por Armando Ribas
Armando Ribas es abogado, profesor de filosofía poltica, periodista, escritor e investigador. Es autor de Cuba: Entre la independencia y la libertad, Argentina 1810-1880: Un milagro de la historia, Los condicionamientos éticos de la libertad , entre otros.
El fracaso histórico de América Latina es un hecho incontrovertible.
Lo controvertible son las razones del mismo y lamentablemente las tesis
vigentes dan explicaciones que harían imposible cambiar la situación. Si
aceptamos a priori que tenemos una cultura inferior (o sea
somos naturalmente inferiores), ¿qué podemos esperar para el futuro de
nuestros hijos? Pero aún más, me pregunto: ¿qué quiere decir una cultura
inferior? Se sustenta que somos proclives a violar la ley y peor aun
que tenemos una vocación caudillista que en el fondo significa que no
estamos preparados para la libertad. Más aun seguimos auto-flagelándonos
pensando que somos por naturaleza políticamente corruptos y que la
pobreza general al unísono con la riqueza de los pocos, responde a
nuestra naturaleza corrupta. Lo más notable de estas observaciones es
que los que las hacen parecen sentirse excepciones de esa corrupción
natural cuyos orígenes los hacen llegar a los reyes católicos...
Al mismo tiempo hemos construido o aceptado una historia europea
pletórica de virtudes políticas que parecería que el Atlántico hubiese
impedido su llegada a nuestras costas. Hasta el propio Ortega y Gasset en su brillante obra La rebelión de las masas
incurre, a mi juicio, en uno de los errores históricos más
descabellados de nuestro tiempo. En esa obra lúcidamente señala que todo
lo antiliberal es anterior al liberalismo y que el
mayor peligro era el Estado y al respecto dice: “La estatización de la
vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad
social por el Estado; es decir la anulación de la espontaneidad
histórica que en definitiva sostiene, nutre y empuja los destinos
humanos”. Después de estas sabias palabras que decididamente se refieren
al proceso nacional socialista y fascista que se desarrollaba en
Europa, se manifiesta resentido ante la aparente convicción de lo que
considera un lugar común que era creer que América era el porvenir y
dice: “América lejos de ser el porvenir es en realidad un remoto pasado
porque es puro primitivismo. Y también contra lo que se cree, lo era
mucho más la América del Norte que la del Sur”.
Estas palabras que, a la luz de los hechos, resuenan como un
contrasentido del que Ortega y Gasset algo más tarde se arrepintió,
parecen tener hoy en nuestro medio una vigencia política a la que se ha
añadido el pensamiento de Lenin respecto al imperialismo. A esa opinión desatinada de Ortega y Gasset adhirió solemnemente J. Enrique Rodó,
quien en una interpretación a gusto propio de “La tempestad” de
Shakespeare, asimiló a los latinoamericanos a Ariel, un espíritu puro,
frente a un Calibán representado por los carniceros de Chicago (SIC).
Algo más tarde, Fernández Retamar en una interpretación igualmente
arbitraria de la obra citada, pretendió asimilar a Próspero al
capitalismo explotador de EE.UU. y a Calibán como los explotados. Pero Carlos Rangel en su obra del Del buen salvaje al buen revolucionario,
toma conciencia de la tendencia prevaleciente en América Latina y dice:
“El marxismo llena ahora para América Latina las mismas funciones que
cumplió a principios de siglo el manifiesto de Rodó”. Y yo añadiría que
Marx hoy nos llega a través de Lenin y su visión del imperialismo como
“etapa superior del capitalismo”.
Pero parecería evidente que estas pretensiones intelectuales nos
llegan desde los albores de la independencia a principios del siglo XIX,
en plena evolución de la Revolución Francesa como
resultado del Iluminismo, con excepción casi diría privilegiada de Cuba
que permaneciera en manos de la Corona Española hasta fines del siglo.
La intervención americana en Cuba, fue una ventaja indudable y así lo
reconoce Enrique José Varona que dice: “Los Estados Unidos han salvado a
Cuba para la civilización y la humanidad; y este es un título eterno a
nuestra gratitud”. Lamentablemente en medio siglo de república —o algo
parecido— esta realidad fue ignorada y sin darse cuenta se cayó en la
tiranía más cruenta que haya conocido el continente.
