03 mayo, 2013

Más keynesianos que Keynes




Más keynesianos que Keynes

 
Hoy los defensores de la austeridad están contra las cuerdas. La corriente de opinión ya no favorece las políticas que hasta ahora impulsaron Bruselas y Berlín. Ello contribuirá a un cambio económico mayúsculo.
En la actualidad no existe algo que sea más políticamente incorrecto que defender los recortes al gasto público en países como España, Portugal, Francia o Grecia. 


Todo esto puede provocar un viraje radical en las políticas económicas que se siguen en Europa, una aceptación relativa del déficit, un posible auge (¿momentáneo?) de los mercados y una nueva espiral de endeudamiento, además de, posiblemente, una mayor relajación monetaria por parte de los bancos centrales.

La aceptación del déficit puede incluso dar paso a la tolerancia a una mayor inflación. Esto provocará una mejoría en la cuestión laboral, lo cual será un alivio para mucha gente. 

Todo esto resultará positivo y políticos como François Hollande volverán a dar discursos triunfalistas. Pero no sabremos si esto incubará un nuevo huevo de la serpiente o será el inicio de una etapa de crecimiento sostenido. 

¿Cómo saberlo si aún en los ámbitos académicos, que supuestamente debían ser imparciales, el mundo se divide en dos posturas movidas por la ideología?


Krugman contra Rogoff
Y no hay nada más ideológico que las amenazas e invectivas que han recibido los economistas Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff. 

Todo tipo de gente les llama o les escribe para insultarlos y responsabilizarlos de que no tienen trabajo y de haber provocado las políticas de austeridad en diversos países. 

Todo comenzó cuando estos dos economistas de Harvard publicaron el trabajo titulado “Crecimiento en época de deuda”, en el que investigaron a más de 40 países en un periodo de 200 años para determinar la relación existente entre la deuda y el estancamiento. 

De ese trabajo se hicieron todo tipo de interpretaciones, como la que dicta que cuando un país llega a superar el 90% de su PIB en deuda pública, se provoca de manera casi instantánea una desaceleración de su crecimiento, o una recesión.

Quizá los responsables de estas malinterpretaciones sean los entusiastas de la austeridad, quienes se volvieron más papistas que el Papa y tomaron la investigación de Reinhart y Rogoff como la Biblia (los investigadores han dicho que su artículo se ha citado “de forma exagerada o tergiversada”). 

Ellos sólo querían ofrecer datos duros y contribuir a un debate que debe ser mucho más amplio. Y, cierto, cometieron un error en sus cálculos, lo que provocó que algunos descalificasen toda su obra.

El error fue descubierto por un estudiante de la Universidad de Massachusetts (algún día se hará una película sobre ello), quien pidió a los a los investigadores el sustento estadístico de su trabajo académico, descubriendo un error en las fórmulas aplicadas en el Excel. Tal cual.

El Premio Nobel Paul Krugman, tal vez el mayor keynesiano de nuestros tiempos, hizo leña del árbol caído magnificando el episodio, al llamarlo “la depresión del Excel”, casi culpando a estos dos economistas de Harvard de cientos de miles de empleos perdidos en el mundo por la aplicación irrestricta, sin matices, de las políticas de austeridad. 

Quienes permanecían callados otorgando un beneficio de la duda a esas medidas, pero desconfiando de ellas, hoy truenan en contra de todo lo que se parezca a Rogoff, Reinhart, Angela Merkel o el comisario europeo Olli Rehn.

Indican que Irlanda, el primer país en vivir en carne propia la austeridad, no ha logrado salir del estancamiento. Y ni se diga Grecia. 

Pero, ¿no es que a Irlanda y a Grecia aún les falta completar el ciclo de reequilibrio necesario tras un endeudamiento que los llevó a la ruina? Ese era el guión anterior. Hoy todo parece escribirse de una manera distinta…


Maynard contra Milton
En realidad seguimos sin saber si primero fue el huevo o la gallina. ¿Qué es lo que provoca la recesión? ¿La austeridad o la deuda? 

Los keynesianos, con Krugman a la cabeza, sostienen que la deuda no es la que causa la recesión, sino los recortes presupuestarios. 

