Brasil: ¿Un gigante que se pone trampas a sí mismo?
Por Darsi Ferret
Las
elites políticas brasileñas parecen decididas a ponerle freno al desarrollo
responsable del gigante suramericano. Por un lado sientan reales en los
círculos poderosos, y también internacionalmente responsables con el equilibrio
mundial, como G-20, y por otro se vuelven incondicionales de regímenes
dictatoriales como el de Cuba o de franca decadencia como el chavismo
venezolano.
Y
lo peor es el comportamiento continental. Injerencia y brutales presiones
imperiales en Honduras a raíz de la destitución del presidente Manuel Zelaya
por decisión soberana y unánime de los poderes públicos de ese país, luego que
este pretendiera dar un golpe de estado. Injustificable oportunismo cuando la
crisis institucional de Paraguay, aplicando su enorme peso dentro de
Mercosur para forzar la expulsion de los paraguayos del Bloque regional y la
entrada de su aliado venezolano. Y todo a nombre de la defensa de la soberanía
de Paraguay, mientras actúan en represalia a los poderes públicos de esa
pequeña nación mediterránea por causa de la invalidación constitucional
del cargo como presidente del izquierdista Fernando Lugo. Para colmo, como
colofón a este errático comportamiento, alianza abierta y apoyo oficial a la
dictadura militar más antigua del hemisferio Occidental y a todos los proyectos
antidemocráticos creados por el chavismo y su diplomacia petrolera.
¿Cómo
es posible que Brasil, una pujante nación democrática y con desarrollo del
Estado de Derecho y las libertades ciudadanas, apoye abiertamente tiranías
impresentables en América Latina y África? ¿O proyectos donde a nombre de una
supuesta integración latinoamericana o cooperación Sur- Sur, de hecho y
desembozadamente se busque crear a empujones un bloque político de esteril
confrontación contra la nación estadounidense, como ocurre con los
deshilachados ALBA, CELAC, UNASUR? ¿De qué manera compaginar esas estrechas
miras geopolíticas de exclusión y enfrentamiento en tiempos compulsivamente
integradores de la globalización? ¿Cómo se puede llevar a la par tal
inclinación trasnochada, de la época de Guerra Fría, con una innegable y
creciente presencia en los asuntos mundiales? ¿Esa actitud resultará coherente
para los responsables políticos brasileños? ¿Para el pueblo de Brasil? ¿Dónde
está la responsabilidad de la que su país hace rato debería estar haciendo gala
y méritos no sólo en su territorio nacional, con estricto apego al Estado de
Derecho, la democracia y los Derechos Humanos?
Recientemente
la nación carioca ha invertido sumas multimillonarias de sus haberes públicos
en proyectos de infraestructura para las dictaduras partidistas cubana y
angolana. Increíblemente ha puesto en secreto inamovible hasta el 2028
cualquier acceso a la información relacionada con esos malsanos proyectos. Por
estos días salió a la luz pública que además negocian con los Castro el
subvencionarlos con miles de millones de dólares a costa de que les envién 6
mil médicos, que trabajarán en los lugares pobres de Brasil alojados en
condiciones precarias y siendo explotados por el castrismo como mano de obra
esclava.
Más
allá de las poco disimuladas simpatías, debilidades y condescendencias que la
presente administración brasileña muestre por los regímenes de fuerza siempre
que sean de izquierda (lo que parece estar justificado para que se violen derechos
humanos y civiles… fuera del territorio brasileño), una incógnita queda a
disposición de la valoración internacional: ¿puede Brasil ser considerada una
nación con responsabilidad y liderazgo internacional de cara al futuro? ¿O ni
siquiera llena esos zapatos en el presente?
La
realidad es que por el camino que se aventura es poco probable que se gane el
respeto o la consideración de jugar un rol significativo en la geopolítica
global o continental. No basta con el peso específico que vaya adquiriendo su
economía. China pretende lo mismo con su enorme potencial, pero siempre salen a
relucir sus limitantes contradicciones internas. Brasil no puede pretender ser
un ejemplo de democracia responsable y de gran potencia cuando el partido de
mayoría en el gobierno permanece impertérrito ante escandalosos actos de
corrupción en cadena de sus altos funcionarios. Entonces, hay que pensar que
este dislate de ese gigante suramericano en sus asuntos internacionales tiene
su raíz en lo interno.
La
sociedad brasileña no se debe dejar dormir con los cantos de sirena que les
pueda estar llegando desde los altos cargos de la dirección del país,
vendiéndoles la imagen de pujanza económica, ser receptores de inmigración
calificada y una clase media que crece imparable. Todo eso es cierto, pero
viene acompañado de responsabilidad en los asuntos internacionales. No se puede
ser una democracia ejemplar y al mismo tiempo actuar como ese Imperialismo que
hipócritamente repudia contra pequeños países hermanos que se defienden de la
descarada injerencia intervencionista de ALBA y Cuba. Ni hacer bandera común en
los foros públicos y amparar con secretos sospechosos a las dictaduras que
atropellan por décadas a su pueblo, como ocurre con el régimen de los Castro.
La
responsabilidad como potencia respetable no se gana simplemente con el peso
específico que se logre en el mercado mundial. Un lugar tan o más prominente lo
permite ser consecuente con lo correcto y decente. No se quiere o fomenta para
los demás el mal que no se desea para los suyos. El gobierno y el pueblo de
Brasil deberían tener muy en cuenta el llamado a la razón. Su progreso
sería más grato y sólido si dejara de apoyar y en cambio fuese severa
vigilante de las dictaduras y tiranías. Eso comenzaría a darle méritos
para ser identificada como una nación poderosa a seguir.
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