Durante décadas, Estados Unidos vio a Venezuela como un estable socio
democrático en las Américas. Pero la elección en 1998 de Hugo Chávez
dio paso a una ruptura a largo plazo entre ambas naciones.
Al lanzar su Revolución Bolivariana e
introducir el “Socialismo del Siglo XXI”, el carismático Chávez empleó
los enormes recursos petroleros de su nación para redistribuir la
riqueza y financiar proyectos sociales en el interior y respaldar una
alianza antiamericana de estados en el exterior. Así, buscó una alianza
global con Irán, Bielorrusia, Rusia y Siria. Cada vez más autocrático,
Chávez esperaba mantenerse en la escena mundial durante décadas, pero el
cáncer invadió su cuerpo. De hecho, el pasado mes de octubre obtuvo la
reelección para un cuarto mandato escondiendo la gravedad de su
enfermedad.
Antes de su muerte el día 5 de marzo, Chávez nombró al ministro de
Exteriores, Nicolás Maduro, como su sucesor. Mediante un proceso de
sucesión secreto y como si se tratase de una dinastía (además de ser
flagrantemente inconstitucional), Maduro y compañía llegaron a acuerdos
internos en su partido con el fin de presentar ante la nación un frente
chavista unido.
Como presidente interino, a continuación Maduro se proclamó a sí
mismo como el “hijo de Chávez”. Muchos creyeron que el joven aprendiz ya
estaba listo para ocupar el puesto del comandante. Envalentonado por un
orgullo desmedido, Maduro prometió obtener 10 millones de votos, un
margen de victoria de dos cifras y aniquilar en las urnas al candidato
de la oposición Henrique Capriles.
Las elecciones del 14 de abril probaron que el triunfalismo de Maduro
era prematuro. El líder chavista no contó con que los votantes
venezolanos reconocían tres hechos clave. Primero: Maduro no es Chávez.
Segundo: la inflación, la delincuencia, la corrupción y los cubanos no
son los ingredientes ideales para un futuro mejor. Tercero: puede que el
socialismo redistribuya la riqueza, pero no es la receta para el éxito
económico.
Los votantes venezolanos se dividieron en dos grupos igual de
numerosos, siendo declarado Maduro vencedor por un margen ínfimo. Maduro
ha ignorado la petición de la oposición para que se haga un recuento de
los votos y ha corrido a prestar juramento con una prisa que resulta
indecorosa. Además, ha optado por un enfoque cada vez más represivo y ve
el desafío sobre la limpieza de las elecciones como el trabajo de
agitadores y fuerzas extranjeras.
La administración Obama pidió acertadamente un recuento para
apaciguar la incertidumbre y que se revise de una manera objetiva la
votación del pasado domingo, una medida que Maduro rechazó. La falta de
respuesta al reto de la oposición, junto con los informes de acciones
violentas progubernamentales, han creado nuevas tensiones en las
relaciones entre Estados Unidos y Venezuela, a la vez que han abierto la
puerta a un período de crisis sostenida y profundos desórdenes en este
estratégico país. Por desgracia, la democracia en Venezuela está siendo
minada por la demagogia, el engaño y la pérdida de legitimidad a medida
que se agudiza la crisis de la sucesión de Chávez.
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