¿El fin de la izquierda latinoamericana?
Alvaro Vargas Llosa
La condición exacta de Hugo Chávez sigue siendo el acertijo
churchilliano envuelto en un misterio dentro de un enigma. El presidente
venezolano, que ganó su tercera reelección en octubre pasado y ha
estado hospitalizado en Cuba durante varias semanas con cáncer, se
perdió su propia ceremonia de investidura en enero. En su ausencia, el
vicepresidente Nicolás Maduro, el sucesor de Chávez designado a dedo, ha
quedado a cargo del gobierno por tiempo indefinido. Pero Maduro no es
Chávez; carece tanto del carisma como de la base de poder del
combustible gobernante de Venezuela. Y esto no entraña sólo un problema
académico en Caracas: el interrogante que atormenta a la extrema
izquierda latinoamericana, a la que Chávez ha dominado en la última
década, es quién tomará su lugar.
En el ascenso de la izquierda política en América Latina durante la
última década, Chávez ha ocupado un lugar preponderante. Políticos como
Evo Morales, Rafael Correa y Cristina Fernández de Kirchner tienen una
enorme deuda de gratitud con Chávez por haber impulsado la nueva oleada
de populismo, la versión latinoamericana del socialismo. La enfermedad
de Chávez ha servido para poner de relieve esa deuda. “El tema de salud
del hermano Chávez no sólo es una preocupación del pueblo venezolano,
sino también de todos los pueblos antiimperialistas del mundo”, expresó
Morales en enero hablando detrás de un podio: “Todos somos Chávez”.
Pero el carisma y el malévolo genio político de Chávez no explican por
qué ha sido capaz de lograr tanta influencia regional. A través de un
astuto uso de los petrodólares, los subsidios a los aliados políticos e
inversiones políticas oportunas, Chávez ha asegurado su revolución
bolivariana con dinero en efectivo…y a montones. Pero esa eficaz
constelación de dinero y demagogia ha quedado ahora desalineada, dejando
un vacío de poder que será difícil de llenar para los herederos
políticos de Chávez en el hemisferio.
Varios líderes latinoamericanos desearían sucederlo, pero nadie
reúne las condiciones necesarias: la bendición de Cuba, una faltriquera
abultada, un país con peso demográfico, político y económico suficiente,
un carisma potente, una disposición a asumir riesgos casi ilimitados y
suficiente control autocrático como para que él o ella pueda dedicar un
tiempo importante a la revolución permanente fuera de casa.
Lo que vaya a ocurrir está en parte en manos de Cuba. En tanto que
Cuba ha convertido a Venezuela en su agente de política exterior, los
hermanos Castro necesitan que Caracas siga siendo la capital del
movimiento para conservar alguna vitalidad. Al tiempo que Cuba depende
de los cerca de 100.000 barriles de petróleo fuertemente subsidiados
que el régimen de Chávez le suministra todos los días, la nación isleña
tiene un control sobre el aparato de inteligencia y los programas
sociales de Venezuela. El propio Chávez reconoció
el año pasado que hay cerca de 45.000 “trabajadores” cubanos manejando
muchos de sus programas, aunque otras fuentes hablan de un número
bastante mayor. Esta fuerte conexión permite a Cuba ejercer una
influencia indirecta sobre varios países de la región. La influencia de
Caracas en América Latina proviene de Petrocaribe, un mecanismo para
ayudar a los países del Caribe y Centroamérica a comprar petróleo
barato, y el ALBA, una alianza ideológica que promueve el “socialismo
del siglo 21”. La combinación de los dos da Caracas, y por lo tanto a La
Habana, cierta autoridad sobre las políticas de otros 17 países.
