El
14 de abril, unos 14.8 millones de venezolanos fueron a las urnas para
elegir un nuevo presidente que sustituya a Hugo Chávez, que falleció el
pasado 5 de marzo. Por el más estrecho de los márgenes (según se
informa, por menos de 235,000 votos), parece que Nicolás Maduro,
candidato de Chávez y del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV),
derrotó al líder de la oposición, Henrique Capriles, de la Mesa de la
Unidad Democrática (MUD).
Con una fuerte apuesta por el recuerdo y
la lealtad al difunto comandante Chávez, Maduro proyectó una aureola de
confianza e invencibilidad, afirmando que obtendría 10 millones de
votos y una margen de victoria de dos cifras. En realidad recibió 7.5
millones de votos frente a los 7.2 millones de Capriles. La oposición ha
observado más de 3,200 irregularidades y ha exigido un recuento total
de las papeletas depositadas en los colegios electorales para corregir
los errores de los cálculos electrónicos. La administración Obama ha
respaldado la idea del recuento.
El resultado electoral, si se mantiene, demuestra claramente que el
dominio que una vez ejerció Chávez sobre las masas que lo adoraban no ha
pasado a su heredero escogido a dedo. Dadas las tremendas ventajas de
las que disfrutó el poco carismático Maduro (lealtad al líder fallecido,
control sobre los trabajadores del sector público, dominio casi total
de los medios de comunicación, el respaldo de oficiales militares de
alto rango, etc.), el descenso en el respaldo al movimiento chavista es
significativo y se traducirá en un debilitamiento del poder de Maduro
dentro de su partido y una menor receptividad a la agenda socialista radical.
Los crecientes problemas económicos, la delincuencia y la corrupción
amenazan con socavar aún más la capacidad de Maduro para gobernar en el
futuro, pues ahora aparecerá debilitado frente los rivales de su
partido, que probablemente cuestionarán su capacidad de liderazgo.
Tras semanas afirmando que Estados Unidos infectó a Chávez
con un cáncer, de haber trabajado para asesinar a otros candidatos y de
haber intentado desestabilizar Venezuela, Maduro afirma que está
preparado para conversar con Estados Unidos. Pero son los hechos y las
acciones (un recuento honrado de los votos, el fin de la polarización de
la política, la cooperación para combatir el tráfico de drogas y un
replanteamiento de sus fuertes lazos con Irán), no las palabras, lo que
marcará la diferencia en la futuras relaciones con Washington.
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