La eliminación del fundador de al-Qaeda, Osama bin
Laden, justifica la estrategia de Estados Unidos en la región. Se verá
como un éxito un éxito de primer orden para Estados Unidos, mostrando al
mundo que América seguirá volcada, a la caza de sus enemigos y por el
tiempo que haga falta.
La operación también destaca que Pakistán está efectivamente en el
epicentro del terrorismo global. El hecho de que el terrorista más
buscado del mundo fuera capturado en una importante ciudad de Pakistán, a
150 kilómetros de la capital de la nación debería servir para acallar a
esos pakistaníes que rechazaban la idea de que bin Laden estuviera
ocultándose en su país como una conspiración occidental. También debería
servir para afianzar la posición del presidente Obama a la hora de
presionar a los pakistaníes para que continuén actuando contra otros
terroristas en su territorio.
Los detalles sobre la implicación de Pakistán en la operación son aún
poco claros. Si se trató de una operación en gran medida unilateral de
Estados Unidos, habrá muchas preguntas sobre cómo fue que bin Laden
podía haber vivido en un recinto cerca a un cuartel militar en una
importante ciudad pakistaní.
Ayman al-Zawahiri seguramente será el nuevo jefe de al-Qaeda. En años
recientes, Zawahiri se convirtió en la voz y el planificador público de
las operaciones de al-Qaeda. Sin embargo, ya que bin Laden fue el
fundador y líder espiritual de al-Qaeda, su muerte desmoralizará a los
miembros de la organización y será probablemente un retroceso
estratégico de primer orden para el movimiento. Zawahiri no tiene la
misma aura mítica que bin Laden poseía y por tanto la organización
perderá su brillo entre jóvenes reclutas.
Dicho esto, sabemos que al-Qaeda y sus afiliados seguirán en activo.
Estados Unidos deberá admitir que la muerte de bin Laden no significa el
fin de la batalla contra el terrorismo global. Es un importantísimo
paso positivo, pero queda mucho por hacer – y no será fácil – para
vencer a la organización en la región.
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