10 mayo, 2013

El declive del liderazgo de Estados Unidos amenaza su posición como la superpotencia mundial

América en Riesgo #AR 11-02

Estados Unidos se enfrenta a un mundo cada vez más peligroso, con la sombra amenazante de un Irán con armas nucleares, la creciente inestabilidad en el norte de África, una renaciente y cada vez más agresiva Rusia en Europa, una creciente China autoritaria en el Este, un maligno estado paria en Corea del Norte y la amenaza global del terrorismo islamista. Sin embargo, Washington parece casi pasivo frente a estos enormes desafíos, con una administración que carece claramente de cualquier visión coherente a largo plazo para conservar a Estados Unidos como superpotencia del mundo. Desde Teherán a Trípoli, la administración Obama ha sido espectacularmente lenta a la hora de liderar.
Hace apenas unos años Estados Unidos era verdaderamente temido en la escena mundial; los regímenes dictatoriales, los adversarios estratégicos y los estados patrocinadores del terrorismo medían sus pasos con gran cautela ya que al frente estaba la nación más poderosa del mundo. Ahora  Estados Unidos parece débil, sin timón y frecuentemente confundido en su planteamiento. Esta es una situación tan peligrosa que sólo envalentonará a sus enemigos, confundirá a sus aliados y debilitará el poder mundial americano.




La antítesis del liderazgo de Reagan

No parece haber una gran causa impulsando la política exterior del presidente Barack Obama – no hay ninguna estrategia predominante para optimizar el poder americano, no hay un concepto de guerra global contra los militantes islamistas, ni ningún deseo de fortalecer las defensas de América. Su planteamiento sobre asuntos internacionales es exactamente el contrario al de Ronald Reagan. Su modelo se basa sobre la ingenua creencia de que a los enemigos de América se les puede ganar a través de una política de “acercamiento” en lugar de enfrentarlos con máxima fuerza y que hacer importantes concesiones puede favorecer la seguridad de Estados Unidos.
A diferencia de Reagan, Obama no ve a Estados Unidos como una nación excepcional que tiene un papel único, el de liderar el mundo libre y hacerle frente a la tiranía. En sus discursos en el extranjero, él ha expresado con frecuencia los errores que encuentra en su propio país en vez de proyectar confianza sobre la grandeza americana. Desde El Cairo hasta Estrasburgo, Obama ha adoptado un tono de disculpa en vez de mostrar fe en América como una refulgente ciudad en la colina, un faro de libertad. Un líder que carece de orgullo del histórico papel de su propia nación como gran libertadora simplemente no puede proyectar fortaleza al exterior.

La degradación de las alianzas de América

Un fallo dominante de la política exterior de Obama ha sido su buena disposición a ofender o incluso a socavar a aliados claves de Estados Unidos para así intentar apaciguar a regímenes hostiles, competidores estratégicos o a bloques de países del mundo islámico o de América Latina. A decir verdad, el equipo de Obama ha hecho más por minar las relaciones con los amigos de Estados Unidos que cualquier otra administración americana en la era moderna.
Ejemplos de primer orden sobre las tácticas de mano dura de la administración Obama han incluido a Benjamín Netanyahu con respecto a los asentamientos israelíes; haberse rendido ante Moscú en el asunto de la defensa antimisiles y con ello sacrificando a polacos y checos; la decisión de ponerse del lado de los marxistas depuestos en Honduras y apoyar a Argentina en sus exigencias a las Naciones Unidas para auspiciar conversaciones sobre la soberanía de las Islas Malvinas. Todas estas acciones han provocado considerables tensiones con los verdaderos amigos de América, mientras que no han reportado ningún beneficio tangible para Washington. Sencillamente se ha proyectado una carencia de lealtad y una considerable debilidad.
La administración ha prestado atención escasa a forjar y mantener alianzas tradicionales de América, incluyendo la Relación Especial anglo-americana que ha sido el corazón de la alianza transatlántica por más de 70 años. Esta Relación Especial se ha deteriorado perceptiblemente y a veces hasta ha sufrido humillaciones bajo la presidencia de Obama que ha demostrado un desprecio estremecedor con el socio y aliado estratégico más importante de Estados Unidos. El actual punto de vista de la administración fue resumido por un alto funcionario del Departamento de Estado, que declaró en marzo de 2009:
No hay nada especial sobre Gran Bretaña. Es exactamente igual que los otros 190 países en el mundo. No se debería esperar un trato especial”. [1]

