15 mayo, 2013

¿A quién le importa la primera dama?

¿A quién le importa la primera dama?

De 2009 a la fecha Angélica Rivera ha sido el centro de cinco portadas de la edición mexicana de la revista ¡Hola! Cuatro veces ha tenido el mismo lugar en la revista Quién y dos más en la versión mexicana de Caras. Del total de textos publicados sobre ella, solo tres son entrevistas personales y el foco de las conversaciones ha sido invariablemente su relación o su posición como esposa del presidente Enrique Peña Nieto.


Asesorada sobre el alcance de sus declaraciones, cómoda frente a escenarios en los que tiene control y puede hablar en los términos que ella decide, Rivera rechazó en su momento que el noviazgo y el matrimonio con Peña Nieto fueran parte de una estrategia  para mejorar la imagen política de él. De manera más reciente, incluso hizo frente a un viejo rumor esparcido por medios y periodistas que daban por cierto que había sido golpeada e incluso enviada al hospital.
Varios escándalos que la involucraron desde la campaña presidencial pueden anotarse a la cuenta de cierto sector del periodismo, militante, desaseado y poco riguroso. Algunos medios, por ejemplo, le atribuyeron, sin verificar, comentarios discriminatorios escritos en una falsa cuenta de Twitter (aunque luego algunos periódicos como Vanguardia, que dieron despliegue a la nota, simplemente la borraron).
La versión de que Peña Nieto golpeaba a su esposa, por ejemplo, fue enteramente tomada de la cuenta de Twitter de la actriz Laura Zapata, quien pocas horas después se retractó, aunque algunos periodistas siguen alimentando la leyenda negra en redes sociales, difundiendo fotos alteradas con photoshop.
Angélica Rivera no es la primera a quien le sucede esto. En los noventa, columnistas políticos como Rafael Loret de Mola o Álvaro Cepeda  hicieron circular la historia de que Nilda Patricia Velasco, esposa del presidente Ernesto Zedillo, recibía ayuda psiquiátrica y que Juan Ramón de la Fuente había recibido la Secretaría de Salud como agradecimiento porque su padre había sido médico de la primera dama. La versión mutó, se hizo más sórdida; los columnistas en cuestión pasaron a hablar de adicciones, alcoholismo e intrigas de alcoba que enredaban al presidente con una secretaria de Estado.
El “interés público” en las actividades de la primera dama es totalmente legítimo; varios de los aspectos que conforman su vida privada pueden resultar relevantes para la sociedad pues no pueden desvincularse del cargo público que desempeña su esposo. En su momento, Marta Sahagún llevó ante los tribunales la defensa de su vida privada. En última instancia, fue la Corte la que determinó que ser la cónyuge del presidente de la República le confería, sin ninguna duda, un estatus distinto frente a la sociedad, pues se veía favorecida por la posición y los ingresos de su esposo.
A esto se sumaba el hecho de que al no conducirse como una persona interesada en mantenerse alejada del conocimiento público y divulgar voluntariamente diversos aspectos de su vida personal o involucrarse en actividades sociales, también estaba sometida al escrutinio público. De ahí que en 2007 el reportero Daniel Lizárraga pudiera acceder a la cifra de 14.3 millones de pesos ejercidos por la esposa de Vicente Fox en "gastos de orden social" y "de protocolo", que incluían dos sistemas de televisión de paga y un baño de marfil.
El seguimiento al personaje en tanto figura pública ha pasado, sin embargo, al terreno de la adjetivación denigrante. Angélica Rivera trabajó, desde 1988, como parte del elenco de Televisa, fue actriz de telenovelas y modelo en las revistas que controla el grupo; sin embargo, pese a que no ha cometido equívocos como el de Paulina Peña, la hija del presidente, ha sido blanco de un ensañamiento misógino que busca cobrar revancha contra el político mexiquense. La catarsis se limita a menospreciarla, a subrayar desde el discurso de clase que hay “calendarios de ella adornando las vulcanizadoras”, que su nombramiento  como presidenta del DIF “es un peligro para México” o que como mujer vale menos porque mientras Michelle Obama es graduada de Harvard ella es actriz.
Nilda Patricia Velasco es economista, pero eso de nada vale cuando la sabiduría popular de “cuando el río suena…” es puesta al servicio del linchamiento público y las fobias políticas.

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