06 mayo, 2013

México: Deuda, crecimiento y colapso financiero – por Manuel Suárez Mier

Se acentúa el debate entre quienes apoyan un mayor gasto público y una expansión de políticas monetarias frente a quienes pensamos que eso son acciones indeseables.
Se acaba de acentuar el debate entre quienes apoyan un mayor gasto público y una expansión de políticas monetarias que no tienen precedente en su laxitud, frente a quienes pensamos que los déficits, la creciente deuda y aumentar aún más el dinero emitido por los principales bancos centrales del mundo, son acciones indeseables.


Resulta que tres académicos de la Universidad de Massachusetts en Amherst, en tratando de replicar los resultados del célebre ensayo de Carmen Reinhart y Ken Rogoff que concluye que una deuda pública superior al 90 por ciento del PIB lleva al colapso del crecimiento del país en cuestión, encontraron un error en los cálculos.
Este hallazgo ha sido tomado por quienes favorecen políticas fiscales y monetarias más “estimulantes” como la prueba final de que sus argumentos son los correctos y reclaman la victoria para su propuesta de que en tiempos de crisis no debieran limitarse tales políticas, frente de quienes creen en la moderación de gasto y deuda.
Pienso que las conclusiones de Reinhart y Rogoff son sólidas independientemente de que haya habido un error en sus datos, pero nunca me pareció que la cota de 90 por ciento de deuda a PIB fuera un gatillo que invariable y automáticamente detonara el estancamiento económico, pues mucho depende de las circunstancias.
En su magnífica la historia de la deuda pública de Estados Unidos John Steele Gordon relata cómo cada vez que su país tenía uno de sus frecuentes conflictos bélicos, empezando por su guerra de independencia, subía rápidamente el cociente de deuda a PIB, sólo para caer en picada al término de las hostilidades.
Después de la Segunda Guerra Mundial la relación deuda/PIB en EU llegó a su máximo histórico alcanzando 150 por ciento, lo que no impidió que ese país emprendiera ambiciosos programas de gasto público, como el Plan Marshall, para ayudar a la recuperación de naciones devastadas por el conflicto bélico.
El secreto para diluir el peso y la importancia de la deuda es retomar la senda de un crecimiento acelerado y sostenido, como lo hizo EU a partir de 1946, lo que le permitió abatir en uno pocos años la relación de deuda pública a producto a menos de la tercera parte de la cúspide entonces alcanzada.
El dilema que plantea una deuda pública alta y creciente radica en las expectativas que genera entre ahorradores e inversionistas. Mientras ellos crean que no hay dificultad en su servicio, que consiste en pagar los intereses pactados y renovar la porción que se vaya venciendo con nuevos instrumentos de deuda, no pasa nada.
Sin embargo, cuando empieza a perderse la confianza de la comunidad en la capacidad del emisor de la deuda de pagarla en los términos y plazos pactados con sus tenedores, su precio se desplomará y los intereses se irán a los cielos, como ha ocurrido desde Argentina hace más de una década hasta Grecia en los últimos años.
A esto hay que agregar un nuevo ingrediente. En los países con un estado benefactor generoso como EU, Europa y Japón, la deuda pública aumenta desde hace un par de décadas ya no como resultado de los conflictos bélicos, aunque algo han contribuido, sino independientemente de ellos pues los compromisos de gasto de sus gobiernos nacionales con la población, crecen en forma automática conforme ésta envejece.
Este es el escenario en el que se da con renovados bríos el debate entre quienes desean acelerar el crecimiento económico con mayor gasto público deficitario y creciente emisión de dinero sustentada en la compra de más deuda por parte de los bancos centrales, y quienes pensamos que hacerlo sin plantear una propuesta seria y creíble de cómo revertir el crecimiento proyectado de la deuda, es irresponsable.
Hay que recordar también que en situaciones críticas los gobiernos se ven obligados a rescatar la parte de su sistema bancario que se vea en peligro, lo que lleva a que la deuda privada se convierta rápidamente en deuda pública, como hemos visto en España, que era de 36 por ciento del PIB en 2007 y hoy supera el 90 por ciento.
Las expectativas pueden cambiar abruptamente y en cualquier momento y empezar a presionar las tasas de interés hacia arriba, lo que además de elevar el costo del servicio de la deuda puede eventualmente poner en entredicho la colocación de nuevos instrumentos cuando los inversionistas pierden la confianza.
¿Tendremos que esperar mucho para saber quién tiene la razón? No lo creo…

No hay comentarios.: