09 mayo, 2013

Reservas de nativos americanos: “Archipiélago socialista”

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Imaginad un país que tenga un gobierno autoritario corrupto. En ese país nadie sabe de controles y contrapesos o de un sistema judicial independiente. Tampoco en ese país se reconoce la propiedad privada. Tampoco podéis comprar o vender tierras. Y los negocios se resisten a invertir en ese país. Quienes tienen empleo, normalmente trabajan en el sector público. Quienes no tienen empleo subsisten con derechos que les proporcionan una alimentación clásica. Al mismo tiempo, este país dispone de un sistema sanitario gratuito y un acceso gratuito a la educación. ¿Podéis adivinar qué país es? Podría ser la Unión Soviética, Cuba o cualquier otro país socialista del pasado.


Sí quiero aseguraros que ese país existe aquí mismo en Estados Unidos. Y su nombre es el País Indio. País Indio es una metáfora genérica que escritores e investigadores utilizan para referirse al archipiélago de 310 reservas norteamericanas, que ocupan el 2% del territorio de EEUU. Dispersas por todo Estados Unidos, estos enclaves territoriales protegidos están a cargo del gobierno federal. Así que, legalmente, muchos de estos enclaves territoriales son propiedad federal. Así que no pueden comprar o vender terreno libremente o utilizarlo como aval. Para rematarlo, como las tribus indias son distritos del gobierno federal, uno no puede demandarles por incumplimiento de contrato. Las reservas indias se usan comunalmente por grupos indios y están subvencionadas por la BIA (Oficina de Asuntos Indios, Departamento de Interior) con un presupuesto anual actual de unos 3.000 millones de dólares. Aparte de ser un recurso financiero importante que sostiene el sistema de reservas, el objetivo de la BIA es asimismo salvaguardar las comunidades indígenas o, en otras palabras, asegurarse de que nunca fallen cuando traten con la sociedad “exterior”. La gente en el gobierno y muchos líderes de los nativos americanos creen ingenuamente que es bueno para el bienestar de los indios estar segregados y protegidos del resto de la sociedad estadounidense.
Este peculiar estado de confianza del País Indio, en que los derechos de propiedad privada son inciertos, ahuyenta a negocios e inversores.[1] Consideran estos territorios prohibidos como áreas de alto riesgo. Así que en el país Indio tenemos un caso extremo de lo que Robert Higgs calificó acertadamente como “incertidumbre de régimen” que retrasa el desarrollo económico.[2] De hecho, esta “incertidumbre de régimen” bordea el socialismo. James Watt, secretario de Interior en la primera administración Reagan, fue el primero en declarar esto públicamente. En 1983 dijo (y luego pagó por ello): “Si queréis un ejemplo del fracaso del socialismo, no vayáis a Rusia, venid a Estados Unidos e id a la reservas indias”.[3]
En la década de 1990 tuve la oportunidad de viajar a varias reservas. Cada vez que pasaba sus límites, me sorprendía en contraste entre los paisajes humanos fuera y dentro de esas reservas indias. Tan pronto como me encontraba en una reserva, tenía habitualmente una vista del mundo que, por su aspecto, me recordaba al campo en Rusia, mi patria anterior: las mismas carreteras bacheadas y mal mantenidas, chozas raídas, vallas, muebles y carrocerías de coches deteriorados, la misma mirada de sospecha dirigida a un intruso y frecuentemente personas borrachas vagando por ahí. Así que creo que mi evaluación del sistema de reservas sería una visión tendenciosa de un antiguo ciudadano soviético al que le parece entrar en su pasado cuando entra en la América nativa.
Voy a realizar una breve excursión a las fuentes intelectuales de este “archipiélago socialista”. Desde la década de 1960, todo el tema de la América nativa ha sido acaparado por la investigación marxista y los llamados estudios de identidad, lo que ha dado una percepción generalizada de que deberías tratar a los americanos nativos, no como individuos, sino como una serie de grupos culturales, víctimas eternas de la opresión capitalista. Quiero desafiar este punto de vista y ocuparme de este asunto desde una perspectiva de individualismo metodológico. En mi opinión, la pobreza duradera en las reservas es un efecto de la “pesada manta” del colectivismo y el paternalismo estatal. Apoyados por el gobierno federal en la década de 1930, el colectivismo y el paternalismo estatal acabaron siendo internalizados tanto por las élites locales de los americanos nativos como por los funcionarios federales que administraban a los indios. El resultado histórico de esta situación fue la aparición de una “cultura de la pobreza” que menosprecia el esfuerzo individual y la propiedad privada. Además, esa actitud se glorifica frecuentemente como cierta sabiduría india antigua, un estilo de vida que es moralmente superior a la llamada tradición euro-americana.
