por Daniel J. Mitchell
Dan Mitchell es académico titular del Cato Institute.
Desde una perspectiva económica, los paraísos fiscales son muy
valiosos porque desalientan la política tributaria anti-crecimiento.
Dicho de otra forma, es muy difícil para los gobiernos imponer y hacer
cumplir tasas tributarias confiscatorias cuando los inversores y
empresarios pueden trasladar su actividad económica a jurisdicciones con
una mejor política tributaria. Particularmente, si esas naciones tienen
sólidas políticas de privacidad financiera, dificultando que los
gobiernos de naciones no competitivas en el aspecto tributario puedan
rastrear y tributar el capital fugado.
Gracias a este proceso de competencia tributaria, con los paraísos
fiscales jugando un papel esencial, las tasas tributarias máximas sobre
la renta personal han caído de un promedio de más de 67 por ciento en
1980 a alrededor de 42 por ciento hoy. Las tasas impositivas
corporativas también se han desplomado, cayendo de un promedio de 48 por
ciento a 24 por ciento. A pesar de su proclividad usual de imponer
políticas de lucha de clases, los políticos reconocieron que era mejor
tener tasas tributarias modestas y tener mayores recaudaciones, que
tener tasas impositivas confiscatorias y recaudar menos.
Los legisladores también fueron presionados a reducir o eliminar los
impuestos por muerte y sobre la riqueza, así como también a reducir la
doble tributación del interés, los dividendos y las ganancias de
capitales. Una vez más, los paraísos fiscales merecen gran parte del
crédito porque los políticos presumiblemente no hubiesen implementado
estas reformas pro-crecimiento si no tuviesen que preocuparse de que los
gansos con los huevos de oro podrían escaparse a una cuenta
confidencial en una nación bien gobernada como Luxemburgo o Singapur.
Y este cambio global hacia tasas impositivas más bajas y hacia una mejor
política tributaria ayuda a explicar por qué la economía mundial en las
últimas décadas ha sido mucho más dinámica de lo que era en los 1960s y
1970s.
Los paraísos fiscales también juegan un rol moral muy valioso al proveer
un Estado de Derecho de alta calidad en un mundo incierto, ofreciendo
un refugio financiero para personas que viven en naciones donde los
gobiernos son incompetentes y corruptos. Los argentinos tendrán sus
activos en las Islas Caimanes para protegerse del mal manejo económico.
Los venezolanos invertirán dinero en Panamá para protegerse en contra de
expropiaciones. Las familias en México tendrán fondos en Miami para
reducir la amenaza de secuestro.
También hay miles de millones de personas viviendo en naciones con
gobiernos venales y opresivos. Para citar solamente unos cuantos
ejemplos, los paraísos fiscales ofrecen servicios financieros seguros
para los disidentes políticos en Rusia, para los chinos étnicos en
Indonesia y en las Filipinas, para los judíos en el norte de África,
para los homosexuales en Irán y para los agricultores en Zimbabue.
Con cada vez más naciones dirigiéndose hacia el colapso fiscal,
elevándose así el riesgo de caos social y de una calamidad económica, es
más importante que nunca que hayan lugares en donde las personas se
pueden proteger de los gobiernos malos. Los paraísos fiscales deberían
ser aclamados, no perseguidos.
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