¿Qué significa esto para el futuro de la izquierda? Básicamente que
Cuba hará todo lo posible para apuntalar a Maduro. El elegido de Chávez
nunca será una figura venerada —sus talentos como político son
deslucidos— pero con el apoyo de La Habana y el control del dinero
canalizado a los líderes de la región conservará algo del manejo de
Chávez. En los últimos meses, él y lo que podríamos llamar el núcleo
civil del gobierno venezolano han tenido una presencia constante en La
Habana, donde han dependido umbilicalmente de la información
proporcionada por Cuba acerca del estado real de Chávez. Este cogollo se
compone principalmente de Rosa Virginia, la hija mayor de Chávez, su
esposo Jorge Arreaza, quien también es ministro, Cilia Flores, esposa de
Maduro y procuradora general de la república y, por último, Rafael
Ramírez, el director del gigante petrolero PDVSA.
Maduro ha efectuado la mayor parte de sus anuncios políticos clave
desde La Habana, a menudo flanqueado por algunas de estas personas para
consolidar su legitimidad dentro de las fuerzas armadas venezolanas,
donde tiene rivales, y por supuesto, de la izquierda latinoamericana a
gran escala. Por el momento, parece haber funcionado: la izquierda de la
región le prestó diligente apoyo a través de diversos organismos
regionales cuando la oposición denunció los arreglos que lo han
convertido en un presidente en funciones por tiempo indefinido. En una
declaración publicada por el Secretario General José Miguel Insulza, la
Organización de los Estados Americanos apoyó los arreglos constitucionales en Venezuela a raíz de la ausencia de Chávez, provocando la ira de los MUD, la oposición unida.
En todo esto la clave está en el dinero a disposición de Maduro. Las
ventas de la petrolera PDVSA, la vaca lechera estatal que proporciona
dinero al régimen, sumaron 124,7 mil
millones de dólares en 2011, de los cuales una quinta parte fue al
Estado en forma de impuestos y regalías, y otra cuarta parte se destinó
directamente a una panoplia de programas sociales. Este tipo de gestión
produce pésimas finanzas, razón por la cual la empresa precisa recurrir
al endeudamiento para financiar sus gastos básicos de capital, y hiere
la productividad, pero sigue siendo crucial para el régimen y la
izquierda latinoamericana. El financiamiento de los programas sociales
en el país y los envíos de petróleo subsidiado al extranjero, así como
la entrega de dinero a varias entidades foráneas, son en buena parte lo
que hace de Caracas el epicentro de la izquierda. En consecuencia, el
apoyo que Maduro disfruta de Cuba y el dinero con que cuenta compensan
su falta de liderazgo.
Aunque la debacle económica de Venezuela ha tenido un efecto
debilitante sobre el sistema antes descrito, al igual que la mala salud
de Chávez, China ha ayudado a mitigar el impacto. El Banco de Desarrollo
de China y el Banco Industrial y Comercial de China han prestado
a Caracas 38 mil millones de dólares para financiar algunos programas
sociales, un poco de gasto en infraestructura, y compras de productos y
servicios chinos. Otros 40 mil millones han sido prometidos para
financiar parte de los gastos de capital necesarios para mantener el
flujo de petróleo comprometido con Beijing. El oxígeno proporcionado por
Beijing otorga a Caracas cierta capacidad para engrasar la maquinaria
regional a pesar de la crisis interna.
No obstante el apoyo de Cuba a Maduro y el dinero del petróleo,
seguirá habiendo una especie de vacío en la cima de la izquierda
latinoamericana después que el vicepresidente le tome la posta a Chávez
de manera permanente (suponiendo que sea capaz de consolidar su propio
poder internamente y defenderse de sus rivales militares). Otros líderes
latinoamericanos verán claramente un vacío por lo menos para ampliar su
papel si no pueden liderar del todo a la izquierda.