Antes de seguir adelante, os daré algunas estadísticas. Los americanos nativos reciben más subsidios federales que cualquier otro en Estados Unidos.  Esto incluye subvencionar vivienda, salud, educación y ayuda alimentaria directa. Aun así, a pesar del flujo ininterrumpido de fondos federales, son el grupo más pobre del país. El nivel de pobreza en muchas reserva está entre el 38% y el 63% (hasta el 82% en algunas reservas)[4] y la mitad de los trabajos está habitualmente en el sector público.[5] ¡Antes de la crisis de 2008! No tienes que ser doctor en economía para entender que una de las fuentes importantes de esta situación es un fracaso sistemático de las políticas federales indias.
Estas políticas las puso en marcha durante el New Deal, John Collier, un trabajador social, organizador comunitario y soñador utópico formado en Columbia que estuvo a cargo de la administración de los nativos americanos durante toda la administración de FDR. El socialismo fabiano inglés, el anarquismo de Piotr Kropotkin, las reformas de las villas comunales realizadas por el gobierno socialista mexicano y la visión romántica de las culturas indias fueron las fuentes principales de su inspiración intelectual. Collier soñaba con construir lo que llamaba la Atlántida Roja, una comunidad americana nativa idílica que aunaría modernización y colectivismo tribal. Esperaba que este experimento de vida colectiva no solo beneficiara a los americanos nativos, sino que se convertiría también en un laboratorio social para el resto del mundo. La columna vertebral de su experimento era establecer los llamados gobiernos tribales en las reservas, que recibieron el estatus de corporaciones públicas. Collier los veía como autonomías indias que distribuirían fondos, patrocinarían obras públicas y crearían cooperativas. En realidad, financiados por el BIA, estos gobiernos locales empezaron a actuar como extensiones locales de su burocracia.
Es interesante que estas llamadas autonomía nativas recibieron funciones multiusos peculiares: legislativa, ejecutiva, judicial  económica, una práctica que es totalmente excepcional en Estados Unidos. Por ejemplo, en el resto de Estados Unidos los municipios y condados no poseen restaurantes, centros turísticos, moteles, casinos ni fábricas. En un condado indio, por el contrario, se convirtió en práctica habitual desde el New Deal. Con este estatus, estos gobiernos tribales están más interesados en distribuir trabajos y fondos que en obtener beneficios. Consecuentemente, muchas empresas creadas en reservas han estado subvencionadas por el gobierno durante décadas. Bajo circunstancias normales, estas empresas habrían ido a la quiebra. Este sistema que se creó en la década de 1930 representa un “agujero negro” financiero que absorbe y desperdicia enormes recursos en nombre de la soberanía de los americanos nativos. Esta situación recuerda el efecto negativo de la ayuda exterior de los regímenes del Tercer Mundo que utilizan igualmente el tribalismo y la soberanía nacional para la práctica de la corrupción, el nepotismo y el gobierno autoritario.
