El PAN y sus diferencias
Liébano Sáenz
En democracia hay que aprender a vivir con diferencias, al
tiempo de intentar superarlas para que no se vuelvan en contra.
Así, en una sociedad libre y abierta, a nadie debe sorprender el
desacuerdo o punto de vista diferenciados; esta es expresión propia de la vida
en comunidad y es función del sistema político que el antagonismo o la
competencia se resuelvan por las vías institucionales, tales como las
elecciones o el quehacer parlamentario a través de la regla de mayoría.
Por razones históricas el país ha sido rehén de la unanimidad;
hay quien dice que la herencia colonial se expresa en una visión de la
sociedad, de la política y del poder, que pareciera indicar que todos debemos
coincidir, en todo momento y frente a cualquier circunstancia.
Afortunadamente la tradición liberal del siglo XIX y la
revolucionaria del XX no fueron de ideologías cerradas. En México han proliferado
ideas totalitarias, pero nunca han
triunfado.
En este sentido el pragmatismo que caracteriza a la política y
la visión secular del poder han servido para despejar del horizonte las
tentaciones totalitarias.
En contraste, casi todas las naciones desarrolladas han padecido
este mal, muy pocas se han escapado de ello; debiera ser motivo de orgullo,
frente a los muchos y variados problemas que hemos padecido, que la política
mexicana no se haya aventurado hacia tales derroteros.
Aún así, hay dificultades para interiorizar los valores propios
de la democracia liberal.
En mi opinión, uno de los mayores retos es aprender
a coexistir con nuestras diferencias. La tentación autoritaria no
es respuesta. En algunos, el miedo a la libertad es del mismo tamaño de su
miedo a quien piensa distinto.
La convivencia más racional y más productiva no es la que anula
el disenso, sino la que lo interioriza no para trivializarlo, sino para hacer
de éste un activo, y con ello, que la constante sea la renovación a partir del
escrutinio crítico del poder y del orden existente de cosas.
Al interior de los partidos es más compleja la resolución de las
diferencias internas, debido a que las organizaciones se instituyen en un marco
de contienda en el terreno de la lucha por el poder.
Por ello, es común que se privilegie la unidad y la disciplina;
en otras ocasiones prevalece la falsa premisa de que el adversario está afuera
y por lo mismo hay que ceder ante todo aquello que comprometa la unidad y el objetivo
político —causa ésta de que muchas reformas no hayan avanzado en los años
recientes—.
En no pocos escenarios los partidos se vuelven una suerte de
movimiento religioso militar con verdades reveladas, verticalidad en su
organización interna y amenaza permanente de ser acusado de traición.
Los partidos totalitarios o autoritarios son estrictos en
extremo con el disidente en su interior; dentro de éstos, las diferencias se
resuelven con purgas y distintas formas de exclusión.
La sanción debe ser ejemplar para disuadir a cualquiera de
incursionar en conductas semejantes.
El PAN tiene de origen una muy valiosa tradición de
coexistencia en la diversidad; aprendió desde muy temprano a
resolver temas a través de la deliberación respetuosa y construir consenso
mediante el ejercicio de prácticas democráticas.
Esquema bajo el cual se decidían temas doctrinarios, de
organización o para elegir candidatos o dirigencia. No era una discusión de
todos los miembros del partido, ni eran procedimientos incluyentes, pero eran
auténticos en su expresión deliberativa y eran eficaces, casi siempre, para
resolver temas fundamentales y construir unidad.
Las crisis existieron, la más seria cuando no se logró mayoría
para postular candidato presidencial en 1976 o la escisión a la que llevó el
foro doctrinario después de los comicios de 1988.
El PAN cambió y mucho en el poder. Ganó la oportunidad de
gobernar, pero perdió parte de su esencia de ética política; hasta
pareciera que el PAN no estaba preparado para actuar como partido
gobernante.
El pragmatismo y la subordinación al gobernante fueron
dos de sus errores. Hoy debe recuperar lo mejor de sí mismo y esto no puede
ocurrir sin un examen crítico de su pasado inmediato.
La elección de 2012 no debe contemplarse como un simple
resultado adverso, sino como la expresión de una crisis
profunda y de un distanciamiento con la sociedad que
ese partido asume representar.
Tampoco la crisis del PAN se reduce al desencuentro del
dirigente Gustavo Madero con quien se desempeñaba como coordinador de los
senadores, Ernesto Cordero.
Lo que ahora vive el PAN es el reacomodo derivado de su tránsito
de partido en el poder a partido en la oposición, con la dificultad adicional
de que tal condición debe compartirla con la izquierda, la que se ha manejado
con inédita destreza en la negociación con el gobierno y el partido en el
poder.
La estabilidad del PAN no se resuelve con un nuevo coordinador
de los senadores, sino con la construcción de un nuevo equilibrio en el que se
privilegie el futuro respecto al pasado y a las responsabilidades y los retos
políticos de la organización.
Considero que uno de los errores más lamentables y en cierta
medida inexplicable es que quienes se oponen al actual dirigente lo hagan
también contra el acuerdo de la pluralidad.
Es entendible la reserva al PRI y a su gobierno, pero no
a un catálogo de compromisos y cambios por los que mucho ha luchado
el PAN en la oposición o en el gobierno.
Hacer del pacto anatema es llevar al PAN a lo que nunca ha sido,
el partido del dogma y la intolerancia.
La salida de su crisis llevará tiempo y deberá resolverse
abrevando de una de las mejores tradiciones del PAN, que es su
capacidad de deliberar y acordar en libertad.
Una elección plebiscitaria de su próximo dirigente nacional
contribuye pero es notoriamente insuficiente. El PAN debe discutir y debatir,
pero no necesariamente entre los mismos de siempre y solo con aquellos que
obtuvieron su investidura o privilegio merced a su cercanía con quien tenía el
poder, también se requiere hacerlo con los muchos dirigentes y militantes
panistas olvidados o marginados por la inercia propia de los 12 años de poder
presidencial.
Las diferencias del PAN deben servir para construir una nueva
unidad, un partido capaz de cumplir su cometido histórico desde el lugar que el
voto ciudadano le ha conferido.
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