03 mayo, 2013

El terco influyentismo



El terco influyentismo
René Avilés Fabila  

Las escenas de personas indignadas porque no las reconocen en un restaurante o no les dan la mesa que quieren han sido una constante en México, una plaga para los comensales comunes. Conocemos infinidad de tales casos. Lo grave es que con asiduidad los provocan políticos y sus respectivas parentelas y algo peor: con sospechosa frecuencia son de origen priista. 

He conocido personas de mal carácter que escandalizan con el menor pretexto. Son importantes, su dinero vale más de lo normal y en consecuencia deben recibir un trato de reyes. De lo contrario, si algo no sale a su gusto, sacan credenciales, apellidos ilustres, y hasta pistolas. Sus guardaespaldas intervienen.

Es normal en un país mal educado. Los meseros cumplen con sus instrucciones y hay una normatividad que los clientes deben respetar. México, en general, no tiene mal servicio en dicho sentido. 


En Cancún, por ejemplo, aunque lo vean a uno moreno, de evidente manufactura nacional, preguntan en inglés. Si los meseros identifican a un funcionario generoso con las propinas, le dan, sin que la pida, la mejor mesa posible. 


No suelen ser groseros, obedecen órdenes de sus patrones y en segundo lugar de la clientela. De allí que la reacción de la niña Benítez sea excesiva. Prepotente. 


En un programa radiofónico de Ricardo Alemán en el que participé telefónicamente, escuche los alegatos de mis colegas que recorrieron multitud de casos recientes de prepotencia e influyentismo. 


Sólo cito el caso de los hijos del presidente Zedillo cuyos guardaespaldas se liaron a golpes con los del grupo U2. Para que la vergüenza de la familia presidencial no fuera excesiva, invitaron a Bono a Los Pinos.

Algo me inquieta: ¿por qué los principales actores de estos desaguisados son los políticos y sus hijos y familiares? Gritan, amenazan, en ocasiones llegan a los golpes y finalmente una llamada a papi o a los amigos de papi hace el resto. 


Es posible que hasta el 2000 esto no llamara la atención de los medios ni la irritación de la sociedad, pero habrá que recordarle al PRI principalmente y a los demás partidos que están en presencia de una sociedad que ha sufrido profundas transformaciones, se ha hecho sensible y no soporta este tipo de actos idiotas ajenos en un país civilizado.

Un consejo a la niña Benítez. Si luego de la trifulca que armó, los empleados o el dueño del restaurante involucrado le hubieran dado la mesa deseada y por añadidura retirado a comensales vecinos para que ella y sus amigos pudieran comer sin escuchar otras voces, tranquilamente, nunca sabrían cuántos de los cocineros y meseros escupieron en los suculentos platillos que no pidieron, demandaron. Esto podría ser llamado, en términos literarios: La venganza de la gleba.

No cabe duda que con el PRI regresaron usos y costumbres (diría Ebrard ante el linchamiento de sus policías) irritantes. No es posible que los poderosos actúen de tal manera, hay leyes y civismo, buena educación, para evitar que otras niñas o niños Benítez ofendan no sólo a una empresa restaurantera, sino al resto de la sociedad. 


Lo más grave, y ya ha sido mil veces citado en los medios, es que los funcionarios de la Profeco reaccionaron con la amenaza de clausura. Ante el escándalo, el papi de la niña Benítez dijo lo usual en estos casos: Soy inocente, no me informaron. 


Pero los inspectores no llegaron como simples aduladores de su jefe, respondiendo a una llamada ciudadana, fue papi quien tuvo que dar las órdenes y si no fue así, pues la Profeco está mal, en consecuencia debe ser Montessori, donde cada quien actúa como quiere.

Por ahora la niña Benítez ha hecho famoso a un restaurante que tenía, sí, algún prestigio gastronómico, pero ahora todos queremos ir a conocerlo y felicitar a los meseros, los cocineros y al dueño, un empresario afanoso, y decirle que muy bien, que actuaron correctamente y que además nos permitieron reconocer al viejo PRI que se ha disfrazado de nuevo PRI. 


Los ropajes nada indican. Las etiquetas tampoco. Lo que cuenta es la prepotencia, la arrogancia del poder. Me temo que este tipo de pequeños detalles, por mínimos que parezcan, son un pésimo indicador acerca del gobierno que acaba de cumplir ruidosamente sus primeros cien días.

Las autoridades no dejan fumar, no permiten que uno tenga salero a la mano, pronto nos harán vegetarianos a quienes nos gusta la carne, sólo mataremos vegetales, impedirán que bebamos vino porque también es malo para la salud. 


A diario, uno tiene que seleccionar entre ácido úrico o colesterol. No hay comida sana según los avances científicos. ¿Cómo la humanidad ha llegado hasta hoy, ha aumentado su esperanza de vida y se ha reproducido tanto si vive de alimentarse de chatarra y comida dañina? 


En restaurantes y bares, incluso en las cantinas: hay letreros que advierten que allí no discriminan a nadie y por nada, pero el desarrapado es visto con desdén. Algo complementario: ¿las autoridades en estos sistemas paternalistas no han pensado en educar a los clientes importantes?

PD: Una vez fui con una elegante y bella profesora norteamericana a un restaurante de Polanco (¿dónde más?), el capitán nos asignó una mesa junto a los baños. Sin ninguna explicación la rechazamos, no hubo necesidad de gritarle que yo era conocido de Manuel Camacho, entonces priista y regente del DF y nos fuimos a otro.

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