14 mayo, 2013

Una mente brillante y El Salvador

por Manuel Hinds
Manuel Hinds es ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009).
Hay dos razones por las que todos los salvadoreños deberíamos saber lo que es un equilibrio de Nash, un concepto matemático por el que John Nash recibió el Premio Nobel de Economía en 1994. La primera es que Nash se casó con una salvadoreña, Alicia López-Harrison Lardé. La otra es que el país se encuentra en una serie de equilibrios negativos de Nash.


Este tipo de equilibrio se da cuando todos los participantes en un proceso de decisiones colectivas toman las mejores decisiones que son posibles dadas las decisiones que los otros toman, y no tienen ninguna razón para cambiar esas decisiones aun si, en la suma de todas las decisiones, todos los participantes del proceso terminan en situaciones que son peores que lo que podrían alcanzar si todos tomaran decisiones distintas.
¿En qué dimensiones estamos en equilibrios de Nash? Miremos a los procesos de inversión y crecimiento. Partamos de que los políticos quieren maximizar el flujo de impuestos para llevar adelante sus proyectos políticos. Una decisión óptima para ellos sería generar las mejores condiciones para que crezca la economía y así obtener los impuestos deseados. En esas circunstancias, la mejor decisión para los potenciales inversionistas es invertir, con lo cual la economía crece, la gente gana más (lo que pone felices a los ciudadanos) y el gobierno recibe más impuestos (lo que pone felices a los políticos).
Lo que Nash probó matemáticamente es que ese no es el único equilibrio posible. También existe la posibilidad de que si no hay crecimiento los políticos decidan obtener todo el dinero y el poder por cualquier medio posible (incluyendo la expropiación y las amenazas). Si así los perciben los potenciales inversionistas, la mejor decisión que pueden tomar es no invertir porque, si bien eso los dejará sin ganancias, también los dejará sin las pérdidas que tendrían si los políticos los expropian. Al caer la inversión, el crecimiento también cae, y también el flujo de impuestos al gobierno, lo cual refuerza la idea de los políticos de que no podrán obtener los recursos que quieren a través del crecimiento de la economía, por lo que deciden exprimir aún más a las empresas y a los ciudadanos, lo cual hace que los inversionistas inviertan menos, con lo que los políticos se vuelven más agresivos contra el sector privado, y así. Ese círculo vicioso es un equilibrio de Nash. Si no se hace algo para superarlo, la economía seguirá enredada en un equilibrio de bajo nivel de producción.
Otro equilibrio de Nash se da cuando los partidos políticos se dan cuenta de que pueden hacer lo que les da la gana, ignorando los mandatos de los electores, porque todos los partidos políticos hacen lo mismo y la población no tiene otra alternativa que aguantarlos y votar por el menos malo —definiendo éste en términos ideológicos, no pragmáticos. El equilibrio de Nash se produce cuando los ciudadanos deciden hacer esto, votar por el menos malo, por el miedo enteramente racional de que si no lo hacen se va a elegir al peor, definido como el que tiene la ideología que ellos no quieren.
Así, los políticos que controlan la oferta política obtienen el poder para mantener alejados a los ciudadanos más competentes que podrían sustituirlos haciendo algo por el país, lo que les permite mantenerse en el poder haciendo ofertas, cada cual peor, a la ciudadanía. Los ciudadanos terminan apoyando a los que quisieran cambiar. Es como decidir dejarse picar por el zancudo que no lo deja dormir a uno en la noche por miedo a que si no hace esto va a aparecer un zancudo peor —cuando en realidad también es posible eliminar a todos los zancudos si uno no se dejara picar. Es un clásico equilibrio de Nash.
Como el lector ya habrá vislumbrado, estos dos equilibrios de Nash están interconectados. El fundamental es el político, que al apoyar la mediocridad de las ofertas políticas, abre las puertas para que se instalen en el poder políticos populistas que nos llevan a baja inversión y no crecimiento. Ojalá que no sea necesario que todos los salvadoreños ganen un premio Nobel para entender que al aceptar bajos estándares políticos estamos asegurando que el país no crezca y que sigamos dominados por lo que la gente llama "los menos peores".

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