por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard es un reconocido arbitrador latinoamericano y autor de Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales. Bullard es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.
Dentro de la ciudad de la Haya, en Holanda, se ha construido otra
ciudad muy singular. Fundada en 1952, la ciudad contiene los edificios y
construcciones más características de Holanda.
¿Qué la distingue de las demás ciudades holandesas? Todo está construido
en una escala de 1:25 en relación al tamaño real. Es una ciudad en
miniatura. Los pequeños edificios son más bajos que sus visitantes. Es
transitada por autos, barcos, trenes y aviones pequeñitos. Es una ciudad
de juguete, donde los visitantes ven a los ciudadanos convertidos en
muñequitos que simulan el discurrir de vidas que no son reales. Esas
vidas no son sino un inmenso juego.
Esta ciudad ha sido bautizada como Madurodam. Pueden encontrar fotografías y una reseña de su historia aquí.
Madurodam fue construido en homenaje a George Maduro,
un miembro de la resistencia durante la ocupación nazi. Maduro falleció
en el campo de concentración de Dachau. Sus padres decidieron
homenajear a su hijo construyendo una ciudad de juguete que es
visitada 700.000 personas al año. Al apellido Maduro se le añadió el
“dam” (traducido como dique o presa) para darle un nombre similar al de
otras ciudades como por ejemplo Amsterdam.
En esta ciudad de juguetes todo se simula: la vida, la producción, la
circulación vehicular, ferroviaria y marítima. Hay parques de
diversiones donde los muñequitos se divierten. Hay un edificio que
representa al del Poder Judicial donde, supuestamente, los muñequitos
reciben justicia y un parlamento donde las leyes, se supone, se dan en
beneficio del pueblo. Hay fábricas que supuestamente producen algo pero
que en realidad no producen nada. En Madurodam, todo es un juego. Es una
pantomima de la vida, creada para divertir.
La ciudad de juguete parece haber abierto una sucursal en Latinoamérica.
Solo que esta vez no se trata de una ciudad, sino un país reducido a
juguete. Los ciudadanos han sido minimizados a muñequitos que pueden ser
movidos a voluntad por el dueño del parque. Como en el Madurodam
original, todo es simulado, incluyendo las elecciones.
Por supuesto que el nombre de este país no rinde homenaje a algún mártir
de la resistencia. De hecho se discutieron otros nombres como
Bolivardam o Chavezdam. Pero al final se le bautizó con el nombre de
Madurodam en homenaje a un presidente, cuyo nombramiento también es de
juguete. Finalmente por qué no construir ficciones en torno a quien
puede, a través de los pajaritos, comunicarse con sus antepasados.
Este país, reducido de tamaño por la arbitrariedad de su propietario,
se ha vuelto un simple juego en el que la única regla es que siempre
tiene que ganar el dueño. En el Madurodam latino no hay reglas. Sus
ciudadanos son tan libres como los muñecos de plástico lo son de moverse
hacia donde deseen. La verdad es que, a diferencia de su par holandés,
el juego no es tan divertido.
¿Qué le espera a este nuevo Madurodam? Pues nada muy prometedor. Este
tipo de países reducen algo más que su tamaño. Reducen la dignidad de
sus ciudadanos.
Por supuesto que como todo juguete, la ficción de quien juega con él se
contagia. Hace un par de días el dueño dijo que “Durante estos 14 años
se ha construido un sistema electoral perfecto, el más moderno del
mundo” o que “Chávez nos ordenó el cerebro a todos”. Lo cierto es que
el sistema electoral y el orden cerebral de Maduro son tan reducidos y
tan de juguete como el resto del mundo que el chavismo ha creado.
Si quiere hacer turismo y pasarla bien, le doy un consejo. Visite el
Madurodam holandés y evite el latinoamericano. El primero es muy
divertido y el segundo muy peligroso.
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