Argentina: La economía le dinamita la política a Cristina
Por Julio Blanck
Tampoco
es cuestión de agarrársela solamente con ellos, esos cinco kamikazes a la
fuerza que son los que van y ponen la cara y se los nota nerviosos riéndose
vaya a saber de qué y explican lo que pueden y, por lo que se vio en el Senado,
pueden poco.
Guillermo
Moreno, Axel Kicillof, Ricardo Echegaray, Hernán Lorenzino y Mercedes Marcó del
Pont, nombrados así en riguroso y descarnado orden jerárquico, flamearon un
poco el martes, ante las preguntas de los periodistas cuando presentaron el
blanqueo de dólares; y mucho más flamearon ayer durante las largas horas de
reunión en el Congreso, ante las preguntas y señalamientos de los senadores de
la oposición.
No
es que los integrantes del quinteto que Cristina sacó a hacer funciones por los
barrios para defender el blanqueo de dólares sean flojos técnicamente, ni
improvisados, ni faltos de ambición y determinación. Sucede, simplemente, que
se los vio obligados a recitar un libreto en el que parecen creer poco,
porque de verdad es poco creíble. Y aunque hablaron y hablaron, se les
transparentó la incomodidad de haber acumulado antes muchas horas de relato
estructurado exactamente en sentido contrario. Porque les quedó a contramano la
confianza ciega en la sacrosanta virtud de un modelo que ahora, ya de modo
inocultable, empieza a mostrar cómo se le aflojan los tornillos.
Y
es que ellos cinco, poderosos y todo, aún con los distintos grados de
influencia y discrecionalidad con que se manejan, no dejan de ser delegados
del poder verdadero, que es el de Cristina. Y el que tiene poder verdadero
tiene la responsabilidad última por los hechos. Disfruta el tributo de los
éxitos y paga el costo inevitable por los fracasos.
Por
cierto, siempre hay un fusible que salta cuando las cosas no funcionan. En el
quinteto económico se puede anotar a uno, a dos o a todos ellos como candidatos
a volar por el aire si es preciso salvar la posición de la Presidenta. Pero
está probado que eso nunca alcanza del todo si el daño es profundo.
Ocurre
que este gobierno y este modelo se patinaron una década de soja a 500
dólares y más la tonelada, y resulta que ahora les falta plata. El dólar se
les voló y no encuentran la manera de cazarlo. Y pretenden que los que se
llevaron la plata afuera por desconfianza en el Gobierno y el país, ahora la
traigan de vuelta cuando el Gobierno es el mismo pero peor, y el país
deja escuchar algunos crujidos alarmantes.
Los
que pretenden semejante cosa son los mismos que proclamaron que por fin la
política iba a ser la que conduzca la economía; y comprueban hoy que es la
economía –tan mal conducida por ellos– la que les está dinamitando la política.
Después
de diez años la inflación se ríe de los congelamientos y cada día le muerde
otro poco al bolsillo. Se espanta la inversión, la producción se estanca o
retrocede, el empleo se frena y los salarios tiemblan. El Estado volvió a ser
deficitario y nada alcanza a disimular el estrago del que no salieron ni la
energía, ni el transporte, ni los caminos. Y la desigualdad persiste y se
disimula mal a pesar de los millones de planes de ayuda aplicados con el más
puro clientelismo.
Es
historia conocida: cuando la economía se complica, otros asuntos encuentran una
permeabilidad social hasta entonces desconocida. Los kirchneristas no tienen
que ir muy lejos para averiguarlo: se lo pueden preguntar a Carlos Menem, su
aliado.
La
corrupción, que toca con su sombra oscura el núcleo mismo del poder de estos
años, es el elemento más corrosivo. Pero también cuentan el atropello a la
Justicia, la intolerancia con el que piensa distinto, el avasallamiento del
Congreso.
Nada
es enteramente nuevo: de todo ya había evidencias desde hacía años. Pero lo que
la bonanza económica antes acolchonaba, en la conciencia frágil de una
sociedad como la nuestra, ahora se hace imposible de seguir negando y se
vuelve irritación fácil.
Hay,
así, un espacio de maniobra que la oposición todavía no atina a ocupar. Una
suma de pequeñas miserias, envidias y celos, especulaciones y mezquindades de
sus oponentes, le permite a Cristina mantenerse dominante aún en condiciones
cada vez más complicadas. Pero allí hay un guiso que empezó a cocinarse,
incluso con más ingredientes que el que derrotó al Gobierno en la elección de
2009. Hay para ellos una oportunidad, quizás inesperada.
La
Presidenta formalizó el calendario: primarias en agosto y elecciones en
octubre. En ese camino, que es breve, mucho se espera sobre las definiciones
que puedan producir Daniel Scioli y, más todavía, Sergio Massa. Ellos
tienen capacidad para provocar cambios dramáticos en el escenario, si deciden
jugar su carta distanciándose de Cristina. Tienen, en esa hipótesis, mucho para
ganar y mucho para perder también. Hoy, los dos dudan y calculan. Aunque deben
percibir, con su afinado olfato, que el clima de oposición, en plena
efervescencia, puede dejar desairados a los que especulen demasiado.
La
Argentina que no necesita del auxilio del Estado para intentar construirse una
vida digna cada día, parece haberse alejado políticamente de Cristina, quizás
de forma definitiva.
En
la otra Argentina, siempre sumergida, informal, hostilizada y tantas veces
invisible, hay estudios que muestran que las carencias crecientes de la
economía empiezan a desflecar el apoyo compacto a la Presidenta y a quienes
gobiernan el Estado.
Un
sondeo reciente en la provincia de Buenos Aires, reveló que los opositores
irreductibles a Cristina casi duplican a los que la apoyan bajo cualquier
circunstancia. La suma de esas porciones antagónicas es la mitad del
electorado. La otra mitad tiene la decisión electoral en sus manos.
Estos
estudios están en manos de dirigentes políticos y sindicales relevantes, casi
todos peronistas y ávidos de participar en un reparto distinto del poder. La
mayoría son opositores, otros permanecen en el oficialismo por decisión táctica.
Tienen más ambición que principios ideológicos inamovibles. Son profesionales.
Viendo
los acontecimientos de los últimos días, el énfasis con que defienden el
blanqueo en el que no creen, quizás los funcionarios y legisladores de Cristina
no imaginen cuánto se parecen a aquellos que odian. Esa similitud, si se
quiere, es la derrota última del relato.
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