14 mayo, 2013

¿A dónde va el Uruguay?

por Hernán Bonilla
Hernán Bonilla es columnista del diario El País (Uruguay), consultor independiente y diputado suplente del Partido Nacional de Uruguay. Obtuvo su maestría de Economía de la Universidad de Ort.
Esta pregunta ha estado presente a lo largo de la historia del Uruguay. Los doctores del siglo XIX (tan injustamente maltratados) se cuestionaban respecto de la viabilidad del país. A comienzos del siglo XX desapareció bajo el auspicioso comienzo del “país modelo” de José Batlle y Ordóñez, para replantearse poco después por intelectuales lamentablemente olvidados como Julio Martínez Lamas, el más lúcido analista de nuestra realidad en la primera mitad del siglo. Luego con la crisis de los cincuenta sería recurrente y con mayor o menor intensidad ha estado en el tapete en las últimas décadas, ya sea en cuanto a nuestro Estado, la política exterior, educativa, etc.


La falta de rumbo es un problema, pero más aún cuando en medio del cambalachesco gobierno actual se aprovecha la confusión reinante para avanzar cercenando las libertades elementales. No es que exista unanimidad en el Frente Amplio para seguir este derrotero, pero la experiencia indica que los sectores “moderados” han hocicado una y mil veces frente a los planteos “radicales” que no comparten. Esa es la historia del sector del vicepresidente, Danilo Astori.
Hemos visto aberraciones varias en los últimos años, pero es más preocupante aún que se quiera continuar por ese camino liberticida. Sobran ejemplos pero hay dos que demuestran el punto: el reflotamiento de las leyes de la Segunda Guerra Mundial para militarizar a la población y la ley de medios.
Amparándose en el artiguismo (en una mala interpretación de las ideas del máximo prócer uruguayo, José Artigas) Fernández Huidobro, el Ministro de Defensa, desempolva viajas leyes para estudiar llamar a prácticamente todos los uruguayos a formar partes de las “Reservas del Ejército”. La anacrónica y peligrosa idea del pueblo “reunido y armado” no sólo está fuera de época sino que pone a la población en una situación de obediencia castrense injustificable hoy por fines militares. Llama la atención que esas leyes no hayan sido derogadas, pero hoy se vuelven una clara amenaza.
La ley de medios que según se anuncia sería kilométrica, engorrosa y compleja, vale decir, lo contrario a lo que debe ser una ley, tiene un fin evidente e incluso admitido por actores relevantes; limitar la libertad de expresión. No es necesario haber leído a John Stuart Mill para tener plena conciencia de que esa tentación de los gobiernos autoritarios es incompatible con una verdadera democracia y la libertad de las personas. Pasamos de la compartible opinión del presidente Mujica de que la mejor ley de medios es la que no existe a querer ponerle una pata encima a los medios para someterlos a las apetencias del gobierno de turno, un paso grosero hacia la pérdida de calidad democrática.
Se podría afirmar, y sería cierto, que no estamos tan mal como Argentina o Venezuela, pero es un consuelo tonto. No es necesario llegar a que se descuartice la separación de poderes o a que no se cuenten los votos para estar preocupados por la libertad en el Uruguay. Nuestro proceso no es revolucionario, pero nos están cocinando a fuego lento. Con la complicidad de los sectores frentistas que no comparten pero acompañan y la inacción de parte de la oposición nuestro Estado de Derecho se desfigura día a día. Al gobierno le queda un año y pico pero su capacidad de daño en ese lapso es enorme, por tanto es absolutamente indispensable ser activos militantes de la libertad para no despertarnos un día y no reconocer el país en que vivimos.

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