Recientemente
se ha filtrado la noticia de que el Mando para África de Estados Unidos
(AFRICOM) utiliza el satélite chino APSTAR-7 para transmitir parte de
sus comunicaciones, lo que evidentemente significa que parte de las
comunicaciones militares americanas está pasando por satélites chinos.
Existen dos motivos probables para que
esto ocurra. En primer lugar, las fuerzas armadas de Estados Unidos son
un gigantesco usuario de banda ancha. Los diversos correos electrónicos,
teleconferencias, presentaciones en PowerPoint y el resto de
comunicaciones que enlazan a las fuerzas americanas en todo el mundo
necesitan banda ancha para poder llegar del punto A al punto B.
Y eso por no mencionar la dependencia de los satélites de
comunicaciones comerciales para tareas tales como el guiado de los
aviones no tripulados. En la actualidad, las fuerzas militares de
Estados Unidos dependen en gran medida de los satélites de
comunicaciones comerciales para satisfacer su creciente necesidad de
banda ancha. Simplemente no existe la suficiente banda ancha en la
actual flota de satélites de comunicaciones militares de Estados Unidos
para satisfacer todas sus necesidades; es más, parte de la banda ancha
de esos satélites debe estar reservada para las comunicaciones seguras
básicas, con el fin de dar respaldo a las fuerzas nucleares de Estados
Unidos y a otros elementos sensibles.
El segundo motivo es el énfasis que ha puesto en África la República
Popular de China (RPC). China es en estos momentos el mayor socio
comercial de África. Esto se debe parcialmente a la importancia de las
materias primas africanas para el sostenimiento del crecimiento
económico de China, reflejada en los sustanciales lazos comerciales de
China con África (de manera notable con Sudán y Zimbabue), así como en
las considerables adquisiciones de petróleo a Angola, que es ahora el
mayor socio comercial subsahariano de China.
Pero además, China está desempeñando un papel clave en la
construcción de infraestructuras en África. Las compañías de
telecomunicaciones chinas, como Huawei y ZTE, han sido actores clave en
la mejora de las capacidades de comunicación de África, integrándose
ellas mismas en las principales redes durante el proceso. Al mismo
tiempo, China ha expresado su interés en vender satélites a varios
países africanos, incluido el primer satélite de comunicaciones de
Nigeria, el NIGCOMSAT-1.
Dados los significativos intereses financieros chinos, así como la
creciente presencia china en África (debida en parte a la disposición
por parte de China de sus propios trabajadores para muchos de sus
proyectos), no debería resultar sorprendente que China hubiera decidido
colocar uno de sus propios satélites de comunicaciones en una posición
capaz de cubrir el continente africano. De modo que cuando las fuerzas
armadas de Estados Unidos necesitaron un satélite para transmitir sus
comunicaciones a las fuerzas destinadas a África, se encontraron con que
China era uno de los pocos países que se lo podían proporcionar.
Sin embargo, que Estados Unidos dependa de un satélite chino refleja
pésimamente lo que significa “intereses americanos”. En caso de una
crisis en África en la que Estados Unidos y China estén básicamente en
desacuerdo (como ocurre ahora con Siria), ¿creen la administración Obama
o los responsables militares americanos que China permitirá que esas
comunicaciones fluyan sin impedimento? De hecho, incluso en tiempos de
paz, el espionaje es una preocupación permanente.
Proporcionar a los chinos un acceso expedito a las comunicaciones de
Estados Unidos parecería ir más allá de lo necesario en el fomento de la
cooperación chino-americana. Incluso si hubiese un 100% de garantías en
la seguridad de dichas comunicaciones, utilizar un satélite chino le
proporcionaría a Pekín, no obstante, amplias oportunidades de relacionar
esas comunicaciones con actividades sobre el terreno, proporcionándole
conocimientos sobre patrones operacionales, procedimientos operativos
estándar y grandes cantidades de información enormemente valiosa.
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