Evidentemente las palabras de Ortega y Gasset en gran medida
estaban vigentes en 1810, en el pensamiento de nuestros liberadores. Esa
realidad le hizo decir a Juan Bautista Alberdi, a
quien considero el pensador político más grande que diera la América
Latina, lo siguiente: “América del Sur se liberará el día que se libere
de sus liberadores”. En estas palabras Alberdi reconocía la confusión
existente entre libertad e independencia, y la ignorancia que éstos
tenían al respecto de la naturaleza misma de la primera. Así al respecto
señala que el error consistió en buscar la libertad por los medios que
se lograra la independencia, que fueron la espada y la guerra. Esa fue
la situación de América Latina con Bolívar a la cabeza después de
Guayaquil. Desafortunadamente más recientemente el presidente Bush
parecería haber sufrido esa misma confusión en Irak y está pagando las
consecuencias su país.
Hoy la revolución bolivariana del socialismo del siglo XXI, participa
de esa misma confusión, que en la práctica política beneficia a los
detentadores del poder en perjuicio de las libertades ciudadanas.
Consecuentemente se ignora la sabiduría que respiran las palabras de
Alberdi escritas en su ensayo “El despotismo del Estado”, donde ya había
tomado conciencia de lo observado por Ortega y Gasset al respecto del
Estado y dijo: “La Patria es libre, en cuanto no depende del extranjero;
pero el individuo carece de libertad cuando depende del Estado de un
modo omnímodo y absoluto”. Y ahí tenemos el ejemplo más evidente de esta
realidad en las puertas del Caribe. Puerto Rico no es independiente,
pero los puertorriqueños son libres; Cuba es independiente, pero los
cubanos no son libres.
En el momento en que Cuba parece tener la posibilidad de liberarse de
su liberador, el “liberador” venezolano, el Sr. Chávez amenaza aún
después de su muerte la libertad del continente, con la intervención
directa en Bolivia y probablemente otros países, basándose en el
antiimperialismo leninista y en el poder del petróleo. Alberdi por el
contrario no parece figurar en el pensamiento continental, donde a las
dictaduras militares ha seguido en varios países un despotismo electivo
al cual denominamos o más bien calificamos como democracia. Así reina
la colusión de Bolívar y Lenin, en desmedro de los derechos individuales.
Vale recordar que el Libertador en una carta al gobernador de Barinas
escrita en 1813 dice: “Jamás la división del poder ha establecido y
perpetuado gobiernos, sólo su concentración ha infundido respeto para
una nación, y yo no he liberado a Venezuela sino para realizar ese mismo
sistema”. Y en el discurso de Angostura señaló que el sistema de
gobierno de EE.UU. no es apropiado para nuestros países. Lo que llegó a
sugerir que necesitábamos se parece más a una dictadura que a cualquier
otro sistema de gobierno. Es evidente que Bolívar estaba influenciado
por la Ilustración, o aún más, tal como lo señaló Alberdi, había sido
educado en España bajo el despotismo más absoluto. Rechazar la
democracia estadounidense implicaba desconocer los derechos individuales
y sólo dejó como alternativa alguna forma de gobierno de autoritario,
por más votos que este obtenga.
Alberdi por el contrario tomó conciencia de lo que denomina la
barbarie ilustrada, refiriéndose a las doctrinas totalitarias que,
surgidas del Iluminismo, hicieron eclosión en el siglo XX en el nacional
socialismo, el fascismo y el comunismo. En una carta a Sarmiento
escribió: “Hay una barbarie ilustrada mil veces más desastrosa para la
verdadera civilización que la de todos los salvajes de América Latina”.
Alberdi había sido espectador de las comunas de Paris cuando como se
sabe los parisinos tuvieron que comer ratas. Alberdi había sido un
precursor y así logró que se llevara a cabo el proyecto político
argentino de la segunda mitad del siglo XIX basando su Constitución en
los mismos principios que la de Filadelfia. Él, así como Sarmiento
creían que se podía ser libre y civilizado sin ser ni anglosajón ni
protestante y en solo cincuenta años lograron convertir a uno de los
países más pobres de América en el octavo país más próspero del mundo.
La decadencia vino después de la mano del pensamiento nacionalista y
socialista de Europa, del que fueron salvados los europeos por los
estadounidenses. Insisto la disyuntiva es Alberdi o Bolívar o sea
libertad o tiranía.
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