a la importancia de Thatcher en el panorama político contemporáneo, en su sagacidad como estadista, en la firmeza de sus convicciones y en la excepcionalidad de su carrera. Descuella, sin duda, entre todos los otros líderes de su época.


Es triste comprobar que, para muchos nacidos después, la imagen de la Sra. Thatcher sea la de una paciente de demencia senil con flashes de mujer mandona, tal como la caricaturizara la película protagonizada por Meryl Streep. Desgraciadamente, la enfermedad y la vejez no respetan inteligencias ni jerarquías y los últimos años de la llamada “Dama de Hierro” fueron más bien patéticos; pero esa imagen de su decadencia y su fragilidad no es justo que suplante, o que llegue a enturbiar siquiera, a la extraordinaria persona que ella fue en el apogeo de su gestión y en la plenitud de sus notables facultades.
Cuando crecía en un ambiente de clase media, como hija de un tendero metodista en Grantham, pequeña ciudad del condado de Lincoln, la cúpula del poder político en Gran Bretaña, y particularmente en el Partido Conservador, estaba en manos de un puñado de aristócratas –Chamberlain, Churchill, Eden–; mundo tan cerrado y masculino como los clubes donde solían reunirse y donde dirimían –entre caballeros– muchas cuestiones que no se ventilaban o se resolvían en los tempestuosos debates de la Cámara de los Comunes. No creo que entonces la joven Margaret Roberts (que tal era su nombre de soltera) soñara con ingresar en ese mundo y mucho menos llegar a encabezarlo. En una sociedad tan estratificada socialmente, la sola idea hubiera sonado a disparate.
La primera inclinación de la joven Roberts fue hacia las ciencias, algo que la llevó a convertirse en una investigadora en el campo de la química, en el cual llegó a especializarse en cristalografía de rayos X. ¡Qué podría estar más alejado de la política! Sin embargo, una profunda vocación cívica de tendencia conservadora –que abominaba el parasitismo social generado por el gobierno laborista de la postguerra– la llevó a estudiar derecho y a aspirar a un escaño, por la misma época en que su matrimonio con Dennis Thatcher le daría el nombre por el que llegaría a ser conocida en todo el mundo.
El resto no fue fácil. En Gran Bretaña, la política es en verdad una carrera, usualmente de obstáculos. Una carrera que en 1951 (el año en que ella se postuló por primera vez) era un quehacer casi exclusivo de hombres. Alguien con menos fuerza de voluntad, se habría arredrado luego de las dos primeras derrotas; pero el desencanto y la fatiga no parecían contarse entre las tendencias anímicas de la joven candidata. Perseveró y salió electa miembro del Parlamento en 1959: una mujer inexperta a quienes los líderes de su propio partido miraron con condescendencia e incluso con desdén.
Margaret Thatcher aceptó el reto de crecer e imponerse en el acalorado, y muchas veces hostil, ambiente de Westminster. Dieciséis años después, y luego del colapso del gobierno de Edward Heath, se convertía en la indisputada líder de los tories (algo que nadie se habría atrevido a vaticinar pocos años antes) y en 1979 –en medio de una de las mayores crisis políticas y económicas del país– aceptaba el nombramiento de la Reina para encabezar el gobierno.
Fue entonces que comenzó una nueva era. Margaret Thatcher privatizó las compañías que los laboristas habían nacionalizado más de treinta años antes, descoyuntó a los poderosos sindicatos que eran una permanente fuente de corrupción, dinamizó la economía, hizo posible que millones de ingleses se convirtieran en propietarios, pequeños empresarios e incluso en rentistas; persiguió implacablemente a los terroristas del IRA, al extremo de dejar que once de ellos murieran en huelga de hambre sin ceder a sus demandas; deshizo en pocas semanas la bravata de los militares argentinos que habían creído que podían invadir un territorio británico con impunidad. Fue, en fin, gestora esencial de la renovada ideología de Occidente que contribuiría de manera decisiva a liquidar el imperio soviético.
Los que nos acordamos de los años en que se destacó en el escenario mundial, no podemos olvidarnos de su agudeza, de la inteligente precisión de su discurso, de su elocuente exposición… Como siempre ocurre con alguien que cumple un cometido con eficiencia y logros singulares, su liderazgo político podría decirse que participaba del desempeño glamoroso del arte.

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