15 mayo, 2013

El "socialismo" europeo y la "mafia rusa": algunas reflexiones sobre el rescate de Chipre

Tribuna Libre 

“Hablamos en diferentes idiomas pero de las mismas cosas”, decía Mijail Bulgákov, autor de El maestro y Margarita. El genio de las letras rusas no hablaba ningún idioma extranjero y quizás por ello en esto estaba equivocado.
En esta era de globalización, utilizamos muchas palabras que creemos que todos conocemos sin darnos cuenta de que pueden tener significados muy diferentes dependiendo de nuestro bagaje histórico y cultural. Así, en Europa occidental el término socialismo se asocia con determinadas posturas ideológicas comúnmente aceptadas o al menos toleradas por la inmensa mayoría de la población. No obstante, para una gran parte de los europeos del Este y de los rusos esta misma palabra define un conjunto de ideas y prácticas inaceptables; entre otras lacras execrables, en su conciencia la palabra “socialismo” se asocia con el término mafia.


No se trata de “mafia” en el sentido vulgarizado por algunos periodistas, que la usan para definir cualquier supuesta actividad criminal llevada a cabo por más de un delincuente. Para los conocedores del socialismo real, la palabra mafia describe el estado de desesperación absoluta de las personas sometidas a un sistema inhumano en el que la burocracia dicta la ley, y lo hace porque puede; porque siempre puede hacer valer su ley recurriendo a la violencia.
En este sistema, es legal y deseable todo aquello que lleve a un control mayor de esta burocracia sobre todos los aspectos de la vida cotidiana de los ciudadanos, que no tiene ningún remedio, ni escapatoria. Bueno, la verdad es que de vez en cuando alguno se escapa: “O tienes enchufe o te mandan al círculo polar a medir la profundidad de la nieve siberiana”, - decía mi amigo desesperado por abandonar el paraíso soviético. Y lo consiguió; desde hace más de treinta años vive en Boston.
Con la caída del telón de acero y el desmoronamiento del imperio soviético el lenguaje periodístico ha convertido la palabra mafia en una especie de cliché o fetiche que acumula todos los males que vienen del Este de Europa. La mafia vende entradas al ballet ruso, compra plazas de toros en Cataluña para convertirlos en centros comerciales y, por supuesto, corrompe todo lo que parecía incorruptible. Tan grave es la situación que cualquier medida está justificada en la lucha contra esta lacra, parecen decir los periodistas.

