23 abril, 2013

Venezuela: Horas bajas para la democracia

Durante décadas, Estados Unidos vio a Venezuela como un estable socio democrático en las Américas. Pero la elección en 1998 de Hugo Chávez dio paso a una ruptura a largo plazo entre ambas naciones.
Al lanzar su Revolución Bolivariana e introducir el “Socialismo del Siglo XXI”, el carismático Chávez empleó los enormes recursos petroleros de su nación para redistribuir la riqueza y financiar proyectos sociales en el interior y respaldar una alianza antiamericana de estados en el exterior. Así, buscó una alianza global con Irán, Bielorrusia, Rusia y Siria. Cada vez más autocrático, Chávez esperaba mantenerse en la escena mundial durante décadas, pero el cáncer invadió su cuerpo. De hecho, el pasado mes de octubre obtuvo la reelección para un cuarto mandato escondiendo la gravedad de su enfermedad.


Antes de su muerte el día 5 de marzo, Chávez nombró al ministro de Exteriores, Nicolás Maduro, como su sucesor. Mediante un proceso de sucesión secreto y como si se tratase de una dinastía (además de ser flagrantemente inconstitucional), Maduro y compañía llegaron a acuerdos internos en su partido con el fin de presentar ante la nación un frente chavista unido.
Como presidente interino, a continuación Maduro se proclamó a sí mismo como el “hijo de Chávez”. Muchos creyeron que el joven aprendiz ya estaba listo para ocupar el puesto del comandante. Envalentonado por un orgullo desmedido, Maduro prometió obtener 10 millones de votos, un margen de victoria de dos cifras y aniquilar en las urnas al candidato de la oposición Henrique Capriles.
Las elecciones del 14 de abril probaron que el triunfalismo de Maduro era prematuro. El líder chavista no contó con que los votantes venezolanos reconocían tres hechos clave. Primero: Maduro no es Chávez. Segundo: la inflación, la delincuencia, la corrupción y los cubanos no son los ingredientes ideales para un futuro mejor. Tercero: puede que el socialismo redistribuya la riqueza, pero no es la receta para el éxito económico.
Los votantes venezolanos se dividieron en dos grupos igual de numerosos, siendo declarado Maduro vencedor por un margen ínfimo. Maduro ha ignorado la petición de la oposición para que se haga un recuento de los votos y ha corrido a prestar juramento con una prisa que resulta indecorosa. Además, ha optado por un enfoque cada vez más represivo y ve el desafío sobre la limpieza de las elecciones como el trabajo de agitadores y fuerzas extranjeras.
La administración Obama pidió acertadamente un recuento para apaciguar la incertidumbre y que se revise de una manera objetiva la votación del pasado domingo, una medida que Maduro rechazó. La falta de respuesta al reto de la oposición, junto con los informes de acciones violentas progubernamentales, han creado nuevas tensiones en las relaciones entre Estados Unidos y Venezuela, a la vez que han abierto la puerta a un período de crisis sostenida y profundos desórdenes en este estratégico país. Por desgracia, la democracia en Venezuela está siendo minada por la demagogia, el engaño y la pérdida de legitimidad a medida que se agudiza la crisis de la sucesión de Chávez.

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