por Hernán Bonilla
Hernán Bonilla es columnista del diario El País (Uruguay),
consultor independiente y diputado suplente del Partido Nacional de
Uruguay. Obtuvo su maestría de Economía de la Universidad de Ort.
Esta pregunta ha estado presente a lo largo de la historia del Uruguay.
Los doctores del siglo XIX (tan injustamente maltratados) se
cuestionaban respecto de la viabilidad del país. A comienzos del siglo
XX desapareció bajo el auspicioso comienzo del “país modelo” de José Batlle y Ordóñez, para replantearse poco después por intelectuales lamentablemente olvidados como Julio Martínez Lamas,
el más lúcido analista de nuestra realidad en la primera mitad del
siglo. Luego con la crisis de los cincuenta sería recurrente y con mayor
o menor intensidad ha estado en el tapete en las últimas décadas, ya
sea en cuanto a nuestro Estado, la política exterior, educativa, etc.
La falta de rumbo es un problema, pero más aún cuando en medio del
cambalachesco gobierno actual se aprovecha la confusión reinante para
avanzar cercenando las libertades elementales. No es que exista
unanimidad en el Frente Amplio para seguir este
derrotero, pero la experiencia indica que los sectores “moderados” han
hocicado una y mil veces frente a los planteos “radicales” que no
comparten. Esa es la historia del sector del vicepresidente, Danilo Astori.
Hemos visto aberraciones varias en los últimos años, pero es más
preocupante aún que se quiera continuar por ese camino liberticida.
Sobran ejemplos pero hay dos que demuestran el punto: el reflotamiento
de las leyes de la Segunda Guerra Mundial para militarizar a la
población y la ley de medios.
Amparándose en el artiguismo (en una mala interpretación de las ideas del máximo prócer uruguayo, José Artigas)
Fernández Huidobro, el Ministro de Defensa, desempolva viajas leyes
para estudiar llamar a prácticamente todos los uruguayos a formar partes
de las “Reservas del Ejército”. La anacrónica y peligrosa idea del
pueblo “reunido y armado” no sólo está fuera de época sino que pone a la
población en una situación de obediencia castrense injustificable hoy
por fines militares. Llama la atención que esas leyes no hayan sido
derogadas, pero hoy se vuelven una clara amenaza.
La ley de medios que según se anuncia sería
kilométrica, engorrosa y compleja, vale decir, lo contrario a lo que
debe ser una ley, tiene un fin evidente e incluso admitido por actores
relevantes; limitar la libertad de expresión. No es necesario haber
leído a John Stuart Mill para tener plena conciencia de que esa
tentación de los gobiernos autoritarios es incompatible con una
verdadera democracia y la libertad de las personas. Pasamos de la
compartible opinión del presidente Mujica de que la mejor ley de medios
es la que no existe a querer ponerle una pata encima a los medios para
someterlos a las apetencias del gobierno de turno, un paso grosero hacia
la pérdida de calidad democrática.
Se podría afirmar, y sería cierto, que no estamos tan mal como
Argentina o Venezuela, pero es un consuelo tonto. No es necesario llegar
a que se descuartice la separación de poderes o a que no se cuenten los
votos para estar preocupados por la libertad en el Uruguay. Nuestro
proceso no es revolucionario, pero nos están cocinando a fuego lento.
Con la complicidad de los sectores frentistas que no comparten pero
acompañan y la inacción de parte de la oposición nuestro Estado de Derecho
se desfigura día a día. Al gobierno le queda un año y pico pero su
capacidad de daño en ese lapso es enorme, por tanto es absolutamente
indispensable ser activos militantes de la libertad para no despertarnos
un día y no reconocer el país en que vivimos.
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