24 mayo, 2013

¿Dónde más los políticos se sientan a dialogar -públicamente- con delincuentes comunes?

Ángel Verdugo
¿En qué otro país podría darse y verse un espectáculo semejante? 
¿Dónde más los políticos se sientan  a dialogar -públicamente- con delincuentes comunes?
Las imágenes son de sentir vergüenza; las mesas donde unos estaban sentados de manera muy propia frente a los otros, lucían sobrias y eran el marco adecuado para una reunión entre fuerzas políticas opositoras. Las caras de los políticos, denotaban satisfacción por el diálogo que llevaban a cabo con los interlocutores sentados frente a ellos.
Éstos, si bien lucían cautos, al final no pudieron esconder su satisfacción por haber logrado la legitimación buscada desde hace años; ese día, al estar sentados frente a los que hoy por hoy deciden qué iniciativas de ley son enviadas al Congreso y el contenido de cada una, habían obtenido —sin dar algo a cambio—, un certificado de buena conducta y ser investidos de una representatividad de la cual carecen.

Además —en la práctica—, fueron exonerados de toda responsabilidad por una larga cadena de delitos del orden común, que en semanas recientes cometieron frente a las cámaras de televisión sin recato alguno.
¿Acaso describo a los representantes del Estado en una de las mesas y en la otra, a los representantes de un movimiento armado cuya fuerza militar obligó a aquéllos a dialogar con éstos?
Nada de eso; en un lado estaban los dirigentes de los tres partidos políticos principales de ese país —acompañados por algunos funcionarios— y en el otro, delincuentes del orden común, que han hecho de la violación sistemática y violenta de la ley la razón de ser, tanto de ellos como de su “organización”. De un lado pues, los que representan la ley y las instituciones y del otro, delincuentes del orden común sobre los que pesan órdenes de aprehensión por los delitos cometidos.
¿Hablo aquí de algún país sin ley y sin instituciones? No, hablo de México y los delincuentes que ahí departieron con sus interlocutores, se hacen llamar “maestros democráticos”. Este último adjetivo se explica,  seguramente, porque saquean y destruyen lo que encuentran y  conculcan los derechos de cualquiera que se les ponga en el camino; es decir, a todos joden. De ahí el carácter de “democráticos”.
¿Cómo llegamos a este nivel de degradación política? Si bien se sabe y acepta la inclinación sempiterna de nuestra clase política por las prácticas corruptas —que les permite apropiarse de una parte no despreciable de la renta nacional— y del desprecio de la legalidad, esta contemporización con delincuentes comunes es más de lo que uno habría esperado ver. ¿Podrían los políticos y funcionarios ahí sentados, explicar el porqué de lo que vimos?
¿En qué otro país podría darse y verse, un espectáculo semejante? ¿En qué otras latitudes es posible encontrar hoy, a ingenuos como los que ahí se ufanaron del “diálogo” que sostuvieron con delincuentes confesos? ¿Dónde es posible encontrar a políticos como los de ese día, que piensan que hacen bien en sentarse con quienes jamás han dado pruebas de respeto de ley alguna, a excepción de la de la gravedad? ¿Quién esperaría entonces, un comportamiento civilizado y respetuoso de la legalidad y el Estado de derecho de parte de esos delincuentes comunes y sus seguidores?
Si bien nuestros políticos han caído muy bajo en esto de la abdicación sistemática y permanente de la responsabilidad que tienen de hacer respetar la ley, lo visto este martes rebasa todo límite. Tratarlos así, sólo los fortalece.
¿Cuál será entonces, al final del día, el precio a pagar por los mexicanos —excepto, por supuesto, los políticos—, por ese “diálogo”?

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