06 mayo, 2013

Porrista del Potomac

O P I N I Ó N 
D E N I S E   D R E S S E R 
Porrista del Potomac


Desde el Potomac, el río que atraviesa Washington D.C., llegó un emisario del optimismo. Un hombre que sólo ve las rosas y no las espinas; que percibe una oportunidad en cada calamidad; que carga consigo la copa medio llena y así llegó a brindar con los mexicanos. Repleto de energía, desbordante de frases felices, armado con una visión de lo que podría ser, Barack Obama vino a México a decir que el País está mejor de lo que Peña Nieto pronostica. Arribó a hacer un argumento en favor de la "Perestroika" mejor de lo que el propio Presidente podría articularlo. Barack Obama es el porrista más eficaz que Peña Nieto podría haber encontrado para su Gobierno. Veni, Vidi, Vici. Llegué, vi y conquisté, puede decir orgullosamente quien recibió besos, abrazos, y ovaciones de pie en el Palacio de Antropología.

Y si duda, Barack Obama tiene una opinión más o menos favorable de su contraparte a quien aplaude por aprobar reformas cuando su propio Gobierno no logra hacerlo. Envidia los consensos obtenidos y los acuerdos logrados. Ve en México la posiblidad de cambio que la prensa internacional no se cansa de subrayar. Pero hay algo más que explica el espaldarazo dado; hay otra razón que subyace el apoyo otorgado. Obama tiene motivos importantes para colocarse la faldita, coger los "pom pons", salir a brincar y a bailar en el terreno de juego binacional. Tiene que ser porrista de Peña Nieto para deslindarse de la política de seguridad de Felipe Calderón. Y tiene que vender la visión del "Nuevo México" para así conseguir aprobación social para una reforma migratoria en su propio País. Por ello viajó a cambiar la política anti-drogas que ya hasta Estados Unidos reconoce como un fracaso. Vino a seducir a los mexicanos pero también a cortejar a los estadounidenses.

Obama llegó a brincar, dar marometas, pararse de cabeza y gritar "Viva Peña Nieto" para que sus propios compatriotas lo vieran y lo escucharan. Para que pensaran menos en los muertos y más en las manufacturas. Para que pensaran menos en el crímen y más en el comercio. El objetivo de Obama era cambiar la narrativa de México en Estados Unidos; cabildear al sur de la frontera para obtener resultados favorables al norte de ella. Y de allí que en su discurso se olvidara de la inseguridad para centrarse en el nuevo País que se está rehaciendo. De allí que sus palabras dejaran atrás el combate al narcotráfico y se abocaran a hablar del "México emergente". Obama vino a hablar bien de México y lo hizo mejor que cualquier líder mexicano.

Y lo hizo para mantener al márgen a todos los generales, oficiales de seguridad, directores de la DEA que insisten en más de lo mismo. Más helicópteros y más asesores en inteligencia y más arresto de capos y más sangre en el suelo. Pero la futilidad de la guerra contra las drogas es cada vez más obvia. Más evidente. Más dolorosa. Basta con mirar las cifras de los muertos y los desaparecidos para entender lo que Calderón nunca quiso ver.

Obama es demasiado inteligente para no saberlo. La guerra contra el narcotráfico no ha mejorado la salud de México, la ha empeorado. No ha contribuido a combatir la corrupción, la ha exacerbado. No ha llevado a la construcción del Estado de Derecho, más bien ha distraído la atención que siempre debió haber estado puesta allí. No ha atendido el problema del crímen organizado, más bien ha contribuido a su enquistamiento y expansión. No ha encarado los problemas históricos de corrupción política y complicidad gubernamental, tan sólo ha ayudado a profundizarlos. Y por ello llegó la hora de reflexionar seriamente en otras opciones, en otras alternativas, en otras maneras de pensar sobre las drogas y reaccionar ante los retos que producen. Quisiera creer que Obama lo entiende y de allí que los discursos del zar Anti-Drogas, Gil Kerlikowski, últimamente hablen más del problema de las drogas como un asunto de salud pública que como un imperativo de seguridad nacional.

Por otra parte, a Obama ya sólo le queda una gran reforma con la posibilidad de ser aprobada. Ante el fracaso de la legislación para controlar las armas, Obama necesita enfocarse en el tema de la inmigración. Y para que la población estadounidense acepte esta reforma, México no puede ser visto como un País pobre, violento, inestable, a punto de enviar a millones de migrantes a cruzar la frontera si fuera posible obtener su legalización. Estratégicamente, Obama tiene que ensalzar a México para que el País sea visto con menos miedo y más optimismo. Estratégicamente, Obama tiene que celebrar lo que ocurre al sur de la frontera para desactivar las resistencias al norte de ella. Obama tiene que convertirse en el porrista más entusiasta de México para que los Latinos votantes y los Republicanos recalcitrantes en Estados Unidos apoyen su propuesta para una legalización negociada. Una reforma que permita a los mexicanos ganarse la ciudadanía, salir de las sombras, ser reconocidos en vez de ser abusados. Por eso Obama vino a México a decir: "Ustedes son el sueño". Para que su propio País le crea.

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