15 abril, 2013

Lady Thatcher, la más admirada y la más odiada

por Pedro Schwartz
Pedro Schwartz es Presidente del Tribunal de Defensa de la Competencia de Madrid y Profesor de Economía de la Universidad San Pablo CEU.
Margaret Thatcher fue una de los mejores gobernantes del Reino Unido en el siglo XX: no sólo transformó la escena laboral, en especial durante su larga confrontación con los mineros del carbón, sino que venció el monstruo de la inflación controlando la política monetaria y conteniendo del gasto público. Inició la política de privatizaciones de empresas públicas, luego imitada en el mundo entero. Desreguló la Bolsa y abrió las profesiones a la competencia. Luchó sin desfallecer contra los terroristas del IRA (Armada Republicana Inglesa). Llevó con orgullo el mote de “dama de hierro” que le pusieron los soviéticos y lo revalidó en las Falkland al vencer a los espadones argentinos. Supo enfrentarse con los burócratas de Bruselas en defensa de una Europa basada en la democracia nacional. Mas, a pesar de todo eso o quizá por eso, concitó el odio de conservadores flojos de remos en su partido y en la Iglesia anglicana, de intelectuales paternalistas anidados en la universidad y las artes, de socialistas nacionales y extranjeros, de federalistas europeos, de anti-yanquis viscerales y, sobre todo de los 364 expertos económicos que firmaron una carta en 1981 anunciando un final catastrófico a sus políticas ortodoxas —precisamente cuando la economía británica empezaba a revivir.


En 1975 consiguió convertirse en líder del partido conservador al vencer a Edward Heath en una votación de los diputados de su grupo en la Cámara de los Comunes. Heath representaba el paternalismo más tradicionales, el conservadurismo de los partidarios del Estado de Bienestar, de la concertación social, del gasto público como instrumento de crecimiento económico. Margaret Thatcher era mujer por lo que no podía acudir a las tradicionales reuniones de la elite del partido en el Carlton Club; era hija de un tendero y tan estudiosa que se había licenciado en Química y Derecho y ejercido ambas carreras. No podía concebirse nada más contrario al establishment de los príncipes de la derecha. En sus declaraciones nada más elegida líder, dejó bien clara su posición radicalmente democrática y contraria a lo que había sido el consenso político de laboristas, conservadores y sindicalistas desde el final de la Segunda Guerra Mundial: “En una sociedad libre, el poder tiene que estar bien distribuido entre los ciudadanos y no concentrado en manos del Estado. Y ese poder ha de tener como base una amplia difusión de la propiedad privada entre los ciudadanos y no estar en manos del Estado”.
Siendo ya primera ministra, hizo unas declaraciones a una revista para amas de casa que causaron escándalo entre los bienpensantes. De estas declaraciones no suele citare más que la primera frase, tan chocante para los colectivistas de todos los partidos: “No hay tal cosa como la sociedad”. Pocos leyeron las frases siguientes: Lo que existe “es un tapiz de hombres y mujeres y la belleza de ese tapiz y la calidad de nuestras vidas depende de cuánto estemos cada uno de nosotros dispuestos a hacernos responsables de nosotros mismos y preparados para ayudar con nuestros esfuerzos a quienes son más desafortunados” que nosotros. El conservadurismo de Margaret Thatcher tenía profundas raíces cristianas y se basaba en la responsabilidad personal y el respeto de la vida comunal creada por las acciones de hombres y mujeres libres.
Su obra
Nada más llegar al poder suprimió los controles de cambio de un plumazo. Escribo desde la Argentina, donde su personalidad ejerce una fascinación casi enfermiza. Los argentinos no perdonan que no les entregara las Malvinas sin hacer caso de la voluntad de sus habitantes pero envidian una gobernante democrática que supo devolver a sus ciudadanos la libre disposición de sus dineros —ellos que sufren de tres tipos de cambio arbitrarios y soportan pacientemente que los perros de la aduana busquen billetes de banco en su equipaje como si fuera droga.
Su principal batalla económica fue la lucha contra la inflación. En el Congreso de su partido de 1981, cuando más dura era la recesión causada por sus restricciones, pronunció una frase que se hizo famosa: “The lady is not for turning”, que no estaba dispuesta a cambiar de rumbo. Señaló que los países con menor inflación también sufrían menos paro —refiriéndose a Alemania. El gasto de las autoridades locales tenía que disminuir para que no desplazara el crédito a las empresas. “Un gasto público más elevado, lejos de curar el desempleo, puede ser el origen de pérdidas de empleo y de quiebras de empresas”.
También al principio de su mandato, se dejó convencer por algún euro-entusiasta de su Gobierno para uncir la libra esterlina al llamado Sistema Monetario Europeo. Ello suponía unirse a la política monetaria del Bundesbank, cuando la economía británica era aún muy rígida. Ese Sistema quebró en 1992, cuando John Major ya era primer ministro. Pero en 1990, cuando llegó el momento de unirse o no al euro, Thatcher sabía lo conveniente para su país y Europa: en vez de imponer una moneda única, [¿]“no sería mejor tomar la vía evolutiva, [… con] una moneda común europea dura circulando en paralelo con las monedas nacionales, de tal forma que la gente elija cuál usar”[?].
Sus logros perennes fueron los obtenidos en la flexibilización de la economía: embridó los sindicatos, sin ceder a casi un año de huelgas de dureza salvaje; privatizó las compañías aéreas, los transportes por carretera, los ferrocarriles, las telecomunicaciones, la electricidad, el gas. Vendió a los residentes un millón y medio de viviendas municipales. Su ejemplo cundió en el mundo entero. Su postura frente a los terroristas irlandeses no desfalleció en ningún momento, ni siquiera cuando fallecieron algunos por huelga de hambre. La bomba en el Congreso de 1984, que casi la mató, tampoco la hizo cambiar de política.
La gran oradora
Los debates en los Comunes son muy distintos de los de nuestro Parlamento. El orador puede permitir a los diputados interrumpirle. Vale la pena ver a lady Thatcher despachar a sus contrarios cuando ya la habían desplazado sus compañeros del cargo de primera ministra. Alguien le preguntó qué haría con la cuestión europea después de dimitir. Otro izquierdista exclamó entre risas: “Presidirá el Banco Central Europeo”. Ella replicó: “No se me había ocurrido”. Añadió entre risas: “Esto me está divirtiendo”. Otro gallo nos cantaría…

No hay comentarios.: