09 abril, 2013

La odisea de Mike Milken

Los hechiceros se ganan la confianza de sus clientes acertando en sus predicciones, no llevando una vida ejemplar. La moral tiene una ruta diferente a la destreza profesional. En el caso de Mike Milken, uno de los financieros / hechiceros más influyentes en Wall Street, su destreza para predecir es proverbial. Se le admira y se le repudia a la vez, en un juego de estira y afloja que ha terminado en estos años por favorecer su buena imagen: con su dinero se puede todo y Milken lo tiene a manos llenas. Es como Shylock, el usuero judío del Mercader de Venecia, embaucador de muchos Bassanios, de la obra de Shakespeare, pero a la moderna, con los denominados "bonos basura", artefactos financieros con los que el especulador Milken se embolsó en la primera parte de su vida una fortuna de cientos de millones de dólares.


A su proeza añadamos la rapidez: en un par de décadas sus cuentas bancarias pasaron de 5 a 550 millones de dólares anuales. Con la financiera Drexel Burnham Lambert, estrella de las sociedades de inversión en la década de los ochenta, Milken provocó artificialmente un boom en bonos de alto riesgo y rendimiento que tornó multimillonarios de la noche a la mañana a muchos inversionistas, incluyéndose él. En la astucia, MIlken era un zorro, en la rapacidad un lobo, y en agarrar su presa, un león. Para entonces, Milken estaba casado y con tres hijos. Una vida de ensueño americano.
Hasta que apareció en escena un tal Rudolph Giuliani. Milken fue acusado de falsear información y tráfico de influencias y proceso por Giuliani a principios de los años noventa se le declaró culpable por seis de 98 cargos. Obligado a pagar una multa de 900 millones de dólares, purgó 22 meses de los diez años a los que fue condenado. La prensa se ensañó con él, la financiera Drexel Burnham Lambert quebró y Wall Street juró (no por mucho tiempo) no volver a tropezar en la piedra de los excesos y la exuberancia irracional. Milken, alias Shylock, quiso aprovecharse de ese nuevo puerto del comercio mundial al estilo Veneciano, que es Wall Street y acabó despreciado por sus antiguos amigos.
Días después de salir de prisión, recién cumplidos los 46 años, Milken recibió un diagnostico que fue su tiro de gracia: un cáncer de próstata lo condenaba a morir en menos de dos años. Milken, alias Shilock, no se amilanó con la mala noticia: prefirió disciplinarse con hábitos monacales. Se convirtió al vegetarianismo (nueva religión que embarga no el alma sino el estómago), comenzó a practicar la meditación transpersonal y ejercitó su lastrado cuerpo mañana tarde y noche con deportes de cardio. Recuperó peso y estatura moral.
Por extraño que parezca, le sobrevinieron dotes de hechicero financiero: la cárcel le estimuló conocimientos dormidos. Trasladó su moraleja personal a la suerte de la economía mundial y profetizó que la actual crisis mundial tendrá final feliz: igual que en la década de los setenta, cuando se pensaba en medio de una crisis semejante a ésta que el 25% de las compañías norteamericanas tendrían que declararse en quiebra y pronto la historia demostró que no fue así; los mercados de valores se recuperaron y la economía comenzó a despegar lentamente pero seguro. ¿La moraleja? La primera: en medio de una crisis mundial o personal, no exageres los riesgos. La segunda: reduce tus gastos para que tus ahorros (privados o públicos) no sufran déficit.
La culminación de la disciplina personal de MIlken fue un libro que se convirtió en un best seller: “The Taste of Living”, donde recopila sus recetas más exitosas para la lucha contra el cáncer. ¿La cereza en el pastel? Nuestro hombre en la ruina se volvió filántropo: creó la Asociación para la Cura del Cáncer de próstata y el Centro para la Aceleración de las Soluciones Médicas además de fundar una red de educación virtual,Knowledge Universe y un centro de investigación: el Milken Institute. En descargo de los epítetos que por años le endilgaron de ser un especulador rapaz y sin corazón, diseñó la web: www.mikemilken.com donde desarticula los argumentos contrarios a su mala imagen y los vanos disfraces con que cubría su triste humanidad.
La vida de Mike Milken bien puede ser rubricada con el monólogo del Rey Lear: "Lujo devorador, he ahí tu remedio: exponte a sufrir lo que los desheredados sufren y aprenderás a despojarte de lo superfluo de tus bienes, repartiéndolo entre los pobres y alcanzando perdones del cielo".

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