23 abril, 2013

Venezuela: La revolución se defiende con sangre

por Víctor Pavón
Víctor Pavón es Decano de Currículum UniNorte (Paraguay) y autor de los libros Gobierno, justicia y libre mercado y Cartas sobre el liberalismo.
Cuando todo parecía indicar que la voluntad de los venezolanos por terminar con la izquierda autoritaria y populista de Hugo Chávez triunfaría en las urnas, los fanáticos del bolivarianismo se decidieron por torcer la voluntad popular.
Nicolás Maduro apeló con sus seguidores a la vieja práctica de ser proclamado rápidamente por un abyecto tribunal electoral sin antes agotar el necesario recuento de votos, solicitado por el opositor Henrique Capriles, con la debida razón tomando en cuenta tan estrecho margen de votos. De paso, nuevamente podemos percatarnos que órganos como el UNASUR no están en condiciones de reemplazar a la OEA, no son confiables. Con la ligereza y rapidez con la que actuaron con Paraguay cuando lo sancionaron luego de la destitución del entonces presidente Lugo, los miembros de UNASUR —entre los que se destacan los del eje bolivariano compuesto por Argentina, Ecuador y Bolivia— raudamente reconocieron el triunfo de Maduro —el otro miembro del clan, a sabiendas de las denuncias, del maridaje entre partido y estado, a pesar del escaso margen de menos del dos por ciento.
No es de sorprendernos lo que Maduro y los bolivarianos están dispuestos a hacer. El mismo Chávez desde los inicios de su revolución se fue encargando de seguir el libreto dictado por el castrismo cubano, cuando Fidel le dijo a Chávez: “la revolución se defiende con sangre”.


Toda revolución, por supuesto, tiene que financiarse, y qué mejor que con un barril de petróleo en alza en los mercados mundiales, lo que le permitió al chavismo vanagloriarse de extraordinarios ingresos; pero, dilapidados en la corrupción de un sistema estatista que solo redistribuía riqueza, siendo los leales los que formaban la primera fila de beneficiarios.
Sin embargo, la muerte de Chávez significó el fin del encantamiento con el régimen. Los bolivarianos venezolanos y también los castristas cubanos sabían que con un triunfo de Capriles se reventaba la burbuja que construyeron para sí mismos y con la que viven a costa de sus pueblos cada vez más oprimidos.
Sucedió que durante esta última y muy corta campaña electoral, Henrique Capriles envió una señal muy clara sobre lo que sería su política exterior: romper de una vez por todas con el maridaje con los hermanos Castro. En realidad, el encantamiento se rompió porque pese a los ingentes recursos que llenaban las alforjas del estado venezolano —eufemismo para más bien decir los bolsillos de los leales al régimen— aquel dinero no se traducía en el pan en las mesas de los hogares.
Los venezolanos se están percatando que la angustia de su diario vivir con un cada vez más alto costo de vida, una inflación galopante y una moneda sin poder adquisitivo, tiene una explicación: la culpa de lo que sucede no se debe precisamente al capitalismo —el enemigo inventado— es culpa de los mismos gobernantes a quienes se les dio la oportunidad de gobernar y han decepcionado y mentido.
Los autoritarios, en todas las épocas y lugares, han tenido la idea fija de que son ellos los elegidos por el destino para “guiar” a la gente, en una típica actitud determinista de la historia de la que Karl Popper nos enseñara en su monumental obra, La sociedad abierta y sus enemigos. Precisamente, Maduro, sus seguidores y todo lo que representa el bolivarianismo son enemigos del hombre libre. Esta gente no está dispuesta a dejar el poder, aunque el poder se los haya arrebatado el mismo pueblo. Son aventajados aprendices de su máxima consigna: la revolución se defiende con sangre.

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