Dos Méxicos emergentes
Allende las intenciones de Obama en su
elocuente discurso en el Museo de Antropología, es destacable la claridad con
la que describe la parte positiva del México emergente; sin embargo, excluye
del discurso su lado oscuro, cuya capacidad destructiva es desmedida.
Obama, acertadamente nos describe como una
nación en reconstrucción. Habla del desarrollo de nuevas industrias en México,
de nuestra capacidad innovadora y de competencia en el mercado mundial. Destaca
el desarrollo de una sociedad civil más organizada, capaz de apoyar al prójimo,
luchar por los derechos humanos y alertar contra la impunidad y resalta nuestra
creciente democracia.
Además, llama a los jóvenes a apoderarse de
su destino y el del país. Los ubica en “la intersección descrita por Paz: los
que respetan su herencia, pero también son parte de algo nuevo. Es el espíritu
de la juventud y su voluntad por deshacerse de viejos hábitos lo que guiará al
mundo hacia delante”.
Pero Obama omite dos elementos. Primero, la desatención histórica justamente al sector
que considera clave: los jóvenes. Estos representan 27% de la población total
pero, según INEGI, sólo alrededor de 25% de ellos tienen acceso a la
universidad. La falta de oferta educativa es real. Los jóvenes tienen poca
educación (10 años promedio), de mala calidad y
pocas opciones de trabajo o capacitación al terminar sus estudios.
La deserción se dispara al terminar
secundaria y hay pocas herramientas para evitarlo. El desempleo juvenil es el
más elevado. Nadie los contrata y hace seis años que se les criminaliza,
encarcela y combate en vez de atenderlos.
El discurso oficial cambió y se esperan
nuevas acciones pero el proceso de atención es de lento impacto mientras la
velocidad del deterioro es vertiginosa. La convivencia en zonas urbanas
desordenadas, la conectividad tecnológica, aunadas a la impulsividad natural de ese grupo social,
hace que el contagio y multiplicación de las malas opciones sea muy ágil,
principalmente por la ausencia de alternativas positivas e instituciones de
contención.
En segundo lugar, con la misma audacia y
fuerza con la que se desarrolla el lado luminoso de la emergencia social, crece su lado funesto. El crimen organizado es
la oscura materialización de todas las cualidades mencionadas por Obama:
Adaptación tecnológica, innovación, capacidad
empresarial, detección y desarrollo de mercados, ambición, sistemas de
financiamiento sofisticados, intercambio comercial internacional,
competitividad y cooperación sociedad-Estado en su peor expresión, corrupción e
impunidad.
Estos elementos se combinan en negocios de alta rentabilidad como la venta de droga o la trata que
crecen a un elevado costo social.
Los muertos se acumulan y en su mayoría son
jóvenes. Las instituciones, tanto federales como locales, son muy débiles y a
expensas de los criminales, su reconstrucción es cada vez más cara y difícil.
Con la ilegalidad de las drogas y las restricciones migratorias, la
rentabilidad de estos mercados hace exorbitante el costo de la reconstrucción
del Estado.
Obama reconoce la corresponsabilidad
estadunidense y empuja su reforma migratoria pero rechaza regularizar la droga.
Prefiere gastar millones de dólares en instituciones débiles y cooptadas en
México y Centroamérica antes que revertir ese costoso dogma.
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