por Manuel Suárez-Mier
Manuel Suárez-Mier es Profesor de Economía de American University en Washington, DC.
Se anunció en días pasados que el nuevo director general de la Organización Mundial de Comercio (OMC) será, a partir del 1º de septiembre, el embajador brasileño ante ese organismo Roberto Azevedo,
diplomático de carrera de Itamaraty, la prestigiada cancillería de
Brasil, y con una larga de experiencia en negociaciones comerciales.
No tengo la menor duda de la habilidad del embajador Azevedo pero
está por verse si será capaz de crecer y adoptar un liderazgo
independiente de las enraizadas posiciones proteccionistas que
caracterizan a su país, una de las economías más cerradas del mundo.
La selección del director general de la OMC se realiza por consenso
de las 159 naciones que pertenecen a esa organización, pero se trata de
un “consenso ex-post facto”, es decir, una vez que se ha
perfilado un claro ganador en cuanto a los votos que recibe en un
“democrático” proceso en el que cada país cuenta con un voto.
La elección de Azevedo y no la de Herminio Blanco, el excelente candidato mexicano cuyas credenciales como campeón del libre comercio y exitoso negociador en jefe del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que superaban por mucho las del embajador brasileño, nos lleva a varias y preocupantes conclusiones.
En primer lugar se suponía que los países industrializados,
incluyendo a EE.UU., la Unión Europea y Japón, habrían apoyado la
candidatura de Blanco aunque de haber sido este el caso, no hicieron una
campaña muy efectiva en sus respectivas áreas de influencia geográfica
para asegurar el voto de naciones aliadas.
En segundo término, la activa y eficiente diplomacia brasileña, con
una cobertura geográfica mucho más amplia que la de México,
particularmente en África, consiguió alinear un apoyo muy amplio de los
países en vías de desarrollo a favor de su candidato, lo que subraya una
de las debilidades de la diplomacia mexicana.
A diferencia de Itamaraty que tiene su agenda de prioridades
nacionales muy claras, Tlatelolco —aunque la cancillería mexicana ya se
mudó de regreso a la avenida Juárez— ha tenido un desempeño errático y
mediocre, particularmente en los últimos doce años en dónde ha habido
múltiples cambios de rumbo y énfasis diplomático.
Los esfuerzos realizados por el flamante canciller José Antonio Meade
en apoyo de la candidatura de Blanco, sufrieron de esa desventaja
estructural lo que debe llevar al nuevo equipo a cargo de nuestras
relaciones externas a definir una agenda coherente con las prioridades
nacionales en esa materia, y actuar en concordancia.
Más preocupante aún, sin embargo, es que la campaña de Azevedo,
apoyada por los socios BRICS de su país —China, India, Rusia y
Sudáfrica—, concitó el respaldo de muchos países en desarrollo que
apoyan “una vía más gradual en la apertura de sus economías,” que
traducido a lenguaje llano significa que prefieren el proteccionismo.
Hay que recordar también que Azevedo, haciéndose eco de las
preocupaciones de Brasil, trató de conseguir que la OMC buscara la
aplicación de remedios de índole comercial contra las políticas
monetarias de países como EE.UU. y China, que manipulan sus tipos de
cambio para hacer sus exportaciones artificialmente más competitivas.
La tragedia de que sea Azevedo y no Blanco el líder de la OMC en
momentos en que hay un resurgimiento de posiciones proteccionistas en el
mundo entero, es que se requiere de un liderazgo claro y persuasivo
para llevar a buen término la ronda de negociaciones iniciadas en Doha
hace doce años que parecen atoradas sin remedio.
No conozco al embajador Azevedo pero a Herminio Blanco lo vi de cerca
operar una complejísima negociación con EE.UU. y Canadá entre 1991 y
1994, que culminó en el TLCAN. Su liderazgo en integrar un equipo de
negociadores de lujo, su infinita paciencia para superar muchos momentos
críticos y su habilidad para incorporar al sector privado a las
negociaciones “en el cuarto de junto”, fueron notables.
Entre 1994 y 2000, ya como secretario de Comercio, Blanco supervisó y
llevó a su exitosa culminación las negociaciones de los acuerdos de
libre comercio de México con la Unión Europea y Japón, así como otros
múltiples convenios similares con decenas de países, sobre todo en
América Latina.
Esperemos que el nuevo líder de la OMC nos sorprenda gratamente
emprendiendo una campaña lúcida y denodada para llevar a buen puerto las
negociaciones de la Ronda de Doha en una era poco propicia para la libertad de comercio, por el estancamiento o raquítico crecimiento de muchos países, por sus devaluaciones competitivas y por el renacimiento proteccionista global. ¡El fracaso sería terrible!
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