Así, se aprueba una reforma confiscatoria en Chipre. Según los defensores de la refundación del capitalismo no pasa nada, porque lo que se confisca es el dinero de los mafiosos rusos. Se publican historias de “unos maletines con cerraduras codificadas llenas de dinero en efectivo” que se llevaban a la isla por los presuntos criminales rusos. ¿Quién de los autores realmente había visto estos maletines (por no mencionar su contenido)? ¿Y por qué nadie quiere a estas alturas consultar los informes de la FATF, según los cuales el rating de Chipre en medidas de prevención de blanqueo de capitales fue superior al de Alemania?
Lo curioso es que, según parece, los clientes más grandes de los bancos chipriotas no han perdido ni un duro como consecuencia de estas medidas confiscatorias, tan aplaudidas por algunos medios europeos. Extraña coincidencia: las grandes fortunas habían abandonado la isla mucho antes de que se produjese el “rescate”.
Aunque este hecho puede ser un argumento más a favor de las teorías de conspiración y confabulación de la plutocracia internacional, la explicación que me ha dado un banquero ruso que trabajaba en Chipre es mucho más sencilla: “Estábamos disminuyendo nuestras operaciones en la isla desde el momento en el que los chipriotas empezaron a invertir de forma masiva en deuda griega y las cerramos completamente cuando se forzó a los acreedores privados de Grecia [incluyendo a los bancos chipriotas] a aceptar a una quita, como parte del rescate de la Troika. Estaba claro que acabaría en desastre. El aumento del impuesto de las sociedades hizo el negocio en Chipre aún menos atractivo”. Los bancos y fondos rusos utilizaban la isla para hacer operaciones en la bolsa de Moscú, porque en Chipre no se tributaba por las plusvalías obtenidas de las operaciones en bolsas extranjeras.
Los pequeños y medianos ahorradores rusos que utilizaban los bancos de Chipre para esquivar los riesgos de la falta de seguridad en Rusia y, entre otras cosas, para asegurar sus capitales de la omnipresente y real mafia rusa no tuvieron tanta suerte.
Mi amigo se llama Alexey. Voy utilizar este nombre para tapar un poco su identidad real; no es para protegerle de la hacienda rusa, que permite a los ciudadanos de este país (siempre y cuando no ocupen ningún cargo público) tener sus cuentas en el extranjero sin necesidad de declararlos a las autoridades rusas. El principal temor de Alexey no son las autoridades públicas, sino las bandas criminales rusas, que pueden hacer cualquier malicia a un hombre de negocios siempre y cuando conozcan a quién precisamente hay que hacer el mal para quedarse con su negocio. Fue la razón por la que Alexey pretendió hacer sus negocios en Rusia con la protección añadida de operar desde la jurisdicción chipriota (que, por cierto, parecía más segura precisamente porque Chipre es miembro de la UE).
El negocio de Alexey es la basura, en el sentido literal de la palabra. Controla varios vertederos en las afueras de Moscú. Presiento las sonrisas irónicas de los sabelotodo que han visto alguna que otra serie de televisión y ya están diciendo para sus adentros “otro negocio controlado por la mafia”.
Alexey tiene 67 años y un doctorado en física nuclear. Su último puesto en la difunta URSS fue “liquidador de Chernóbil”. Es la descripción de trabajo que aparece en los CVs de los que, ya fuese con un doctorado en física nuclear, o con un carnet de camionero, trabajaron en la limpieza de los residuos radioactivos después de la catástrofe de Chernóbil. Cuando se desmoronó el imperio soviético esta gente se quedó sin nada y abandonada a su suerte. Algunos la tenían. Algunos tenían también conocimientos, experiencia y autodisciplina de trabajo. Alexey invirtió sus talentos en el reciclaje de basura y tuvo éxito.
Su éxito podría haber sido aún mayor si no hubiese tenido que luchar contra las “mafias” de Gasprom y Rosenergo, dos monopolios rusos en el sector energético. Por ejemplo, entre otras cosas, ha encontrado una forma muy rentable de producir energía a partir de residuos domésticos. “Podría producir energía para abastecer una ciudad de varias decenas de miles de habitantes”, me contaba en su día.
– ¿Por qué no lo haces?
– ¿Quieres que me crucifiquen aquellos que distribuyen y venden la energía ahora cobrando sus sobresueldos?
En fin, el típico humor negro de los sobrevivientes del socialismo real.
Alexey me llamó hace poco:
– Buenas noticias. Ya me dejan sacar trecientos mil euros para pagar el salario de mis empleados en Rusia.
– ¿Piensas seguir en Chipre? Dicen que los chipriotas prometen dar la nacionalidad a aquellos extranjeros que perdieron en la restructuración más de tres millones de euros.
– ¿Estás loco? Hasta si hubiese perdido tanto no aceptaría su nacionalidad. Esto ya se acabó. El socialismo triunfa una vez más, como nos enseñaba el camarada Marx en el parvulario. Estoy trasladando mis negocios de la isla.
– ¿A dónde? – le hice una pregunta indiscreta.
– Ya veremos – me contestó Alexey enigmáticamente.
Para terminar quería decirles una cosa: el socialismo puede ser algo maravilloso mientras hay dinero para distribuir. El socialismo es algo especialmente fabuloso para la gente que distribuye el dinero. Cuando se acaba el dinero el socialismo no se muere por sí solo. No lo dejan morir. Lo mantienen con vida los mitos de propaganda y la apatía de la gente acostumbrada a tener el pan garantizado de cada día, con la tenue esperanza de que para una fiesta le van dar algo de jamón o de chorizo. La gran fuerza que no deja morir al socialismo moribundo es la energía y el empeño de los administradores del sistema que siguen soñando con distribuir y redistribuir. A veces es la fuerza de la persuasión, a veces la legislación y cuando la ley se convierte en mera burla, la fuerza bruta de represión contra cualquier disidencia.

A propósito, disidencia es una palabra cada vez menos usada en Europa y que llegó a la Rusia oprimida por los comunistas desde Occidente.
En aquellos tiempos remotos en la Rusia comunista, a los guardianes del sistema se les llamaba nomenclatura. Otra palabra enigmática rusa que ha penetrado la lexicología europea.
Vladimir Kokorev, ex-diplomático soviético, autor de varios libros sobre política internacional

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