Desde el Potomac, el río que
atraviesa Washington D.C., llegó un emisario del optimismo. Un hombre
que sólo ve las rosas y no las espinas; que percibe una oportunidad en
cada calamidad; que carga consigo la copa medio llena y así llegó a
brindar con los mexicanos. Repleto de energía, desbordante de frases
felices, armado con una visión de lo que podría ser, Barack Obama vino a
México a decir que el País está mejor de lo que Peña Nieto pronostica.
Arribó a hacer un argumento en favor de la "Perestroika" mejor de lo que
el propio Presidente podría articularlo. Barack Obama es el porrista
más eficaz que Peña Nieto podría haber encontrado para su Gobierno.
Veni, Vidi, Vici. Llegué, vi y conquisté, puede decir orgullosamente
quien recibió besos, abrazos, y ovaciones de pie en el Palacio de
Antropología.
Y si duda, Barack Obama tiene una opinión más o menos favorable de su
contraparte a quien aplaude por aprobar reformas cuando su propio
Gobierno no logra hacerlo. Envidia los consensos obtenidos y los
acuerdos logrados. Ve en México la posiblidad de cambio que la prensa
internacional no se cansa de subrayar. Pero hay algo más que explica el
espaldarazo dado; hay otra razón que subyace el apoyo otorgado. Obama
tiene motivos importantes para colocarse la faldita, coger los "pom
pons", salir a brincar y a bailar en el terreno de juego binacional.
Tiene que ser porrista de Peña Nieto para deslindarse de la política de
seguridad de Felipe Calderón. Y tiene que vender la visión del "Nuevo
México" para así conseguir aprobación social para una reforma migratoria
en su propio País. Por ello viajó a cambiar la política anti-drogas que
ya hasta Estados Unidos reconoce como un fracaso. Vino a seducir a los
mexicanos pero también a cortejar a los estadounidenses.
Obama llegó a brincar, dar marometas, pararse de cabeza y gritar "Viva
Peña Nieto" para que sus propios compatriotas lo vieran y lo escucharan.
Para que pensaran menos en los muertos y más en las manufacturas. Para
que pensaran menos en el crímen y más en el comercio. El objetivo de
Obama era cambiar la narrativa de México en Estados Unidos; cabildear al
sur de la frontera para obtener resultados favorables al norte de ella.
Y de allí que en su discurso se olvidara de la inseguridad para
centrarse en el nuevo País que se está rehaciendo. De allí que sus
palabras dejaran atrás el combate al narcotráfico y se abocaran a hablar
del "México emergente". Obama vino a hablar bien de México y lo hizo
mejor que cualquier líder mexicano.
Y lo hizo para mantener al márgen a todos los generales, oficiales de
seguridad, directores de la DEA que insisten en más de lo mismo. Más
helicópteros y más asesores en inteligencia y más arresto de capos y más
sangre en el suelo. Pero la futilidad de la guerra contra las drogas es
cada vez más obvia. Más evidente. Más dolorosa. Basta con mirar las
cifras de los muertos y los desaparecidos para entender lo que Calderón
nunca quiso ver.
Obama es demasiado inteligente para no saberlo. La guerra contra el
narcotráfico no ha mejorado la salud de México, la ha empeorado. No ha
contribuido a combatir la corrupción, la ha exacerbado. No ha llevado a
la construcción del Estado de Derecho, más bien ha distraído la atención
que siempre debió haber estado puesta allí. No ha atendido el problema
del crímen organizado, más bien ha contribuido a su enquistamiento y
expansión. No ha encarado los problemas históricos de corrupción
política y complicidad gubernamental, tan sólo ha ayudado a
profundizarlos. Y por ello llegó la hora de reflexionar seriamente en
otras opciones, en otras alternativas, en otras maneras de pensar sobre
las drogas y reaccionar ante los retos que producen. Quisiera creer que
Obama lo entiende y de allí que los discursos del zar Anti-Drogas, Gil
Kerlikowski, últimamente hablen más del problema de las drogas como un
asunto de salud pública que como un imperativo de seguridad nacional.
Por otra parte, a Obama ya sólo le queda una gran reforma con la
posibilidad de ser aprobada. Ante el fracaso de la legislación para
controlar las armas, Obama necesita enfocarse en el tema de la
inmigración. Y para que la población estadounidense acepte esta reforma,
México no puede ser visto como un País pobre, violento, inestable, a
punto de enviar a millones de migrantes a cruzar la frontera si fuera
posible obtener su legalización. Estratégicamente, Obama tiene que
ensalzar a México para que el País sea visto con menos miedo y más
optimismo. Estratégicamente, Obama tiene que celebrar lo que ocurre al
sur de la frontera para desactivar las resistencias al norte de ella.
Obama tiene que convertirse en el porrista más entusiasta de México para
que los Latinos votantes y los Republicanos recalcitrantes en Estados
Unidos apoyen su propuesta para una legalización negociada. Una reforma
que permita a los mexicanos ganarse la ciudadanía, salir de las sombras,
ser reconocidos en vez de ser abusados. Por eso Obama vino a México a
decir: "Ustedes son el sueño". Para que su propio País le crea. |
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