La falta de  preocupación por los derechos humanos

También ha quedado muy claro que la Casa Blanca de Obama da poca importancia a los asuntos sobre los derechos humanos internacionales y, en contraste con la administración anterior, no ha continuado con la agenda de la libertad ni en Oriente Medio ni en ninguna otra parte. En su lugar, esta administración ha estado demasiado dispuesta a sacrificar el liderazgo de Estados Unidos en deferencia a instituciones supranacionales tales como las Naciones Unidas, cuyo historial en hacer frente a las dictaduras es virtualmente inexistente.
La administración Obama valora mucho más el acercamiento a regímenes hostiles, incluso si están cometiendo graves violaciones de derechos humanos, creyendo equivocadamente que el apaciguamiento mejora la seguridad. Este ha sido el criterio con Irán, Rusia y Corea del Norte. Cuando los manifestantes tomaron las calles para demostrar su oposición contra la dictadura islamista en Irán en 2009, por ejemplo, la represión brutal que sufrieron apenas mereció una respuesta de la presidencia americana. Mientras tanto, la administración se ha apresurado a extender una mano amiga a tiranos brutales, como Omar Hassán al-Bashir, a pesar del hecho de que el genocida gobierno sudanés y su subordinada milicia árabe Yanyauid habían masacrado a cientos de miles de personas. El enviado especial del presidente Obama a Sudán, el general retirado de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, J. Scott Gration, describió así la nueva estrategia de apaciguamiento:
“Tenemos que pensar en distribuir galletas. Los niños, los países – reaccionan a [premios como] estrellitas, caritas sonrientes, a los apretones de manos, acuerdos, conversaciones, al acercamiento”. [2]

Se debe restaurar el liderazgo de América en la escena mundial.

En un mundo cada vez más peligroso, el presidente Obama ha adoptado un acercamiento manso y pasmado con respecto al liderazgo americano. Mientras que los enemigos de América se fortalecen más, Estados Unidos parece ser más débil y vulnerable. Al mismo tiempo, todas las alianzas con Gran Bretaña, Israel, Japón, Europa Central y del Este han sido dañadas desde una Casa Blanca que se ha preocupado más por pedir disculpas a los adversarios hostiles que en reforzar las amistades con los aliados clave.
La tímida política exterior de la administración Obama es la última cosa que el mundo necesita en un momento de creciente inestabilidad en Oriente Medio, incluyendo la amenaza cada vez mayor de un Irán dotado con armas nucleares y el aumento de la militancia islamista desde Egipto hasta Yemen. El liderazgo de Estados Unidos es ahora más necesario que nunca, pero se ha desertado del escenario mundial de manera ruborizante.
El presidente ha fracasado de manera estrepitosa para proyectar una imagen de América como la única superpotencia que ha realizado sacrificios enormes en defensa de la libertad en todo el mundo, desde las playas de Normandía a los campos de batalla de Afganistán. En virtud de la Doctrina Obama, el excepcionalismo americano ha sido un concepto sin sentido en lugar de ser un principio central del pensamiento estratégico de Estados Unidos.
La administración Obama está supervisando e implementando el mayor declive del poder global americano desde Jimmy Carter. Solamente reconstruyendo las defensas de América, reduciendo de manera decisiva el déficit presupuestario, proyectando un enérgico liderazgo internacional y restaurando alianzas claves, podrá Estados Unidos superar las graves amenazas y los desafíos que se le presentan en el siglo XXI.

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