22 abril, 2013

Thatcher en las entrañas de México



Thatcher en las entrañas de México

Corriente mejor conocida como neoliberal, cuya principal lideresa fue la ex primera ministra británica, no ha concluido
 
 
La muerte de la ex primera ministra de la Gran Bretaña nos enfrenta a una obligada reflexión y análisis de lo ocurrido en nuestro país por el influjo del dogma que ella impuso al crear una derecha ultramontana y pragmática que generó una oleada de gobiernos alucinados por una “solución” al problema de la polarización Oriente-Occidente (socialismo y comunismo), así como la lentitud y gradualidad de las fórmulas alternativas, como la socialdemocracia y el socialcristianismo.
En México surgieron sus ideólogos y promotores. Entre los más significativos en lo económico, como liberal exacerbado, figura Luis Pazos, que se convirtió en el “gurú” de las cámaras empresariales y organismos como Coparmex, que fueron cautivados con el enunciado mágico que instituyó Pazos: 
 
“El Estado obeso”, de ahí la proliferación de cursos, conferencias de paga con auditorios atiborrados y enormes ediciones de panfletos, todos dirigidos a probar que si se adelgazaba el gobierno en burocracia, empresas estratégicas, apoyos al campo, control de la economía, etcétera, se trasladaría a la sociedad la fuerza para lograr su equilibrio como premisa para el desarrollo en una economía de libre mercado absoluto.

En lo histórico-filosófico, hacia el individualismo pragmático, el impulsor fue Enrique Krauze con su obra “A la democracia sin adjetivos”, con la que movilizó a importantes contingentes de la iniciativa privada que les parecía largo y difícil el camino de participación en un partido independiente, y de contenido doctrinario y programático, para darle sentido y rumbo a la democracia que se anhelaba. 

La proclama se entendió años después de que López Portillo nacionalizó la banca, en 1982, en un llamado a relevar al PRI del poder porque rompía el pacto no escrito con los hombres del poder del dinero, y la vía sería, precisamente, acudir a sus propias armas, con un partido de oposición subsidiado con recursos públicos (el neoPAN), para dar la batalla electoral en igualdad de condiciones y evitar que el priísmo se reencontrara con sus viejas tesis sociales de la Revolución de 1910.

El esquema era thatcheriano, llegar al poder y, desde ahí, por la dinámica liberal-individualista, adoptar el modelo neoliberal para conseguir el espejismo de la prosperidad nacional y la plena libertad económica. 

Ello suponía prescindir de todas las organizaciones y sociedades intermedias, excepto las empresariales. Sindicatos, comunidades agrarias, ejidos, universidades públicas, seguros sociales, etcétera, deberían irse extinguiendo en la medida en que la economía de libre mercado fuera creando instituciones privadas eficientes, relegando al Estado a su mínima expresión, encargado de la seguridad pública, la administración de justicia en casos en que el arbitraje privado no funcionara y para la representación internacional de protocolo, que no de sustancia, porque estarían a cargo de grandes corporaciones y cámaras internacionales que garantizarían el libre flujo financiero y el comercio internacional abierto.

Thatcher, con Reagan y Pinochet, personalizó los modelos de gobierno que llamaron modernos, que requerían, conforme a la teoría del neoliberalismo, mano dura en su implementación, contra toda resistencia, e ir, paulatinamente, dejando que la propia inercia acomodara las piezas.

Contaban con que había que pagar el alto costo del sufrimiento de grandes sectores mayoritarios que vivían, según éste modelo, de la errática visión del Estado redistribuidor del ingreso que ya había fracasado y que era necesario trasladar al de un simple Estado supervisor, cada día menos necesario.

En México se extendió como epidemia. El PRI, desde los 80, truncó su postura social-demócrata y se alineó al neoliberalismo desde Miguel de la Madrid. 

El PAN abandonó sus tesis humanistas social-cristianas y se acopló al pragmatismo de las dirigencias empresariales, que lo fueron cooptando desde el ingreso de Luis H. Alvarez a la presidencia a ese instituto político. 

Ambos partidos se fundieron con Salinas para aprobar el ingreso de México al Tratado de Libre Comercio (TLC), a la privatización de los ferrocarriles, carreteras, bancos, centros de investigación tecnológica, etcétera. 

Se abren fronteras, se extranjeriza la banca, recién salvada de la quiebra con fondos del IPAB, se extingue el ejido, se cierra Conasupo y se inventan programas temporales contra la pobreza. 

Se robustecen los poderes fácticos, que se sobreponen a los políticos, y el país acusa un descenso permanente en lo interno y en lo internacional.

Ésta corriente, mejor conocida como neoliberal, cuya principal lideresa fue la Thatcher, paradójicamente, no ha concluido. Sus seguidores no fueron las inmensas mayorías del Estado benefactor que tanto anatematizaba la “Dama de Hierro”, sino los pocos, pero con la mayor influencia, y que son los beneficiarios del tiempo en el que el modelo ha prevalecido. 

La dramática crisis actual no los toca; han vuelto al poder por el mecanismo tradicional de una “democracia sin adjetivos” para adelgazar un “Estado obeso”. 

El pragmatismo les permite jugar fuera de la ortodoxia, con todos los términos y acepciones del neoliberalismo, siempre que del lado del Estado, como burocracia dorada, o frente a él, como poder paralelo, les permita amasar fortunas y ejercer privilegios heredables.

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