por Manuel Hinds
Manuel Hinds es ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009).
Hay dos razones por las que todos los salvadoreños deberíamos saber lo que es un equilibrio de Nash, un concepto matemático por el que John Nash
recibió el Premio Nobel de Economía en 1994. La primera es que Nash se
casó con una salvadoreña, Alicia López-Harrison Lardé. La otra es que el
país se encuentra en una serie de equilibrios negativos de Nash.
Este tipo de equilibrio se da cuando todos los participantes en un
proceso de decisiones colectivas toman las mejores decisiones que son
posibles dadas las decisiones que los otros toman, y no tienen ninguna
razón para cambiar esas decisiones aun si, en la suma de todas las
decisiones, todos los participantes del proceso terminan en situaciones
que son peores que lo que podrían alcanzar si todos tomaran decisiones
distintas.
¿En qué dimensiones estamos en equilibrios de Nash? Miremos a los procesos de inversión y crecimiento. Partamos de que los políticos quieren maximizar el flujo de impuestos
para llevar adelante sus proyectos políticos. Una decisión óptima para
ellos sería generar las mejores condiciones para que crezca la economía y
así obtener los impuestos deseados. En esas circunstancias, la mejor
decisión para los potenciales inversionistas es invertir, con lo cual la
economía crece, la gente gana más (lo que pone felices a los
ciudadanos) y el gobierno recibe más impuestos (lo que pone felices a
los políticos).
Lo que Nash probó matemáticamente es que ese no es el único
equilibrio posible. También existe la posibilidad de que si no hay
crecimiento los políticos decidan obtener todo el dinero y el poder por
cualquier medio posible (incluyendo la expropiación y las amenazas). Si
así los perciben los potenciales inversionistas, la mejor decisión que
pueden tomar es no invertir porque, si bien eso los dejará sin
ganancias, también los dejará sin las pérdidas que tendrían si los
políticos los expropian. Al caer la inversión, el crecimiento también
cae, y también el flujo de impuestos al gobierno, lo cual refuerza la
idea de los políticos de que no podrán obtener los recursos que quieren a
través del crecimiento de la economía, por lo que deciden exprimir aún
más a las empresas y a los ciudadanos, lo cual hace que los
inversionistas inviertan menos, con lo que los políticos se vuelven más
agresivos contra el sector privado, y así. Ese círculo vicioso es un
equilibrio de Nash. Si no se hace algo para superarlo, la economía
seguirá enredada en un equilibrio de bajo nivel de producción.
Otro equilibrio de Nash se da cuando los partidos políticos se dan
cuenta de que pueden hacer lo que les da la gana, ignorando los mandatos
de los electores, porque todos los partidos políticos hacen lo mismo y
la población no tiene otra alternativa que aguantarlos y votar por el
menos malo —definiendo éste en términos ideológicos, no pragmáticos. El
equilibrio de Nash se produce cuando los ciudadanos deciden hacer esto,
votar por el menos malo, por el miedo enteramente racional de que si no
lo hacen se va a elegir al peor, definido como el que tiene la ideología
que ellos no quieren.
Así, los políticos que controlan la oferta política obtienen el poder
para mantener alejados a los ciudadanos más competentes que podrían
sustituirlos haciendo algo por el país, lo que les permite mantenerse en
el poder haciendo ofertas, cada cual peor, a la ciudadanía. Los
ciudadanos terminan apoyando a los que quisieran cambiar. Es como
decidir dejarse picar por el zancudo que no lo deja dormir a uno en la
noche por miedo a que si no hace esto va a aparecer un zancudo peor
—cuando en realidad también es posible eliminar a todos los zancudos si
uno no se dejara picar. Es un clásico equilibrio de Nash.
Como el lector ya habrá vislumbrado, estos dos equilibrios de Nash
están interconectados. El fundamental es el político, que al apoyar la
mediocridad de las ofertas políticas, abre las puertas para que se
instalen en el poder políticos populistas que nos llevan a baja
inversión y no crecimiento. Ojalá que no sea necesario que todos los
salvadoreños ganen un premio Nobel para entender que al aceptar bajos
estándares políticos estamos asegurando que el país no crezca y que
sigamos dominados por lo que la gente llama "los menos peores".
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