En tanto, los ortodoxos explican que la espiral de deuda no lleva sino a una dinámica cada vez más destructiva.

Para Krugman una política de expansión del gasto, acompañada de una mayor relajación monetaria le resolvería al mundo sus problemas. 

Pero algunos se han preguntado si Maynard Keynes, el gran promotor del gasto público como correctivo ante la Gran Depresión, opinaría lo mismo en las condiciones actuales.

El mismo Olli Rehn dijo recientemente que no estaba seguro si Keynes sería keynesiano en el contexto actual. Él, por su parte, se manifestó como su seguidor. 

Pero no faltaron quienes lo acusaron de keynesiano bastardo, por no ser suficientemente de izquierda, y lo descalifican como un seguidor más bien de Milton Friedman, el gran teórico del neoliberalismo. 

Entre descalificaciones te veas…

Pero hoy la vieja discusión académica entre las ideas de Keynes y las de Friedman está quizá más candente que nunca. Entre estos dos polos parece dirimirse el futuro de Europa y del mundo.

Reinhart y Rogoff han reconocido el error de Excel en su trabajo, pero no los demás sambenitos que les quieren imponer. 

Otros investigadores como Thomas Herndon, Michael Ash y Robert Pollin corrigieron los cálculos originales, encontrando una diferencia de sólo un punto porcentual. 

Es decir, cuando un país llega al 90% de deuda sobre su PIB, en lugar de decrecer 2%, por ejemplo, decrecería 1%. 

Así que se podría argumentar que sigue siendo válida la conclusión de que, llegado a ese punto de deuda, la consecuencia es el estancamiento, aunque no tan pronunciado.


Prima de riesgo
Traslademos la discusión a un ejemplo concreto. Cuando Portugal estaba en la picota por su impagable deuda, en 2011, los actores técnicos (tecnócratas, si se quiere utilizar el lenguaje despectivo) querían implementar cuanto antes las medidas de austeridad para que el país pudiera seguir teniendo acceso al crédito, y que la prima de riesgo no se disparara (lo que le costaría al país entrar en otro hoyo negro). 

Quien encabezaba a los técnicos era nada menos que el primer ministro, el socialista (sí, socialista) José Sócrates. 

Pero los políticos en el parlamento decidieron ponerse dignos y no aceptar la “injerencia” alemana y las políticas “nocivas” en contra del pueblo, así que descartaron el paquete de medidas. Sócrates tuvo que dimitir. 

Tal vez ese día muchos lusitanos se sintieron orgullosos de tener unos diputados que “sí los defendían”. Claro, sin saber cuánto les iba a costar ese lance.

Al día siguiente Portugal amaneció siendo la noticia (y la preocupación) del mundo entero… y el costo de su deuda se disparó a las alturas: el país tuvo que asumir casi dos puntos porcentuales más para que sus bonos fueran aceptados (de 4.3 a 5.9%), lo que supuso miles de millones de euros más de deuda en un solo día. Éramos muchos y parió la abuela.

El resultado de ese día de encendidos y muy soberanistas discursos en el parlamento fue lo que ya sabían quienes habían hecho bien las cuentas: de todas formas Portugal tuvo que enfrentar las impostergables medidas de austeridad, so pena de no tener eventualmente para la nómina, y encima tuvo que cargar con un peso mucho mayor de deuda (que siguen pagando los contribuyentes).

La prima de riesgo es un tema de sentido común. Cuando un país llega a una deuda del 100% de su PIB se encienden los focos rojos en el sistema financiero y esa nación acabará pidiendo prestado a tasas cada vez más altas, distorsionando sus cuentas. 

La excepción son los países que son respaldados por economías más fuertes, como Grecia o Chipre con la UE. 

Pero algunos se preguntan hasta dónde pueden seguir apuntalando países como Alemania a economías hiper-endeudadas. 

Otro caso excepcional es Estados Unidos, que por ser el refugio de los inversionistas (hasta ahora) de todo el mundo, sus bonos siguen siendo altamente demandados, a pesar de que las tasas apenas superan el cero por ciento.

Pero cuando Krugman escribe en contra de economistas ortodoxos olvida mencionar el cálculo de la prima de riesgo. 

