Sé que es casi una religión en
México la patética propensión de querer elevar todo al llamado rango
constitucional, creyendo con increíble perseverancia e ingenuidad de que
incluir un derecho en la Carta Magna automáticamente lo hace realidad.
Por eso guardo dudas sobre algunas de las llamadas reformas que se han
aprobado en el Congreso en los últimos meses. Creo que a la constitución
mexicana le sobran artículos, párrafos, restricciones, aspiraciones y
palabrería. Por eso también, me congratulo de la iniciativa de decreto
de reforma de fracción I, del artículo 27 constitucional; presentada por
los diputados Manlio Fabio Beltrones, Gloria Nuñez y Raúl Paz el 3 de
abril. Busca suprimir parcialmente la obsoleta y rancia prohibición de
compra de terrenos de playa a extranjeros.
Tanto en el capítulo 5 de mi libro "Mañana o pasado: el misterio de los
mexicanos", como en dos libros publicados con Héctor Aguilar Camín ("Un
futuro para México", p. 14; "Una agenda para México", pp. 64 y 65) he
insistido en la importancia que encierra lo que en ese momento era sólo
un deseo. Si bien la iniciativa de Beltrones sólo elimina la restricción
para la propiedad de viviendas unifamiliares sin fines comerciales, la
supresión de este cerrojo, propio del Siglo 19, puede detonar un alud de
inversión extranjera e incremento de turismo que todas las campañas de
publicidad y todos los discursos no podrán traer.
Como se sabe, ésta es una más de las grandes simulaciones mexicanas, ya
que en realidad la prohibición nunca fue real. Desde los años 50 muchos
norteamericanos adquirieron propiedades en la península de Baja
California a través del régimen de fideicomisos, supuestamente operados
por bancos mexicanos... que ya no existen. Como lo dice el texto
propuesto, los extranjeros no pueden comprar casas de playa, pero sí
pueden adquirirlas vía un fideicomiso de un banco... extranjero. Sin
embargo, la simulación que funcionó de modo eficaz en Baja California
hasta un techo relativo, no alcanzó para la etapa siguiente. ¿Cuál es
esa? La de los snowbirds o baby boomers jubilados, es decir, los
norteamericanos y canadienses que cumplieron 65 años a partir de 2010 y
que seguirán llegando a la edad del retiro en grandes cantidades hasta
el 2020, cuando termine la burbuja demográfica creada por el fin de la
Segunda Guerra Mundial. No quieren ir a Florida o a Arizona; aunque para
los de la costa este República Dominicana o Puerto Rico les queda más
cerca que otros destinos, para la totalidad de los habitantes de EU,
México es un verdadero paraíso para sus años dorados. Desde hace tiempo
empresarios con visión estratégica como Roberto Hernández habían pensado
en ciudades como Mérida, la costa norte del Pacífico, la costa de
Michoacán y el Bajío como destinos naturales de retiro para ciudadanos
estadounidenses que hoy gozan de mejor salud, de mayores ahorros y de
una actitud más cosmopolita que sus padres o abuelos.
Pero salvo los muy ricos, los muy ilusos o los muy arrogantes, no se
sienten seguros con el régimen de fideicomisos al menos por tres
razones. La primera es la inseguridad jurídica que transmite el esquema:
no es propiedad privada propia, punto final. El segundo lugar, porque
es muy difícil obtener una hipoteca para adquirir una casa de veraneo en
Puerto Peñasco, por ejemplo, y los americanos compran casas con
hipotecas, punto final. Con la simulación mexicana o pagan en efectivo o
no compran. Y en tercer lugar, para fines de herencias, impuestos,
deducciones, etc. el régimen de fideicomiso le agrega al asunto un grado
de complejidad y tramiterío que muchos no aceptan.
Por innumerables factores -cercanía, belleza, hospitalidad, economía,
servicios- todo México es un edén para los jubilados de cualquier país,
pero en particular los que se encuentran a lado. No hemos aprovechado
esta extraordinaria ventaja debido a un anacronismo legislativo y a
nuestro nacionalismo ramplón. Ojalá lo de Beltrones y compañía no sea
puro petate del muerto. |
No hay comentarios.:
Publicar un comentario