27 mayo, 2013

El populismo termina siendo personalismo

El populismo termina siendo personalismo

Por Victor Becerra
El presidente Rafael Correa de Ecuador inició hace unos días su tercer mandato consecutivo. Concidentemente, Evo Morales lanzó su candidatura para su ReReElección en 2014, sirviéndose del Tribunal Constitucional y el Senado de su país para reinterpretar la ley que se lo impedía, como ya lo había hecho Daniel Ortega en 2011 a fin de lograr igualmente su tercer mandato en Nicaragua. En el mismo sentido, en febrero último, el presidente de Cuba, Raúl Castro, de 81 años, fue “reelecto” por la Asamblea Nacional para un segundo mandato de cinco años, aunque anunció que esta será su última gestión presidencial.

En Argentina, en tanto, el kirchnerismo se debate sobre empujar una reforma constitucional que permita la candidatura de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner para un tercer mandato consecutivo. Y en Brasil, Lula da Silva podría intentar competir por un tercer mandato en 2016. Al respecto, el campeón de la ReReElección en América Latina fue Hugo Chávez, quien fue reelecto por tercera vez consecutiva en octubre del 2012, pero falleció en marzo último, menos de dos meses después de haber comenzado su cuarto mandato. En total, gobernó 14 años seguidos. Todos ellos se declaran (o dijeron ser en el caso de Chávez) de izquierda, socialistas o “progresistas”, pero como sus casos demuestran, el apego al poder y la avidez por el monopolio político parece no tener tintura ideológica.
Una variante de este modelo ha sido apoyar a los familiares (preferentemente cónyuges) como continuadores del “proyecto” (un proyecto hecho siempre de grandes palabras, sin contraste con la realidad). Así sucedió en Argentina, cuando Néstor Kirchner en un escenario de gran debilidad política, selecciona en 2007 a su esposa Cristina Fernández como candidata, para dar “nuevos aires al proyecto”. Así, hoy en Perú, coincidentemente con un discurso del presidente Humala que empieza a hablar de expropiaciones, “compra” pública de empresas privadas, corrupción entre la “familia presidencial” y la persecución de rivales desde la propia Casa presidencial, se habla también de la probable postulación de su esposa Nadine en las presidenciales de 2016, con la posible utilización de fondos públicos de por medio, a pesar de la prohibición legal, contenida en la llamada “Ley Susana”, una norma que aprobó la mayoría parlamentaria fujimorista en 1993 para impedir la postulación a la presidencia de la ex mujer de Fujimori, Susana Higuchi, madre de Keiko Fujimori, eventual principal rival de Nadine (los pequeños desquites de la historia…), como se le llama.
Otra variante también tiene como protagonista a Cristina Fernández: Dado que su popularidad está por los suelos por su mal desempeño económico, por la creciente polarización a la que conduce Argentina y por los señalamientos de corrupción que comienzan a apuntar hacia ella, se habla de que, dentro del círculo de la presidenta, la opción para continuar el kirchnerismo sin los Kirchner sería postular al vicepresidente Amado Boudou. En cualquier otro régimen, postular al vicepresidente sería natural, pero no en Argentina, donde se especula en una estrecha cercanía más allá de la política entre la presidenta y el vicepresidente. Al menos hasta que Boudou fue desplazado de las preferencias presidenciales por el abogado español Baltasar Garzón. De igual manera, la selección del yerno de Hugo Chávez como actual vicepresidente venezolano en gran medida fue con la intención de lograr cierta continuidad del chavismo sin Hugo Chávez. Al grado de que la familia del propio Chávez sigue viviendo en la Residencia presidencial. Y del propio presupuesto público.
A la vista de estos antecedentes, el riesgo que entraña la reelección presidencial consecutiva en América Latina es muy alto: El líder personaliza el poder frente a poderes legislativos y judiciales impersonales, generalmente débiles y desacreditados, y por ello incapaces de servir de contrapeso; el propio poder ejecutivo se dedica a servir únicamente a los deseos del titular de la Presidencia y sus familiares (generalmente en el objetivo no declarado, pero deliberado y tenaz de sacar el mayor provecho posible a los recursos del estado), quien utiliza una fraseología “progresista” que va creando una base política por fuera de los partidos y una alta popularidad mediante el clientelismo, la cual refuerza la ilusión de la indispensabilidad del líder, hasta que éste se ve tentado a cambiar las reglas del juego en su beneficio y todo el sistema institucional se convierte en un erial, incapaz de regenerar las reglas democráticas y crear nuevos liderazgos, porque lo único que sobrevive es el líder inevitable y la rapiña de su camarilla. Tal como ha sucedido en cada una de las ReReElecciones que hemos comentado y que el ejemplo venezolano retrata con toda crudeza.
La reelección consecutiva presidencial se puede efectuar hoy en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Colombia, Nicaragua y República Dominicana. En tanto, en Costa Rica, Chile, Perú, El Salvador, Panamá y Uruguay debe transcurrir un período presidencial para la reelección. En cambio, en Guatemala, Honduras, México y Paraguay no hay reelección. Pero la tentación reeleccionista consecutiva está presente en todas partes. Se vivió con Carlos Menem en Argentina, Fernando Henrique Cardoso en Brasil, Alberto Fujimori en Perú, Manuel Zelaya en Honduras, recientemente con la esposa de Álvaro Colom en Guatemala, y hasta pudo pasar en México, cuando los sueños de reelección de Carlos Salinas nunca llegaron a concretarse, o la posible postulación de la esposa de Vicente Fox creó un cuadro de aguda polarización.
Pero esto no debiera crear la impresión de que el problema es la reelección. En realidad, si la reelección está bien normada, si no implica ventajas ilegítimas para el titular del poder y si las reglas de juego aplican para todos y todos las respetan, la reelección es un mecanismo óptimo de rendición de cuentas. El problema comienza cuando las dobles o triples reelecciones o las reelecciones indefinidas quedan en el juicio personalísimo del titular en usufructo del poder e impulsor de las reformas legales para permitirlas y beneficiarse de ellas. De allí a la deriva hacia el culto a la personalidad, la persecución de críticos y medios, la corrupción, el despotismo  clientelar y el autoritarismo, sólo hay un paso. Tal como estamos viviendo todos los días.

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