Lo mismo que le sucedió a Portugal le pasó a España: hacia finales de 2012 su prima de riesgo subió tanto, que el solo pago de los intereses de su deuda llegó a ser equivalente a todo el sacrificio que había hecho el gobierno con los recortes.

Toda esa dolorosa medicina, que pagaba el ciudadano de a pie, se iba íntegra al pago de apenas una parte de los intereses de la deuda acumulada, dado que la prima de riesgo subió hasta superar los 600 puntos.

A Rajoy le tocó ser el receptor de la ira nacional por los recortes, algunos de ellos francamente dantescos, pero él no fue el responsable de una deuda que exigía 9,700 millones de euros en un año ¡tan sólo de intereses!, mientras que los recortes apenas proporcionaban un ahorro de 3,800 millones.


“Aguas desconocidas”
En otro ensayo de los citados economistas Reinhart y Rogoff, esta vez analizando las crisis financieras a lo largo de 800 años, descubrieron que es una constante que “cuando la deuda soberana alcanza niveles insostenibles, también lo hace el costo del endeudamiento, suponiendo que fuera siquiera posible obtener préstamos”.

Lo que suponen las deudas excesivas, también según este estudio, es que salir de ellas es un proceso difícil y largo, de 23 años en promedio, para lograr sanear las finanzas.

En realidad, Reinhart y Rogoff no son partidarios de la aplicación a rajatabla de medidas de austeridad. Eso es parte de la difamación que les han construido. 

Más bien proponen medidas multifactoriales y poco ortodoxas para salir de un problema severo de deuda, que incluyen retiros paulatinos de los estímulos, una inflación un poco más alta e incluso reestructuraciones (con quitas en algunos casos). 

Pero la relación exacta entre endeudamiento y austeridad sigue siendo un enigma. “Los estudios académicos sobre la deuda y el crecimiento se han centrado durante algún tiempo en identificar la causalidad: 

¿la deuda elevada refleja meramente unos ingresos fiscales menores y un crecimiento más lento? ¿O perjudica la deuda elevada al crecimiento?”, se preguntan.

Seguimos sin saber, tampoco, si las políticas monetarias expansivas están forjando una futura crisis, aún mayor que la actual. 

La misma Christine Lagarde aceptó hace unos días que no tenía la respuesta sobre qué tanto afectará en un futuro la relajación cuantitativa. 

“No estoy segura de que los banqueros centrales tengan la respuesta”, abundó. 

“Creo que exploran desde hace tiempo aguas desconocidas”.

Se argumenta que cada país que ha abrazado los recortes al gasto hoy tiene más deuda que antes, pero esto nos vuelve al tema de la prima de riesgo y la crisis económica, que crea, a su vez, más deuda. 

Ésta es como la inflación que, según el dicho, es como la pasta de dientes: difícil de volver a meter al tubo una vez que se sale.

Lo cierto es que no hay salidas fáciles en un contexto inédito y, sobre todo, teniendo en cuenta que el mundo sigue recuperándose de la Gran Recesión de 2008-9. 

Las tasas están extremadamente bajas y aún así no se ha producido crecimiento, sobre todo en Europa.

Necesitamos un Keynes que vuelva a poner el énfasis en el empleo, utilizando soluciones creativas que hoy, seguramente, serían muy diferentes a las que propuso en su momento.

John Maynard Keynes decía que el momento de aplicar la austeridad era cuando la economía estaba en auge, no en recesión. 

Cierto. Pero, ¿alguien en los países hoy hiper-endeudados llevó a cabo al menos alguna tímida medida de sano equilibrio presupuestal en los momentos de auge?

El problema de Europa es que ya no puede elegir entre una solución negativa y una positiva, sino entre dos medidas negativas, y además, desesperadas. 

Hoy en España a los que abrazan la teoría de la austeridad les llaman “austericidas”, denotando con ello que se trata de un crimen. 

“Yo lo llamo ahorrar, equilibrar el presupuesto”, dijo una Angela Merkel que hoy, definitivamente, no está de moda. 

“Los demás usan el término austeridad, que suena como algo verdaderamente malo”.

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