Kirchner, en la Argentina, ya está tratando. A medida que se ha
radicalizado aún más en respuesta a una aguda crisis económica en su
país y el surgimiento de una oposición tanto dentro de las filas de su
partido como entre la vasta clase media, se ha apartado del peronismo
tradicional en la búsqueda de un rol latinoamericano importante. En el
último año, ha hecho del reclamo de su país sobre las Islas Malvinas,
actualmente bajo control británico, un punto central de su política
exterior, obteniendo un apoyo explícito en el Mercosur (el mercado común
sudamericano) y UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas). Hasta hace
poco, limitaba su relación con Caracas a los negocios y los gestos
ocasionales, más que a la ideología (Buenos Aires vendió bonos soberanos
a Caracas hace unos años y más tarde pudo importar combustible de forma
barata y suscribir acuerdos comerciales). Ahora también realiza viajes a
La Habana y ha alzado su voz para denunciar a los sospechosos
habituales del imperialismo: ciertas democracias liberales, los
inversionistas extranjeros, los tribunales internacionales y el FMI.
Adoptando este tono, espera aglutinar a la base en un momento difícil.
Por ahora está impedida de buscar la reelección en 2015, pero está
tratando de modificar la Constitución para que le permita postularse a
otro mandato, decisión que llevaría un sello chavista.
Existen, sin embargo, límites a su potencial papel como líder de la
izquierda latinoamericana. El más importante es el económico. El modelo
estatista y populista argentino está actualmente en bancarrota. El
crecimiento económico fue mínimo en 2012, un año que también vio una
inflación récord y la ampliación de los controles de capital a fin de
evitar una fuga de dólares. Este no sería un obstáculo político
insuperable si no fuera por el hecho de que la mayoría de los argentinos
actualmente se le opone—su índice de aprobación ha caído al 30 por
ciento—y de que su propio partido está fracturado.
Una cosa es luchar contra la “derecha fascista” como jefa de un frente
peronista unido, pero muy diferente es que Kirchner sea denunciada más
estridentemente por su base izquierdista que por la centro-derecha.
Aparte del hecho de carecer de los fondos para financiar la revolución
regional—no obstante que maneja la mayor economía populista de América
Latina—, Kirchner no puede darse el lujo de dedicar su atención a los
asuntos extranjeros. Por último, pero no es lo menos importante, la
Argentina es un país demasiado grande y demasiado orgulloso para aceptar
la casi subordinación a Cuba, una condición clave para liderar a los
rebeldes de América Latina.
¿Y por qué no Morales, en Bolivia? Dado el simbolismo de sus raíces
indígenas, parece un posible candidato de fuerza. Pero se encuentra
geográficamente muy lejos de La Habana: las constantes peregrinaciones
de Chávez a Cuba serían difíciles de replicar para Morales. También
tiene crecientes problemas en casa, donde su base social y política está
ahora amargamente dividida. A diferencia de Chávez, que ha sido capaz
de agrupar a sus distintos partidarios bajo un paraguas socialista, el
partido de Morales, el MAS, ha quedado aislado de la miríada de
movimientos sociales que alguna vez lo apoyaron y ahora afirman que no
está cumpliendo con las promesas de justicia social. Sus principales
peleas no han sido con la derecha sino con estas organizaciones, las
cuales han paralizado el país en varias ocasiones.
Al igual que otros populistas, Morales tiene algo de dinero a su
disposición a través de la venta de recursos naturales. Pero la
inversión privada es muy pequeña en Bolivia y Morales ha duplicado la
proporción de la economía que está directamente bajo el control del
gobierno. Como necesita destinar recursos a programas económicos
populistas para mantener a sus enemigos a raya, Morales no puede
financiar aventuras en el extranjero. De hecho, su necesidad de efectivo
está obligándolo a cobrar a Kirchner, una aliada cercana, cerca de
cuatro veces más por el gas natural de Bolivia que la tarifa vigente en
la propia región productora de gas de Argentina, la cuenca de Neuquén.
Por último, la economía de Bolivia es muy pequeña: representa apenas el 8
por ciento de la de Venezuela.
