Más keynesianos que Keynes
Hoy los defensores de la austeridad están contra las cuerdas.
La corriente de opinión ya no favorece las políticas que hasta ahora impulsaron
Bruselas y Berlín. Ello contribuirá a un cambio económico mayúsculo.
En la
actualidad no existe algo que sea más políticamente incorrecto que defender los
recortes al gasto público en países como España, Portugal, Francia o
Grecia.
Todo esto
puede provocar un viraje radical en las políticas económicas que se siguen en
Europa, una aceptación relativa del déficit, un posible auge (¿momentáneo?) de
los mercados y una nueva espiral de endeudamiento, además de, posiblemente, una
mayor relajación monetaria por parte de los bancos centrales.
La aceptación del
déficit puede incluso dar paso a la tolerancia a una mayor inflación. Esto provocará una mejoría en la cuestión laboral,
lo cual será un alivio para mucha gente.
Todo esto
resultará positivo y políticos como François Hollande volverán a dar discursos
triunfalistas. Pero no sabremos si esto incubará un nuevo huevo de la serpiente
o será el inicio de una etapa de crecimiento sostenido.
¿Cómo
saberlo si aún en los ámbitos académicos, que supuestamente debían ser
imparciales, el mundo se divide en dos posturas movidas por la ideología?
Krugman
contra Rogoff
Y no hay nada más
ideológico que las amenazas e invectivas
que han recibido los economistas Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff.
Todo tipo de gente
les llama o les escribe para insultarlos y
responsabilizarlos de que no tienen trabajo y de haber provocado las
políticas de austeridad en diversos países.
Todo comenzó cuando
estos dos economistas de Harvard publicaron el trabajo titulado “Crecimiento en
época de deuda”, en el que investigaron a más de 40 países en un periodo de 200
años para determinar la relación existente entre la deuda y el estancamiento.
De ese trabajo se hicieron todo tipo de interpretaciones,
como la que dicta que cuando un país llega a superar el 90% de su PIB en deuda
pública, se provoca de manera casi instantánea una desaceleración de su
crecimiento, o una recesión.
Quizá los responsables
de estas malinterpretaciones sean los
entusiastas de la austeridad, quienes se volvieron más papistas que
el Papa y tomaron la investigación de Reinhart y Rogoff como la Biblia (los
investigadores han dicho que su artículo se ha citado “de forma exagerada o
tergiversada”).
Ellos sólo querían ofrecer datos duros y contribuir a un debate
que debe ser mucho más amplio. Y, cierto, cometieron un error en sus
cálculos, lo que provocó que algunos descalificasen toda su obra.
El error fue
descubierto por un estudiante de la Universidad de Massachusetts (algún día se
hará una película sobre ello), quien pidió a los
a los investigadores el sustento estadístico de su trabajo
académico, descubriendo un error en las fórmulas aplicadas en el Excel. Tal cual.
El Premio Nobel Paul
Krugman, tal vez el mayor keynesiano de nuestros
tiempos, hizo leña del árbol caído magnificando el episodio, al
llamarlo “la depresión del Excel”, casi culpando a estos dos economistas de
Harvard de cientos de miles de empleos perdidos en el mundo por la aplicación
irrestricta, sin matices, de las políticas de austeridad.
Quienes permanecían
callados otorgando un beneficio de la duda a esas medidas, pero desconfiando de
ellas, hoy truenan en contra de todo lo que se parezca a Rogoff, Reinhart,
Angela Merkel o el comisario europeo Olli Rehn.
Indican
que Irlanda, el primer país en vivir en carne propia la austeridad, no ha
logrado salir del estancamiento. Y ni se diga Grecia.
Pero, ¿no
es que a Irlanda y a Grecia aún les falta completar el ciclo de reequilibrio
necesario tras un endeudamiento que los llevó a la ruina? Ese era el guión
anterior. Hoy todo parece escribirse de una manera distinta…
Maynard
contra Milton
En realidad seguimos
sin saber si primero fue el huevo o la gallina. ¿Qué es lo que provoca la
recesión? ¿La austeridad o la deuda?
Los keynesianos, con
Krugman a la cabeza, sostienen que la deuda no es la que causa la recesión, sino los recortes presupuestarios.