Mi principal argumento es que el proyecto utópico de Collier (restauración del colectivismo tribal) no era un plan sin contacto con la realidad, sino más bien un resultado natural de la idea de ingeniería social de los partidarios del New Deal. Además, el New Deal indio era una manifestación de soluciones políticas habituales populares entre los políticos en la década de 1930, tanto en Europa como en Norteamérica. Estas soluciones estaban dirigidas por tres conceptos clave: estado, ciencia y colectivismo. Recientes investigaciones realizados por el historiador germano-estadounidense Wolfgang Schivelbusch sobre las economías y culturas de tres “new deals” (la Alemania nacionalsocialista, la Italia de Mussolini y los Estados Unidos de FDR) muestran que en el periodo de entreguerras los gobiernos en estos tres países (y también en otros) buscaron una modernización extensiva patrocinada por el estado. Pero, al tiempo, para movilizar mejor a sus poblaciones y facilitar la presión de la modernización sobre el pueblo, cultivaron un sentido de comunidad, la unidad orgánica con la tierra y las culturas populares.[6]
Por ejemplo, en la década de 1930, en Alemania, junto con el gran proyecto de construcción de autopistas y la experimentación genética, existió un fuerte movimiento de vuelta a la tierra e intentos de revivir el paganismo nórdico. En Estados Unidos, además de la National Recovery Administration, la Tennessee Valley Authority y otros proyectos gigantescos, florecieron los Civilian Conservation Corps (CCC) al servicio de la comunidad, el Federal Art Project que produjo murales comunitarios “heroicos”, así como miles de artesanías para organización cívicas, estatales y federales. Además, como “una de las tareas más nobles y absurdas nunca intentadas por un estado” (W. H. Auden), el Federal Writers’ Project (también parte del WPA) empleó a miles de intelectuales que se dedicaron a recoger floclore regional y etnografías y promover la herencia de las comunidades locales. Para terminar, hubo proyectos como los asentamientos de Arthurdale (en Virginia Occidental), un plan patrocinado por el gobierno para ubicar a trabajadores industriales desempleados en terrenos y moldearlos como nuevos ciudadanos estadounidenses completos.[7] Incluso la Unión Soviética de Stalin, que estaba desbocada con su agresiva modernización e industrialización, mutó algo del mensaje cosmopolita del comunismo y se hizo más “orgánica” en la década de 1930, tratando de enraizarse en la historia, mitología y folclore rusos, objetivos que se conocerían como bolchevismo nacional.[8]
Otro sentimiento común compartido por los ingenieros sociales desde California a los Montes Urales era la fe incondicional en la ciencia. Podemos llamarla adoración de la ciencia. En ese momento, los políticos suponían que utilizando la ciencia y los expertos el gobierno podía planificar y construir una sociedad a prueba de crisis perfectamente ordenada. F.A. Hayek fue el primero en llamar la atención sobre este aspecto de la modernidad en su libro seminal The Counter-Revolution of Science (1955).[9]
El New Deal indio se ajusta perfectamente a estas tendencias políticas. De hecho, ya en 1928, los burócratas federales empezaron a sugerir que los indios se organizaran como corporaciones públicas (una innovación de moda que copiaron de Europa). Collier un burócrata de nivel medio del New Deal, personificaba los sentimientos de modernismo que mencioné antes. Por un lado, alababa el tribalismo indio que no solo ayudaría a los americanos nativos sino que asimismo ayudaría a anclar a los estadounidenses a la tierra y a alimentar un sentimiento de comunidad entre ellos. Por otro lado, como si fuera un mantra, Collier repetía que solo una aproximación científica resolvería los problemas que afrontaban las comunidades en el mundo moderno. Un mensaje recurrente a lo largo de sus ensayos y artículos es una reclamación de que las comunidades indias se usaran como laboratorios para experimentación sociológica. En uno de sus discursos (que por cierto se llamaba “La administración de Estados Unidos como laboratorio de relaciones étnicas”) Collier se daba una licencia política sin restricciones para experimentar con el país indio. En este discurso destacaba que si un gobierno tratara de imponer algo a un grupo étnico sería algo dañino. Aun así, si la intervención pública estaba respaldada por el ciencia y complementada por inyecciones financieras generosas a las comunidades locales, entonces la interferencia sería muy benigna.[10]
¿De dónde obtuvo Collier sus ideas “científicas” respecto de segregar a los americanos nativos en grupos culturales. La respuesta es sencilla: de la investigación antropológica contemporánea. En ese momento, los antropólogos estadounidenses estaban muy preocupados por la cultura tradicional. Tenían como misión recobrar costumbres y artefactos indios etnográficamente auténticos. Dirigidos por esta idea romántica, los antropólogos rebajaron la fuerte influencia de los euroamericanos y africanos sobre las comunidades indígenas. Consecuentemente, ignoraban totalmente segmentos de la población india como vaqueros, herreros, conserveros, agricultores y granjeros individuales. Los consideraban no indios y no tradicionales. Así que entes de que Collier apareciera en escena en 1933, la antropología estadounidense ya había inventado su propia Atlántida Roja al clasificar a los indios en tribus y relegarlos a áreas culturales concretas.
