por Christopher A. Preble
En un artículo reciente (en inglés) los ex senadores Joseph Lieberman y Jon Kyl advirtieron de manera sombría acerca de los peligros de una política de “aislamiento”.
Nunca definen realmente lo que la política de aislamiento es, ni
indican quién supuestamente cree en ella. Se limitan a referirse a un discurso dado principios de este año por el senador Rand Paul
(Republicano de Kentucky) en la Heritage Foundation. El artículo
provoca una serie de preguntas y no contesta ninguna de ellas. Aquí
consideremos algunas:
¿Acaso son aislacionistas las personas que creen que el principal
objetivo de las fuerzas armadas de EE.UU. es defender a EE.UU. y sus
intereses vitales? ¿Es ser “aislacionista” creer que la obligación más
sagrada de un gobierno es defender a su pueblo de perjuicios y, por lo
tanto, que otros países deberían asumir la responsabilidad de su propia
seguridad?
Cuando la gente señala que nuestras múltiples alianzas de la era de la Guerra Fría constituyen una forma particularmente generosa de ayuda externa, con los estadounidenses pagando para defender a otros países
(en inglés) que podrían defenderse por sí solos, ¿es eso aislacionismo?
Muchos de estos países beneficiados gratuitamente —más recientemente Francia
(en inglés)— han elegido, en cambio, lanzar su dinero a Estados de
Bienestar inflados, generosas pensiones de jubilación, y transportación,
vivienda y sistemas de salud subsidiados. ¿Acaso es aislacionista
señalar que tal arreglo impone cargas injustas sobre los estadounidenses
que pagan por esos gastos?
¿Qué hay de otros tipos de ayuda externa? ¿Acaso son aislacionistas las
personas que cuestionan la sabiduría de enviar decenas de miles de
millones de dólares a gobiernos extranjeros? El economista difunto Peter Bauer
(en inglés) caracterizó la ayuda externa como “un proceso mediante el
cual las personas pobres en los países ricos ayudan a las personas
pobres en países pobres”. Otros han mostrado que algunos billones de
dólares gastados a lo largo de cinco décadas han tenido poca o nula
efectividad para estimular el crecimiento económico a largo plazo, y que es más probable que lo haya retardado. ¿Acaso Lieberman y Kyl no están de acuerdo con esto?
¿Cómo describirían Lieberman y Kyl a aquellos estadounidenses que se oponen a la intervención militar de EE.UU. en Siria? Una reciente encuesta de Rasmussen
(en inglés) indica que solamente 17 por ciento de los estadounidenses
quieren que EE.UU. se involucre más, mientras que 50 por ciento quiere
que nos mantengamos alejados de la situación. Una encuesta de The New York Times/CBS News
(en inglés) revela que 24 por ciento de los estadounidenses creían que
EE.UU. tenía la responsabilidad de actuar, pero 62 por ciento dijo que
no la tenía. Cuando la gente indica que este país tiene un récord dudoso
de escoger ganadores y perdedores en sangrientas guerras civiles que se
llevan a cabo en tierras distantes, ¿está siendo aislacionista?
La curiosa alianza de Lieberman con Kyl por sí sola provoca una serie de
preguntas. Parecen estar de acuerdo acerca de que los estadounidenses
deberíamos gastar mucho más en las fuerzas armadas de lo que gastamos
hoy, gasto que en promedio supera lo que gastamos durante uno de los momentos más oscuros de la Guerra Fría
(en inglés). Sin embargo, ¿cómo pagaríamos esto? Sería lógico especular
que Joseph Lieberman, el candidato a vicepresidente del Partido
Demócrata en el año 2000 y quien obtuvo una calificación de 5 sobre 100 de la organización Americans for Tax Reform (en inglés), cree que deberíamos elevar los impuestos.
No obstante, ¿Jon Kyl también lo cree así? Él firmó la Promesa para
Proteger al Contribuyente y obtuvo una calificación de 100 sobre 100 de
Americans for Tax Reform. Si aumentar los impuestos no es una opción a
considerar, ¿qué otros recortes del gasto público
respaldaría Kyl para lograr financiar unas fuerzas armadas todavía más
onerosas? ¿O acaso ambos hombres prefieren evitar estas preguntas
difíciles y simplemente agregar otra capa a la deuda para que nuestros
niños y nietos la paguen? Esto no lo dicen.
Pero algo sí queda claro: Si continuamos en el actual camino, con otros
países haciéndose cada vez más dependientes del poder militar de EE.UU. y
menos inclinados a desarrollar sus propias fuerzas armadas, las cargas
sobre los contribuyentes estadounidenses y las fuerzas armadas de EE.UU.
simplemente se volverán más pesadas. La mejor solución es alentar a
otros países a que asuman la responsabilidad de su defensa y paguen por
lo menos una porción de los costos, correspondiente a los beneficios que
ellos derivan de un mundo pacífico y próspero.
Lieberman y Kyl bien pueden endilgarle un membrete a esa posición, pero
la gran mayoría de estadounidenses la caracterizarían como una postura
con legitimidad básica y sentido común.
En gran medida, los estadounidenses quieren estar involucrados con el
mundo sin estar a cargo de este. Y si algunos estadounidenses podrían
preferir darle la espalda al mundo, los intervencionistas no tienen a
nadie más que culpar que así mismos. Los actuales opositores más
verbales del supuesto aislacionismo fueron los más verbales partidarios
de esas guerras de la última década que lograron que hoy desagrade tanto
al público estadounidense la política exterior en general, y los
conflictos militares en el extranjero, particularmente.
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