En tanto, los
ortodoxos explican que la espiral de deuda no lleva sino a una dinámica cada
vez más destructiva.
Para Krugman una
política de expansión del gasto, acompañada de
una mayor relajación monetaria le resolvería al mundo sus
problemas.
Pero algunos se han
preguntado si Maynard Keynes, el gran promotor del gasto público como
correctivo ante la Gran Depresión, opinaría lo mismo en las condiciones
actuales.
El mismo Olli Rehn
dijo recientemente que no estaba seguro si
Keynes sería keynesiano en el contexto actual. Él, por su parte, se
manifestó como su seguidor.
Pero no faltaron
quienes lo acusaron de keynesiano bastardo, por no ser suficientemente de
izquierda, y lo descalifican como un seguidor más bien de Milton Friedman, el
gran teórico del neoliberalismo.
Entre
descalificaciones te veas…
Pero hoy la vieja
discusión académica entre las ideas de Keynes y las de Friedman está quizá más
candente que nunca. Entre estos dos polos parece
dirimirse el futuro de Europa y del mundo.
Reinhart
y Rogoff han reconocido el error de Excel en su trabajo, pero no los demás
sambenitos que les quieren imponer.
Otros investigadores
como Thomas Herndon, Michael Ash y Robert Pollin corrigieron los cálculos
originales, encontrando una diferencia de sólo
un punto porcentual.
Es decir,
cuando un país llega al 90% de deuda sobre su PIB, en lugar de decrecer 2%, por
ejemplo, decrecería 1%.
Así que se podría
argumentar que sigue siendo válida la conclusión
de que, llegado a ese punto de deuda, la consecuencia es el estancamiento,
aunque no tan pronunciado.
Prima de
riesgo
Traslademos la
discusión a un ejemplo concreto. Cuando Portugal estaba en la picota por su
impagable deuda, en 2011, los actores técnicos (tecnócratas, si se quiere
utilizar el lenguaje despectivo) querían implementar cuanto antes las medidas
de austeridad para que el país pudiera seguir
teniendo acceso al crédito, y que la prima de riesgo no se disparara (lo
que le costaría al país entrar en otro hoyo negro).
Quien encabezaba a
los técnicos era nada menos que el primer ministro, el socialista (sí,
socialista) José Sócrates.
Pero los políticos en
el parlamento decidieron ponerse dignos y no
aceptar la “injerencia” alemana y las políticas “nocivas” en contra
del pueblo, así que descartaron el paquete de medidas. Sócrates tuvo que
dimitir.
Tal vez ese día
muchos lusitanos se sintieron orgullosos de tener unos diputados que “sí los
defendían”. Claro, sin saber cuánto les iba a
costar ese lance.
Al día siguiente
Portugal amaneció siendo la noticia (y la preocupación) del mundo entero… y el
costo de su deuda se disparó a las alturas: el país tuvo
que asumir casi dos puntos porcentuales más para que sus bonos
fueran aceptados (de 4.3 a 5.9%), lo que supuso miles de millones de euros más
de deuda en un solo día. Éramos muchos y parió la abuela.
El resultado de ese
día de encendidos y muy soberanistas discursos en el parlamento fue lo que ya sabían quienes habían hecho bien las cuentas:
de todas formas Portugal tuvo que enfrentar las impostergables medidas de
austeridad, so pena de no tener eventualmente para la nómina, y encima tuvo que
cargar con un peso mucho mayor de deuda (que siguen pagando los contribuyentes).
La prima
de riesgo es un tema de sentido común. Cuando un país llega a una deuda del
100% de su PIB se encienden los focos rojos en el sistema financiero y esa
nación acabará pidiendo prestado a tasas cada vez más altas, distorsionando sus
cuentas.
La
excepción son los países que son respaldados por economías más fuertes, como
Grecia o Chipre con la UE.
Pero
algunos se preguntan hasta dónde pueden seguir apuntalando países como Alemania
a economías hiper-endeudadas.
Otro caso excepcional
es Estados Unidos, que por ser el refugio de los inversionistas (hasta ahora) de todo el mundo, sus bonos
siguen siendo altamente demandados, a pesar de que las tasas apenas superan el
cero por ciento.
Pero
cuando Krugman escribe en contra de economistas ortodoxos olvida mencionar el
cálculo de la prima de riesgo.