Correa, quien como presidente de Ecuador dirige un país productor de
petróleo, es otra posibilidad. Sin duda tiene la ambición y es el macho
alfa intelectual de la manada. Su inevitable reelección de este mes le
dará un renovado vigor. Pero su país produce cinco veces menos petróleo
que Venezuela y, con una economía con menos de una quinta parte del
tamaño de la de aquel país, no está en posición de ejercer el liderazgo a
nivel regional. Después de triplicar el gasto del gobierno desde que
llegó al poder en 2007, las arcas de Correa enfrentan
un déficit fiscal del 7,7 por ciento del PIB. Por haber suspendido
pagos de la deuda nacional en 2008, el Ecuador no puede acceder a los
mercados de capitales. Si no fuera por los más de 7 mil millones de
dólares del salvavidas que China ha arrojado a Correa en pagos
adelantados por petróleo y créditos, la situación financiera del país
sería nefasta. Dado que el 80 por ciento de las exportaciones petroleras
de Ecuador han sido prendados como garantía por estos préstamos, Correa
no podría en ningún caso subsidiar a otros países.
Eso deja a Brasil, el país latinoamericano más poderoso y un símbolo
de la moderación ideológica, como factor potencialmente clave para el
destino de la izquierda latinoamericana. Si lo quisiera, claro. Pero
hasta ahora Brasil ha cedido a Chávez de manera deliberada el espacio
para desempeñar un rol desproporcionado en el vecindario. Dado que el ex
presidente Luiz Inácio Lula da Silva tenía raíces marxistas y una base
radical a la que agradar, compensó sus políticas internas responsables
tolerando y, a veces alentando, el liderazgo de Chávez en la izquierda
regional. En política exterior, Lula prefirió dedicar su tiempo a
cimentar las relaciones con los otros países del grupo BRIC y recoger
aliados en África, en parte con el fin de recabar apoyos para un asiento
permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. El resto lo empleó
haciendo arrumacos a los adversarios de los Estados Unidos, incluyendo
Irán, y proponiendo soluciones a la cuestión israelí-palestina (una
iniciativa para la cual se asoció con Turquía).
Dilma Rousseff, la actual presidenta brasileña y heredera política de
Lula, ha moderado la política exterior de su país pero es consciente
del hecho de que su dominante predecesor y la base partidaria desean
relaciones estrechas con la izquierda. Esta es una razón importante para
haber mantenido a Marco Aurélio García, un hombre conectado
umbilicalmente con los populistas regionales, como asesor de política
exterior.
Pero Dilma no está personalmente interesada en liderar a la izquierda
de América Latina. La principal herramienta económica de su país en
América Latina, el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social
(BNDES), financia mayormente a empresas nacionales que invierten en la
región y no a otros gobiernos, y sus desembolsos en América Latina sumaron
tan sólo 1.000 millones de dólares el año pasado. Una iniciativa para
integrar la infraestructura en América del Sur liderada por Brasil,
conocida como IIRSA, carece de una impronta política o ideológica. Dilma
se enfrenta también a un desafío económico del que Lula se libró. El
crecimiento se ha estancado (apenas 1 por ciento el año pasado), lo que
ha dado pie a una seria introspección acerca de por qué la estrella
emergente de la última década se enfrenta ahora a la perspectiva de un
futuro mediocre si no se emprenden nuevas reformas.
Todo esto apunta a que la relación Cuba-Venezuela sigue desempeñando
un papel fundamental a través de Maduro. Dicho esto, Maduro tendrá una
capacidad mucho menor para proyectar influencia que cuando Chávez estaba
al timón. Es de suponer que el vacío parcialmente dejado por Chávez
dará pie a una puja entre diversas fuerzas por un papel más importante,
incluyendo a Kirchner como la peronista radicalizada que maneja la mayor
economía populista, mientras Morales y Correa, así como el nicaragüense
Daniel Ortega, tratan de llaman la atención sin el peso necesario para
mandar de verdad . Brasil arbitrará entre estos izquierdistas y esperará
a ver lo que surge antes de jugarse por alguien.
Si ningún líder viable hereda el manto de Chávez, el futuro augura
mucho desorden para la izquierda latinoamericana. Temerosa de que esto
pueda significar el fin del movimiento, no existe más que un milagro al
que la izquierda puede aferrarse: que Chávez encuentre la manera de
levantarse de su lecho de muerte en La Habana.
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