Thatcher en las entrañas de México
Corriente mejor conocida como neoliberal,
cuya principal lideresa fue la ex primera ministra británica, no ha concluido
Jesús González Schmal
La
muerte de la ex primera ministra de la Gran Bretaña nos enfrenta a una obligada
reflexión y análisis de lo ocurrido en nuestro país por el influjo del dogma
que ella impuso al crear una derecha ultramontana y pragmática que generó una
oleada de gobiernos alucinados por una “solución” al problema de la
polarización Oriente-Occidente (socialismo y comunismo), así como la lentitud y
gradualidad de las fórmulas alternativas, como la socialdemocracia y el
socialcristianismo.
En México surgieron
sus ideólogos y promotores. Entre los más significativos en lo económico, como
liberal exacerbado, figura Luis Pazos, que se convirtió en el “gurú” de las
cámaras empresariales y organismos como Coparmex, que fueron cautivados con el
enunciado mágico que instituyó Pazos:
“El Estado obeso”, de
ahí la proliferación de cursos, conferencias de paga con auditorios atiborrados
y enormes ediciones de panfletos, todos dirigidos a probar que si se adelgazaba
el gobierno en burocracia, empresas estratégicas, apoyos al campo, control de
la economía, etcétera, se trasladaría a la sociedad la fuerza para lograr su
equilibrio como premisa para el desarrollo en una economía de libre mercado
absoluto.
En lo
histórico-filosófico, hacia el individualismo pragmático, el impulsor fue Enrique
Krauze con su obra “A la democracia sin adjetivos”, con la que movilizó a
importantes contingentes de la iniciativa privada que les parecía largo y
difícil el camino de participación en un partido independiente, y de contenido
doctrinario y programático, para darle sentido y rumbo a la democracia que se
anhelaba.
La proclama se
entendió años después de que López Portillo nacionalizó la banca, en 1982, en
un llamado a relevar al PRI del poder porque rompía el pacto no escrito con los
hombres del poder del dinero, y la vía sería, precisamente, acudir a sus
propias armas, con un partido de oposición subsidiado con recursos públicos (el
neoPAN), para dar la batalla electoral en igualdad de condiciones y evitar que
el priísmo se reencontrara con sus viejas tesis sociales de la Revolución de
1910.
El esquema era
thatcheriano, llegar al poder y, desde ahí, por la dinámica
liberal-individualista, adoptar el modelo
neoliberal para conseguir el espejismo de la prosperidad nacional y la plena
libertad económica.
Ello suponía
prescindir de todas las organizaciones y sociedades intermedias, excepto las
empresariales. Sindicatos, comunidades agrarias, ejidos, universidades
públicas, seguros sociales, etcétera, deberían irse extinguiendo en la medida en que la economía de libre mercado fuera
creando instituciones privadas eficientes, relegando al Estado a su
mínima expresión, encargado de la seguridad pública, la administración de
justicia en casos en que el arbitraje privado no funcionara y para la
representación internacional de protocolo, que no de sustancia, porque estarían
a cargo de grandes corporaciones y cámaras internacionales que garantizarían el
libre flujo financiero y el comercio internacional abierto.
Thatcher, con Reagan
y Pinochet, personalizó los modelos de gobierno que llamaron modernos, que
requerían, conforme a la teoría del neoliberalismo, mano dura en su
implementación, contra toda resistencia, e ir, paulatinamente, dejando que la
propia inercia acomodara las piezas.
Contaban con que
había que pagar el alto costo del sufrimiento de grandes sectores mayoritarios
que vivían, según éste modelo, de la errática
visión del Estado redistribuidor del ingreso que ya había fracasado
y que era necesario trasladar al de un simple Estado supervisor, cada día menos
necesario.
En México se extendió
como epidemia. El PRI, desde los 80, truncó su postura social-demócrata y se
alineó al neoliberalismo desde Miguel de la Madrid.
El PAN abandonó sus
tesis humanistas social-cristianas y se acopló al pragmatismo de las
dirigencias empresariales, que lo fueron cooptando desde el ingreso de Luis H.
Alvarez a la presidencia a ese instituto político.
Ambos partidos se
fundieron con Salinas para aprobar el ingreso de México al Tratado de Libre
Comercio (TLC), a la privatización de los ferrocarriles, carreteras, bancos,
centros de investigación tecnológica, etcétera.
Se abren fronteras,
se extranjeriza la banca, recién salvada de la quiebra con fondos del IPAB, se
extingue el ejido, se cierra Conasupo y se inventan programas temporales contra
la pobreza.
Se robustecen los poderes
fácticos, que se sobreponen a los políticos, y el país acusa un descenso
permanente en lo interno y en lo internacional.
Ésta corriente, mejor
conocida como neoliberal, cuya principal lideresa fue la Thatcher,
paradójicamente, no ha concluido. Sus seguidores no fueron las inmensas
mayorías del Estado benefactor que tanto anatematizaba la “Dama de Hierro”,
sino los pocos, pero con la mayor influencia, y que son los beneficiarios del
tiempo en el que el modelo ha prevalecido.
La dramática crisis actual
no los toca; han vuelto al poder por el mecanismo tradicional de una “democracia sin adjetivos” para adelgazar un
“Estado obeso”.
El pragmatismo les
permite jugar fuera de la ortodoxia, con todos los términos y acepciones del
neoliberalismo, siempre que del lado del Estado,
como burocracia dorada, o frente a él, como poder paralelo, les permita amasar
fortunas y ejercer privilegios heredables.
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