Lo mismo que le
sucedió a Portugal le pasó a España: hacia finales de 2012 su prima de riesgo subió tanto, que el solo
pago de los intereses de su deuda llegó a ser equivalente a todo el sacrificio
que había hecho el gobierno con los recortes.
Toda esa dolorosa medicina, que pagaba el ciudadano de
a pie, se iba íntegra al pago de apenas una parte de los intereses de la deuda
acumulada, dado que la prima de riesgo subió hasta superar los 600 puntos.
A Rajoy le tocó ser
el receptor de la ira nacional por los recortes, algunos de ellos francamente
dantescos, pero él no fue el responsable de una deuda que exigía 9,700 millones
de euros en un año ¡tan sólo de intereses!,
mientras que los recortes apenas proporcionaban un ahorro de 3,800 millones.
“Aguas
desconocidas”
En otro ensayo de los
citados economistas Reinhart y Rogoff, esta vez analizando las crisis
financieras a lo largo de 800 años, descubrieron que es una constante que “cuando la deuda soberana alcanza niveles insostenibles,
también lo hace el costo del endeudamiento, suponiendo que fuera siquiera
posible obtener préstamos”.
Lo que
suponen las deudas excesivas, también según este estudio, es que salir de ellas
es un proceso difícil y largo, de 23 años en promedio, para lograr sanear las
finanzas.
En
realidad, Reinhart y Rogoff no son partidarios de la aplicación a rajatabla de
medidas de austeridad. Eso es parte de la difamación que les han
construido.
Más bien proponen
medidas multifactoriales y poco ortodoxas
para salir de un problema severo de deuda, que incluyen retiros paulatinos de
los estímulos, una inflación un poco más alta e incluso reestructuraciones (con
quitas en algunos casos).
Pero la relación
exacta entre endeudamiento y austeridad sigue siendo un enigma. “Los estudios
académicos sobre la deuda y el crecimiento se han centrado durante algún tiempo
en identificar la causalidad:
¿la deuda elevada
refleja meramente unos ingresos fiscales menores y un crecimiento más lento? ¿O
perjudica la deuda elevada al crecimiento?”, se preguntan.
Seguimos sin saber,
tampoco, si las políticas monetarias expansivas
están forjando una futura crisis, aún mayor que la actual.
La misma
Christine Lagarde aceptó hace unos días que no tenía la respuesta sobre qué
tanto afectará en un futuro la relajación cuantitativa.
“No estoy
segura de que los banqueros centrales tengan la respuesta”, abundó.
“Creo que
exploran desde hace tiempo aguas desconocidas”.
Se argumenta que cada
país que ha abrazado los recortes al gasto hoy tiene más deuda que antes, pero esto nos vuelve al tema de la prima de riesgo y la crisis
económica, que crea, a su vez, más deuda.
Ésta es como la
inflación que, según el dicho, es como la pasta de dientes: difícil de volver a meter al tubo una vez que se sale.
Lo cierto
es que no hay salidas fáciles en un contexto inédito y, sobre todo, teniendo en
cuenta que el mundo sigue recuperándose de la Gran Recesión de 2008-9.
Las tasas están extremadamente bajas y aún así no se ha producido
crecimiento, sobre todo en Europa.
Necesitamos
un Keynes que vuelva a poner el énfasis en el empleo, utilizando soluciones
creativas que hoy, seguramente, serían muy diferentes a las que propuso en su
momento.
John Maynard Keynes
decía que el momento de aplicar la austeridad era cuando la economía estaba en auge, no en recesión.
Cierto. Pero,
¿alguien en los países hoy hiper-endeudados llevó a cabo al menos alguna tímida
medida de sano equilibrio presupuestal en los momentos de auge?
El problema de Europa
es que ya no puede elegir entre una solución negativa y una positiva, sino
entre dos medidas negativas, y además,
desesperadas.
Hoy en
España a los que abrazan la teoría de la austeridad les llaman “austericidas”,
denotando con ello que se trata de un crimen.
“Yo lo
llamo ahorrar, equilibrar el presupuesto”, dijo una Angela Merkel que hoy,
definitivamente, no está de moda.
“Los
demás usan el término austeridad, que suena como algo verdaderamente malo”.
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