por Gabriela Calderón de Burgos
Gabriela Calderón es editora de ElCato.org, investigadora del Cato Institute y columnista de El Universo (Ecuador).
¿Por qué unos países son más ricos que otros? En su libro Por qué fracasan los países (Deusto ediciones, 2012), Daron Acemoglu y James A. Robinson
intentan responder esta pregunta. Aunque el libro tiene algunas
falencias, como una interpretación equivocada de los supuestos
monopolios en EE.UU. a fines del siglo diecinueve, y una confusa
insistencia en la centralización del Estado, si vale la pena rescatar su
tesis central.
Los autores explican que la gran diferencia actual entre naciones
pobres y prósperas no se debe a la geografía ni a la dotación de
recursos naturales, tampoco a la cultura autóctona ni aquella heredada
de la colonización o derivada de determinada religión, y tampoco a la
ignorancia o ilustración de sus líderes políticos. Estas teorías no
pueden explicar las grandes diferencias entre sociedades tan similares
en estos aspectos como lo eran en su momento Corea del Norte y Corea del
Sur o Nogales, Arizona y Nogales, México. Acemoglu y Robinson le
atribuyen el fracaso de los países a las instituciones políticas
extractivas, que suelen ir acompañadas de las instituciones económicas
extractivas. La terminología seleccionada por los autores —instituciones
exclusivas o extractivas— es poco clara y nunca queda específicamente
definida en el libro pero podemos deducir en base a sus numerosos
ejemplos a qué se referían.
Como instituciones inclusivas que determinan el progreso, los autores
mencionan con frecuencia algunos elementos. Uno de estos es la
protección de los derechos de propiedad privada. Otro elemento clave es la “destrucción creativa”, término acuñado por el gran economista Joseph Schumpeter,
quien explicaba que el crecimiento económico y el cambio tecnológico
implican reemplazar lo viejo con lo nuevo. El miedo a la destrucción
creativa, más frecuentemente presente en la forma del proteccionismo
industrial y comercial, es muchas veces un obstáculo al progreso
económico y una especie de institución económica extractiva que permite
que solo una élite goce de los beneficios de la industria y del
comercio.
Sin duda el elemento al cual los autores parecen darle mayor importancia es la vigencia de un Estado de Derecho
y con esto ellos se refieren claramente a la limitación del poder de
quienes nos gobiernan. El ejemplo favorito de los autores de esto es la Revolución Gloriosa de 1688
en Inglaterra, que “limitó el poder del rey y del ejecutivo, y reasignó
al Parlamento el poder de determinar las instituciones económicas”.
Esto sentó las bases para la Revolución Industrial.
Nótese que los autores explican que sí es posible generar crecimiento
económico y desarrollo bajo instituciones extractivas, como lo hizo la
Unión Soviética o los Mayas e Incas durante algún tiempo, pero estos no
son sostenibles a largo plazo ni “rompen el molde”. Es decir, no
producen instituciones inclusivas con sus inherentes incentivos para que
los ciudadanos sean más productivos e inviertan más.
Uno de los puntos más refrescantes del libro es que el desarrollo
económico no depende de la ilustración de sus líderes políticos sino de
las instituciones políticas y económicas que la sociedad adopte. Si las
instituciones concentran el poder en pocas manos, no importa qué tantos
PhD coleccionen sus líderes, los incentivos estarán alineados para que
la élite política y sus allegados se dediquen a explotar al resto.
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