28 abril, 2013

«Thatcher aspiró a conquistar un mundo de hombres: las finanzas, la guerra y el poder»

Internacional / entrevista

Charles Moore, exdirector de «The Daily Telegraph» y Premio Luca de Tena 2011, se sumerge en la personalidad de la exprimera ministra británica en su biografía definitiva

En 1997, Margaret Thatcher pidió a un periodista con el que a menudo discrepaba que escribiera su biografía. La exprimera ministra le abriría su archivo y le garantizaría el libre acceso a su entorno familiar y político. El pacto era que el libro solo sería publicado tras su muerte, y que ella nunca lo leería. Charles Moore, uno de los periodistas conservadores más influyentes del Reino Unido, acaba de publicar «Not for Turning» (algo así como «Ni un paso atrás»), el primero de dos tomos de biografía autorizada –«que no oficial»– de la Dama de Hierro. Ha entrevistado a más de 300 personas, unas 50 de las cuales ya han muerto, incluida su hermana Muriel quien, antes de fallecer en 2004, le entregó la correspondencia que ha sacado a la luz dos noviazgos de juventud. 

A menudo, el exdirector del «Daily Telegraph» y Premio Luca de Tena 2011 se sentía como un «pájaro de mal agüero» al acercarse a sus fuentes. Ahora, se defiende de quienes critican que sea demasiado «thatcherista» para el encargo. «Me he sentido muy libre de decir lo que quiero, nunca formé parte de su círculo, siempre fui un periodista y mi vida no dependía de ella», explica en una entrevista con ABC en un hotel de Whitehall, el barrio gubernamental de Londres. «Mi simpatía es sobre todo con su actitud global y mi interés se centra en su personalidad, pero incluyo muchos aspectos críticos, y el segundo tomo tendrá aún más», anuncia.
—Su primer novio enseguida la definió como una «conservadora tradicional». ¿Siempre lo fue?
—Ella dijo una vez que sus principales creencias políticas ya estaban formadas a los 17 años, y probablemente sea verdad. Pero hubo una gran cambio. Cuando era joven pensaba que todo iría bien siempre que los conservadores gobernaran. En febrero de 1974, el Partido Conservador perdió las elecciones y, por primera vez, ella sintió que los conservadores habían fallado al país y que el país mismo había fracasado. Esto le creó una profunda sensación de crisis, agravada por lo que percibía como un ascenso del comunismo en el mundo. La cambió. Cuando gana las elecciones en 1979, se siente decidida a salvar su partido y su país, y sus ideas adquieren un nuevo dinamismo.
—¿Y tuvo alguna vez la sensación de haberse equivocado?
—Ella, en general, murió convencida de que tenía razón. Su principal reproche a sí misma fue no haber entendido bien Europa, pensaba que no se había dado cuenta lo bastante pronto de la amenaza que la Unión Europea suponía para el estado-nación. Los reproches eran por no haber hecho lo suficiente. Por ejemplo, en relación al estado del bienestar, y en contra de lo que opina gran parte de la izquierda, ella creía en los principios básicos desarrollados en los años 40, pero quería hacerlos funcionar mejor. Lo intentó, pero no lo suficiente.
—¿Era Thatcher alguien divertido para compartir una cena?
—Sí, era divertida. La gente que la conoció de joven suele decir que era más bien aburrida y tensa. Tenía fuertes cualidades de actriz, le encantaba ser el centro de atención y, además, le gustaba jugar con los hombres en la conversación. Desprendía siempre una cierta electricidad.
—Así que dar golpes con el bolso era parte de su juego...
—Sí, era muy hábil guardando cosas en su bolso y sacando de repente un informe o un discurso de Abraham Lincoln. Había algo de mecanismo de defensa, pero disfrutaba con ello.
—Cuando llegó a Downing Street, un funcionario le aconsejó sentarse detrás del conductor para que las cámaras no captaran sus piernas al bajar. ¿Fue un shock una mujer como primera ministra?
—La gente se había hecho a la idea porque había sido líder de la oposición durante varios años. Muy pocos lo consideraban algo malo. La sensación general era a ver cómo salía todo, mientras la prensa internacional preguntaba «¿dónde está el baño de mujeres en Downing Street?». No había. Tenía que subir a su apartamento cuando quería ir al baño, y así lo dejó porque decía que era su manera de hacer ejercicio.
—¿Cómo era su estilo de gobernar?
—No era una persona que tiende naturalmente a la colegialidad, pero podía serlo si era necesario y era muy buena escuchando a los demás. Interfería mucho. Tenía esa tendencia que tienen muchas madres de pensar «ya lo hago yo, que es más rápido». Esto hacía que acumulara demasiado trabajo y que, a pesar de su enorme capacidad, se cansara demasiado intentando demostrar que podía con todo.
—¿Se dejaba aconsejar?
—Era muy cauta, solo actuaba si conocía el tema. Tenía mucho respeto por los funcionarios porque sabía que eran su fuente de información, y siempre quiso tener a los mejores. Era alguien muy dependiente de los informes. Tenía opiniones marcadas, pero no era impulsiva en la toma de decisiones.
—Un ámbito en el que no tenía experiencia era el militar, y cuenta que incluso tenía dificultades en entender las cartas náuticas. ¿Cómo funcionó su relación con los generales?
—Muy bien. Sabía perfectamente que no podía dirigir la guerra sola. Sentía un gran respeto por las Fuerzas Armadas y, en particular, por el entonces jefe de Estado Mayor, el almirante Lewin. Pedía ser informada de todos los aspectos técnicos sobre la flota y el armamento. A veces tenía sugerencias absurdas pero, en general, les decía que siguieran adelante y que les intentaría apoyar todo lo posible política y diplomáticamente. Es importante tener presente que ella aspiraba a conquistar un mundo de hombres, y quería conquistar los tres asuntos reservados tradicionalmente a los hombres: las finanzas, la guerra y el poder. No le interesaban tanto otras cosas como la Educación, estaba muy interesada en las cuestiones estratégicas relativas a la Guerra Fría.
—¿Leía a los grandes estrategas o actuaba más por instinto?
—No era una gran cabeza pensante, pero las respetaba mucho. Carecía de originalidad intelectual y de disciplina intelectual, pero tenía un gran entusiasmo intelectual y siempre estaba buscando apuntalar sus creencias con nuevos argumentos. Una vez me dijo, «no hay nuevos mensajes, todo es cuestión de cómo repetirlos y difundirlos». Era fruto del metodismo de su padre y de esa idea de que «está todo en la Biblia».
—Quizás su momento más radical ideológicamente fueron sus políticas monetaristas en su primer mandato. ¿Fueron fruto de leer a Hayek y Friedman o de su instinto?
—Se dejaba asesorar por mucha gente y era brillante en digerir volúmenes enormes de información para luego convertirla en munición política. Tenía una capacidad sorprendente para traducir nociones como el agregado monetario en un discurso sobre la prosperidad y las libertades. En el balance, algunos decen que intentó la vía Friedman pero obtuvo un resultado «hayekiano»: quería una alteración gradual de la economía pero logró una especie de destrucción creativa de choque.
—¿De verdad llegó a sentir compasión por los huelguistas del IRA?
—En contra de lo que se cree, Thatcher sí negoció con ellos, como explico en el libro, y luego mintió al respecto. Tenía una actitud de madre ante los jóvenes en combate o en riesgo. Y detestaba que estuvieran siendo conducidos a la muerte por sus líderes políticos. Quienes causaron la muerte de Bobby Sands y otras nueve personas fueron Gerry Adams y Martin McGuinness.
—¿Qué papel juega aún la división entre «thatcheristas» y «post-thatcheristas»? ¿Su sombra empequeñece aún más a David Cameron?
—La forma en que abandonó el poder en 1990 fue un desastre para el Partido Conservador. Ha tenido que pasar una generación para resolverlo, y todavía es una cuestión pendiente de cerrar. Las personas que la «asesinaron» nunca construyeron una nueva versión del partido. Y quienes apoyaban a Thatcher nunca perdonaron a quienes la «asesinaron». Eso dejó un enorme muro de amargura en las filas «tories». Cameron, al pertenecer a una nueva generación, es el primer líder «tory» en posición de resolverlo, y el primero en tener una respuesta, al menos parcial, a este desencuentro. Es alguien que está a la izquierda del partido en ciertas cosas pero es, a la vez, un genuino «thatcherista».

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