Hay lecciones que extraer de los
procesos electorales bajo la reciente democracia mexicana. Es evidente
que estamos hablando de un puñado de casos, pero es que eso es lo que
tenemos disponible. La primera elección en condiciones democráticas en
México fue la de 1997. Sin embargo, hay algunas cosas que parecen
ocurrir en todos los casos. Por ejemplo, a diferencia de lo que pasaba
en el viejo régimen, ahora el paso por el gabinete no permite llegar a
la Presidencia. El último que lo logró fue Ernesto Zedillo. Desde
entonces, el camino parece ser a través de los gobiernos locales (Fox y
Peña Nieto), o del control partidista (Calderón). Pero hay otras
enseñanzas, interesantes para los tiempos que corren.
En 2006, el PRI sufrió una terrible derrota en las elecciones
presidenciales. Se desplomó al tercer lugar, y sus fracciones
parlamentarias lo reflejaron. Su presupuesto aún más, de forma que su
conocido edificio estaba totalmente vacío, con ventanas rotas, pasillos
polvorientos y baños descuidados. Al año siguiente ganaron la elección
para la Gubernatura de Yucatán, estrenando una estrategia que replicaron
en las demás entidades: la marea roja, le llamaban. Al mismo tiempo,
aprovecharon la absurda decisión de la izquierda de rechazar cualquier
diálogo con el Presidente, para convertirse ellos en el eje de
negociación. La primera estrategia la encabezaba Enrique Peña Nieto; la
segunda, Manlio Fabio Beltrones. Después de una breve escaramuza, el
primero se quedó con la candidatura presidencial, y regresaron a Los
Pinos en 2012.
En 1988, en la elección cuyo resultado nunca conoceremos, el PRI estuvo a
punto de perder el control de la Cámara de Diputados. Tres años
después, arrasaron en la elección intermedia, pero no lo suficiente como
para poder modificar la Constitución a su gusto. Eso fue aprovechado
por Diego Fernández de Cevallos para convertir al PAN en el eje de la
negociación. La estrategia le permitió competir seriamente por la
Presidencia en 1994, y abrió el espacio para las derrotas del PRI en
1997 en la Cámara de Diputados y en el 2000 por la Presidencia.
Como debería ser evidente, el éxito electoral del PAN a partir de 1991, y
el de PRI a partir de 2007, no se basaron en el enfrentamiento, ni en
el bloqueo legislativo. Es más, en ambos casos los líderes políticos que
promovieron los acuerdos cosecharon una amplia cantidad de insultos y
ataques por lydiacachosisu "colaboracionismo". De ahí el famoso mote del
PRIAN, que ha servido para que los que lo enarbolan se mantengan bien
lejos del poder.
Es indudable que los acuerdos legislativos pueden ir acompañados de
enfrentamientos electorales. Así ocurrió con los triunfos del PAN a
inicios de los 90 en varios estados, mientras apoyaba al PRI en el
Legislativo, e igualmente con el PRI a partir de 2007, ganando estados
mientras apoyaba iniciativas de Calderón en el Congreso.
En ambos casos hubo crisis económicas que potenciaron los avances de
oposición (PAN después de 1995, PRI después de 2009), pero la capacidad
de convertir el descontento por la crisis en un triunfo presidencial
exige estructura, y si me apura, control estatal.
Por otra parte, también parece claro que los partidos pierden la
Presidencia cuando se dividen, como le ocurrió al PRI en 2000 y 2006, y
al PAN en 2012. Y después de la derrota, hay que procesar el costo de la
división, para iniciar la secuencia de triunfos locales y negociación
federal que, como veíamos hace un momento, ha sido de gran importancia
en los últimos sexenios. Puede procesarse mal, como le ocurrió al PRI en
2000, o bien, como lo hizo ese mismo partido en 2006. Y por mal o bien a
lo que me refiero es que los promotores de la división tienen que
asumir el costo. En el caso del PRI, Madrazo en ambos casos.
Al inicio de este sexenio se anunció un acuerdo entre los dos partidos de oposición y el Presidente y su partido.
Por los partidos de oposición participaron las dirigencias en las
negociaciones. En ambos partidos, pero especialmente en el PAN, se les
reclamó el acuerdo, ignorando las lecciones que vimos arriba. En el PRD,
los causantes de la división, en 2000 y 2006, ya habían empezado a
hacer sus maletas, y los conflictos han sido bastante moderados. En el
PAN, en cambio, no se ha hecho el cierre de la elección, ni se han
asignado o aceptado responsabilidades.
Por lógica, la soberbia que el poder suele alimentar hace casi imposible
reconocer errores. Pero sin ese paso, no hay manera de hacer política,
ni de ganar elecciones. Si el PAN quiere tener futuro, debe empezar ahí.
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