Presionados por el gobierno federal y atraídos por una oferta de crédito fácil, una mayoría de indios aprobó el plan de Collier para restaurar las “tribus” y organizarse en corporaciones públicas. Aun así, una gran minoría (más del 30% de los indios) rechazó el New Deal indio. Muchos de ellos informaron a Collier de que, de hecho, aunque eran indios, no tenían nada contra la propiedad privada y no querían verse segregados del resto de estadounidenses en tribus bajo supervisión federal. Indicaban que no podían aguantar su comunismo y socialismo y querían por el contrario ser tratados como individuos. Collier estaba muy sorprendido y enfadado por estos disidentes, que se organizaron y fundaron la American Indian Federation (AIF) para oponérsele. En una acción extravagante, los rechazó como falsos indios. Para él, se esperaba que el verdadero indio fuera un colectivista radical con carga espiritual. El historiador Graham Taylor, que investigó en detalle los intentos de Collier de encauzar el tribalismo en el país indio, destacaba: “Su orientación básica era hacia grupos y comunidades, no individuos, como bloques constructivos de la sociedad”.[11] Posteriormente, Collier recurrió incluso a artimañas desagradables calificando a sus opositores indios como colaboradores de los nazis e hizo que uno de ellos fuera investigado por el FBI. El gobierno acabó aplastando la AIF como parte de un esfuerzo mayor de FDR por usar el FBI para acabar con los elemento de la “quinta columna de la derecha” en Estados Unidos.[12] D.H. Lawrence, el famoso novelista británico que se codeaba con Collier ya en 1920, tuvo la oportunidad de observar personalmente su celo agresivo en favor de la cultura india. El escritor británico apuntaba proféticamente que Collier destruiría a los indios poniendo “las garras de su propia voluntad benevolente egoísta blanca sobre ellos”.[13]
A esos americanos nativos disidentes que se negaban repetidamente a hacerse tribales, Collier les explicaba que su individualismo estaba obsoleto. En su opinión, el tribalismo patrocinado por el estado era moderno y progresista. En su discurso en el Haskell Institute, Collier instaba a los alumnos a dejar de lado “el individualismo superficial y simple”. Advertía a los jóvenes indios de que este camino inútil de la cultura dominante no sería “la opinión del mundo blanco moderno en los próximos años”. Por el contrario, llamaba a la nueva generación india a ayudar a “la tribu, la nación y la raza”. Les invitaba a entrar en un futuro radiante que incluía “necesidad de la vida moderna” como el gobierno municipal, la propiedad pública, las cooperativas y las corporaciones.[14]
El sistema creado por Collier sigue en vigor y funcionando. ¿Cuáles son sus perspectivas de futuro? Como he mencionado, el “archipiélago socialista” indio es relativamente modesto en tamaño. Solo ocupa un 2% del territorio de EEUU y aloja solo el 22% de los 5 millones de indios que viven hoy en Estados Unidos. Al contrario que los rescates de estados quebrados como California, Nueva York e Illinois, los subvenciones socializadoras al país indio no son tan dolorosas para un enorme presupuesto estadounidense. Así que, potencialmente, este “archipiélago socialista” puede existir eternamente mientras los contribuyentes estadounidenses estén dispuestos a aguantar su peculiar estatus y, por supuesto, salvo que el capitalismo social estadounidense se hunda bajo la carga de sus numerosas obligaciones. De momento, protegido por el escudo de un estatus confiado y con inyecciones financieras garantizadas, el país indio estaba en bastante “buena forma”, al contrario, por ejemplo, que algunas autocracias actuales del Tercer Mundo que no están siempre seguras de si la ayuda occidental continuará llegando. En general, como el esquema de la Seguridad Social, las subvenciones al campo y muchos otros productos “maravillosos” del laboratorio de alquimia del New Deal, la Atlántida Roja sigue entre nosotros viva y bien.

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