25 abril, 2013

Rosario Robles: pecado y penitencia


Humberto Musacchio

Rosario Robles: pecado y penitencia
Rosario Robles, antes figura destacadísima de la izquierda, a punto estuvo de perecer —políticamente, por supuesto— linchada por los perredistas, condenada por los depositarios de la pureza roja y arrojada al canibalismo de sus ex camaradas. Ciertamente, buena parte de las culpas le corresponden, pues siendo mujer de Estado tuvo la debilidad de enamorarse, de caer en manos de un traficante de influencias, de un siniestro empresario apto para moverse en la sinuosa línea que divide (o más bien unifica) los negocios con la política. En el pecado llevó la penitencia.


Pero como bien se sabe, un político no está muerto hasta que se muere. Quienes alegremente cavaron la sepultura de Rosario, deben estar espantados ante su resurrección, ante su vuelta al poder, al que puede, al que dispone de recursos para obrar, según se proponga, a favor o en contra de personas, partidos, causas, clases…
Desde el pasado primero de diciembre, la ex jefa del Gobierno capitalino es secretaria de Estado y dispone o dispondrá de 18 mil 700 millones para la Cruzada Nacional contra el Hambre, una suma capaz de despertar todos los apetitos, un presupuesto con el que podrá hacer enormes favores o causar irreparables daños.
Sin embargo, la presencia de la ex lideresa del PRD en el gabinete de Enrique Peña Nieto la muestra en toda su fragilidad. Para sus viejos compinches no puede ser confiable, para su nuevo jefe tampoco. Y tan es así, que en “su” equipo de la Secretaría de Desarrollo Social son contados los elementos propios, la gente de su confianza. La mayoría le fueron impuestos por Los Pinos y antes que a la titular de la Sedesol responden a la casa presidencial.
A esa obediencia hay que atribuir el escándalo ocurrido en Veracruz, donde los dineros de la Cruzada están destinados a saciar el hambre de poder del priismo, a fortalecer los inamovibles cacicazgos de la entidad y, por supuesto, a engordar los bolsillos de los vivales de costumbre con el generoso pretexto del combate a la miseria.
No hay sorpresa en lo sucedido. Era previsible y Rosario Robles lo sabía o, por lo menos, debió tener muy presente que el gasto social sirve en buena medida para ratificar lealtades y ganar adeptos. Porque más allá del innegable beneficio que representan esos paliativos para el desempleo, el hambre o la pobreza, su reparto está guiado invariablemente por la procuración de votos, por la necesidad de ganar y mantener adherentes. Así es el asunto en todas partes y bajo cualquier régimen político.
Rosario Robles llegó al cargo que ahora tiene porque cuenta con la valiosísima experiencia que adquirió en el Gobierno de la Ciudad de México. Sabe qué hacer con el gasto social, a quiénes hay que llegar, cómo entregarlo y con qué objeto. Su acercamiento a Peña Nieto la convirtió automáticamente en candidata para el puesto y en la persona más calificada para desempeñarlo con éxito.
Eso lo saben sus ex camaradas, de ahí la reacción ante el affaire veracruzano. La consideran peligrosa porque los conoce, sabe cómo actúan y dónde les duele. Pero igualmente, para los priistas tampoco es de fiar. Para ellos es una advenediza, una compañera de viaje que no debe pasar de las primeras estaciones. Otra vez su vida se desliza entre pecado y penitencia.
Para mantenerse en el cargo, Rosario tendrá que desplegar mucho talento político, pero sobre todo dependerá de las necesidades del actual gobierno y de la aptitud de la funcionaria para colmarlas. Será difícil, pero quién dijo que en la política las cosas son fáciles…

No hay comentarios.: