11 abril, 2013

Una mujer, un hogar, un país

De Thatcher a Merkel

Murió Margaret Thatcher, muere toda una época, y se marcha con ella todo un estilo de vida de la mujer y el poder, se pierde toda una estrategia de batalla, un proyecto individual que triunfó porque como ella misma dijo en 1979: "Cualquier mujer que entienda los problemas de llevar una casa estará más cerca de entender los problemas de llevar un paí­s". Frase polémica donde las haya, no muy católicamente feminista que digamos, y que resulta de una audacia fuera de lo común en el lenguaje de una estadista a la altura de la Thatcher.


Y sin embargo, el thatcherismo era también eso, o sobre todo eso, enfrentarse con un lenguaje casi de receta culinaria, estricto en sus componentes, de quien sabe que azucarar o salar demasiado pudiera echar a perder el recurso del paladar; rompiendo moldes, renunciando a derramarse dentro de los modelos de poder masculino, pese a que de ellos aprendió lo suficiente como para renunciar a usarlos con gran clase.
Es probable que tal vez esa sea la causa de por qué corren tiempos difí­ciles en la polí­tica. Porque no sabemos llevar una casa, ni nos importa. Ya una casa, un hogar, una familia no están pensados ni estructurados en dependencia de que una mujer sepa conducirlos, sostenerlos, y que sea ella quien posea el secreto del triunfo en el seno de donde sale el núcleo de la sociedad. Ya no existe ni siquiera el secreto, esa ventaja cómplice de la mujer, mucho menos su figura de vestal, en el sentido griego: la que da calor, la que protege.
La mujer y su equilibrio se diluyen en modas que no la favorecen, los temas la deslucen. La mujer no importa. La disolvencia es el rasgo que mejor la siluetea. O su espeso peso especí­fico, a lo Merkel.
Ya no hay damas de hierro, ahora son de astracán, de aluminio, y a cambio el oro, la riqueza, el oropel, o la sumisión a las religiones.
Ya no somos mujeres. Hemos devenido, hemos degenerado en marionetas insoportables, los hilos enredados en nuestras crispadas manos, más atadas que nunca. Bajo el velo, o el sopor.

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