23 abril, 2013

Madurodam

por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard es un reconocido arbitrador latinoamericano y autor de Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales. Bullard es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.
Dentro de la ciudad de la Haya, en Holanda, se ha construido otra ciudad muy singular. Fundada en 1952, la ciudad contiene los edificios y construcciones más características de Holanda.
¿Qué la distingue de las demás ciudades holandesas? Todo está construido en una escala de 1:25 en relación al tamaño real. Es una ciudad en miniatura. Los pequeños edificios son más bajos que sus visitantes. Es transitada por autos, barcos, trenes y aviones pequeñitos. Es una ciudad de juguete, donde los visitantes ven a los ciudadanos convertidos en muñequitos que simulan el discurrir de vidas que no son reales. Esas vidas no son sino un inmenso juego.
Esta ciudad ha sido bautizada como Madurodam. Pueden encontrar fotografías y una reseña de su historia aquí.


Madurodam fue construido en homenaje a George Maduro, un miembro de la resistencia durante la ocupación nazi. Maduro falleció en el campo de concentración de Dachau. Sus padres decidieron homenajear a su hijo construyendo una ciudad de juguete que es visitada 700.000 personas al año. Al apellido Maduro se le añadió el “dam” (traducido como dique o presa) para darle un nombre similar al de otras ciudades como por ejemplo Amsterdam.
En esta ciudad de juguetes todo se simula: la vida, la producción, la circulación vehicular, ferroviaria y marítima. Hay parques de diversiones donde los muñequitos se divierten. Hay un edificio que representa al del Poder Judicial donde, supuestamente, los muñequitos reciben justicia y un parlamento donde las leyes, se supone, se dan en beneficio del pueblo. Hay fábricas que supuestamente producen algo pero que en realidad no producen nada. En Madurodam, todo es un juego. Es una pantomima de la vida, creada para divertir.
La ciudad de juguete parece haber abierto una sucursal en Latinoamérica. Solo que esta vez no se trata de una ciudad, sino un país reducido a juguete. Los ciudadanos han sido minimizados a muñequitos que pueden ser movidos a voluntad por el dueño del parque. Como en el Madurodam original, todo es simulado, incluyendo las elecciones.
Por supuesto que el nombre de este país no rinde homenaje a algún mártir de la resistencia. De hecho se discutieron otros nombres como Bolivardam o Chavezdam. Pero al final se le bautizó con el nombre de Madurodam en homenaje a un presidente, cuyo nombramiento también es de juguete. Finalmente por qué no construir ficciones en torno a quien puede, a través de los pajaritos, comunicarse con sus antepasados.
Este país, reducido de tamaño por la arbitrariedad  de su propietario, se ha vuelto un simple juego en el que la única regla es que siempre tiene que ganar el dueño. En el Madurodam latino no hay reglas. Sus ciudadanos son tan libres como los muñecos de plástico lo son de moverse hacia donde deseen. La verdad es que, a diferencia de su par holandés, el juego no es tan divertido.
¿Qué le espera a este nuevo Madurodam? Pues nada muy prometedor. Este tipo de países reducen algo más que su tamaño. Reducen la dignidad de sus ciudadanos.
Por supuesto que como todo juguete, la ficción de quien juega con él se contagia. Hace un par de días el dueño dijo que “Durante estos 14 años se ha construido un sistema electoral perfecto, el más moderno del mundo” o que  “Chávez nos ordenó el cerebro a todos”. Lo cierto es que el sistema electoral y el orden cerebral de Maduro son tan reducidos y  tan de juguete como el resto del mundo que el chavismo ha creado.
Si quiere hacer turismo y pasarla bien, le doy un consejo. Visite el Madurodam holandés y evite el latinoamericano. El primero es muy divertido y el segundo muy peligroso.

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