El
nuevo atentado a toda forma de legalidad, pero además a la inteligencia
mínima de cualquier ser humano, que se ha producido en Venezuela con la
“elección” de Nicolás Maduro, ha roto cualquier parámetro que en
materia de democracias fraudulentas tuviera registro América Latina,
cuanto menos, en los tiempos modernos.
El reciente y más desfachatado atropello de los secuaces de Hugo Chávez contra la institucionalidad venezolana, que empezó con el velo de ignorancia que el chavismo montó alrededor de los últimos días del comandante, prosiguió con la usurpación del propio Maduro del asiento de Chávez tan pronto ocurrió su deceso oficial y culminó en las elecciones fraudulentas de hace menos de una semana, no hace sino ratificar el talante de satrapía que se instaló en el país llanero bajo la fachada de una democracia que presuntamente sirve a los más desposeídos, pero que hasta ahora los sigue sumiendo en la pobreza más abyecta.
Y digo más abyecta porque si ser pobre ya es malo, es una aberración que esa pobreza sea incubadora de la indignidad personal. Da lástima ver un país donde los pobres son obligados a hacer el ridículo, soplándose horas de horas de un dudoso humor del sátrapa mayor.
Venezuela es casi un país árabe en Sudamérica. Es latinoamericano por casualidad. Pues al estar sentado en un gigantesco barril de petróleo, el más grande del mundo, no debiera tener problemas en resolver la pobreza de su gente. La capacidad que le da el petróleo a Venezuela lo desacopla del vecindario latinoamericano y de sus problemas típicos. Sin embargo, la inoperancia del modelo chavista y la incapacidad de sus implementadores han logrado lo imposible: colocar a la rica Venezuela en los últimos lugares de la competitividad, el crecimiento y las perspectivas de desarrollo a nivel continental.
Ante estos hechos, que podrían haber sugerido cierto afán de rectificación de los torpes y limitados usurpadores del gobierno venezolano, han motivado todo lo contrario. El chavismo se quita la careta, pierde toda vergüenza y advierte con radicalizar la “revolución”, amenaza con encarcelar a Capriles y hasta prohíbe que se expresen los asambleístas opositores que no reconozcan a Maduro como presidente.
Lo anterior, no obstante, con lo preocupante que
es, resultaría apenas anecdótico para los peruanos, de no ser por las
peligrosas señales que va dando el gobierno de Ollanta Humala en las
últimas semanas. Señales que van desde expresar que “Chávez es un
ejemplo a seguir” hasta intensificar la presencia de Nadine Heredia en
la escena pública, con los recursos del Estado, de cara a una
candidatura ilegal e ilegítima que pretende reproducir la versión
argentina del modelo venezolano. Y para poner la cereza sobre el pastel,
el propio Humala deviene en el convocante a la reunión extraordinaria
de Unasur para , sobre la base de un libreto prepauteado, escenificar
una “deliberación” para legitimar al usurpador Maduro. ¡Qué vergüenza!
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