Abordando y rebatiendo los 7 principales mitos sobre la inmigración
Por Álvaro Vargas Llosa
Ahora que
el Senado finalmente se encuentra debatiendo un proyecto de ley que
reformará el sistema inmigratorio, los legisladores harían bien en
separar el mito de la realidad.
Mito 1: Hay más inmigrantes que nunca y estos inmigrantes rompen el molde de las oleadas anteriores.
Entre 1860
y 1920, catorce por ciento de la población era de origen extranjero. El
promedio para el siglo 20 es poco más del 10 por ciento. La proporción
no es diferente hoy día—alrededor del 13 por ciento. Hasta la década de
1880, la inmigración se originaba en el norte y oeste de Europa pero en
décadas posteriores los inmigrantes vinieron desde Europa del sur,
central y oriental, la cual era cultural, política y económicamente
distinta. Por no hablar de los asiáticos, que llegaron en números
significativos.
Mito 2: Los inmigrantes emigran porque son muy pobres.
Las
personas más pobres migran internamente. Los países ricos, como Corea
del Sur, han enviado a muchos inmigrantes a los EE.UU., mientras que las
mujeres de Bangladesh, que son muy pobres, han emigrado poco, incluso
en Asia, la región con la mayor tasa de migración. Europa fue un
exportador neto de personas hasta el año 1980. Los lazos familiares, la
preferencia ocupacional, las angustiantes condiciones locales y los
lazos históricos importan. La intromisión de los EE.UU. en Cuba, las
Filipinas y la República Dominicana a principios del siglo 20 fue un
factor crítico en el movimiento de ciudadanos desde aquellos países
hacia los Estados Unidos. Los intereses comerciales fueron clave en
varios momentos en presionar a favor de la contratación legal de
mexicanos.
Mito 3: Estos inmigrantes son culturalmente diferentes y amenazan el modo de vida americano.
Los
inmigrantes son religiosos, familieros, emprendedores y no más propensos
a la delincuencia que los nativos. El setenta por ciento de los
hispanos que se trasladó a los EE.UU. en las últimas dos décadas son
católicos (un quinto son cristianos evangélicos) y el 23 por ciento son
protestantes. Uno de cada dos hogares indocumentados tiene parejas con
hijos; sólo el trece por ciento de ellos están encabezados por padres
solteros—contra un tercio de los hogares nativos. El porcentaje de
trabajadores inmigrantes que son cuentapropistas es similar al de los
nativos. La revalorización liderada por los inmigrantes ha revivido a
los vecindarios desde Nueva York a Florida. Ajustada por edad, la
proporción de inmigrantes que son delincuentes se equipara a la de los
nativos.
Mito 4: Los inmigrantes actuales no se asimilan, a diferencia de las anteriores oleadas.
De todos
modos, alrededor del cuarenta por ciento de los recién llegados hablan
un inglés razonable, pero el patrón de tres generaciones iguala a los
inmigrantes anteriores: la segunda generación es bilingüe pero habla
mejor en inglés y la tercera generación sólo habla inglés. En la tercera
generación, el matrimonio con personas de otro grupo étnico es fuerte
entre los inmigrantes. Hace un siglo, el diecisiete por ciento de los
inmigrantes italianos de segunda generación se casaba con no italianos,
mientras que en la actualidad el 20 por ciento de los mexicanos de
segunda generación se casa con no hispanos (a pesar de que, habida
cuenta de los números, es más fácil para ellos casarse con otro
mexicano.) A los inmigrantes de la segunda generación les va mejor que a
sus padres, como en el pasado.
Mito 5: Los trabajadores poco cualificados quitan puestos de trabajo, reducen los salarios y perjudican a la economía.
Como
productores y consumidores, los inmigrantes ilegales agrandan la torta
económica en por lo menos 36 mil millones de dólares al año. Esa cifra
se triplicaría si fueran legales—diversos estudios apuntan a un impacto
de un billón de dólares (trillón en inglés) sobre el PBI en diez años.
Los trabajadores poco cualificados satisfacen una necesidad al aceptar
empleos que otros no desean, dejando que los nativos asciendan en la
escala. Sin ellos, los empleadores tendrían que pagar salarios más
altos, encareciendo más esos productos y servicios. Tienen un pequeño
efecto negativo sobre los salarios en el extremo más bajo el cual es
compensado con un aumento en los salarios de aquellos que ascienden—el
efecto neto es un aumento del 1,8%.
Mito 6: Un sistema flexible significaría una invasión de extranjeros.
La
inmigración indocumentada se autorregula. Cuando hay demanda de trabajo
inmigrante, vienen en gran número; en tiempos de recesión, el flujo se
detiene. Entre 2005 y 2010 la inmigración neta se redujo a cero. La
legalización de este mercado indocumentado mantendría la dinámica. Dado
que el gran número de personas indocumentadas implica que las barreras
legales no han sido muy eficaces, es seguro asumir que las fuerzas del
mercado serían similares en un sistema flexible. ¡México está
progresando y el problema para los EE.UU. será pronto cómo atraer más
mano de obra extranjera!
Mito 7: Los inmigrantes no pagan impuestos y cuestan más de lo que aportan.
Los
inmigrantes pagan muchos impuestos locales y estatales, incluidos los
tributos sobre los bienes inmuebles y a las ventas, y cerca de 7 mil
millones de dólares en aportes a la Seguridad Social. Entre los años
1970 y 1990 representaron 25 mil millones de dólares más en ingresos
fiscales de lo que cuestan. Ellos contribuirían mucho más si fuesen
documentados. La mayoría de los niños inmigrantes tienen al menos un
padre que es ciudadano, por lo que computarlos a todos ellos como parte
del costo de la inmigración es engañoso. El Estado de Bienestar nunca
fue un factor de “atracción”: hasta después de la Segunda Guerra Mundial
los inmigrantes no tenían derecho a los programas de asistencia. Los
inmigrantes no provocaron que el gasto público creciera 50 veces en un
siglo.
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