por Carlos Alberto Montaner
Carlos Alberto Montaner es periodista cubano residenciado en Madrid.
Nicolás Maduro afronta la crisis del papel higiénico. Los venezolanos están indignados. Hay escasez
en el país. Han debido importar urgentemente 50 millones de rollos por
temor a desórdenes populares. Nadie sabe por dónde puede comenzar una
rebelión popular. (Es la primera vez que se va a convocar a las
barricadas a una muchedumbre de gentes sentadas).
Yoani Sánchez, que es muy práctica, les ha sugerido que le pidan a Cuba una edición diaria del periódico Granma. Los cubanos hace medio siglo que utilizan el Granma
para ese asunto oscuro, solitario y delicado. Nadie toma en serio su
contenido, pero todos coinciden en que el continente soluciona un
problema generalmente cotidiano.
Es verdad que cuando la tinta tiene demasiado plomo, o cuando la
textura es muy áspera, la zona se resiente y pica, pero el régimen lo
justifica explicando que es la consecuencia del duro bloqueo de los
pérfidos gringos.
Sólo que ésa es una oportunidad magnífica de convertir el revés en
victoria. Es entonces cuando cobra todo su significado la heroica
consigna revolucionaria: “lucharemos con las uñas contra el imperialismo
yanqui”. (Eso: con las uñas, pero sin pasarse para no hacerse daño).
Seamos justos. Es importante no dejarse llevar por las pasiones. Es cierto que el socialismo ha provocado la escasez de papel higiénico, pero el sistema también atenúa las consecuencias.
Los venezolanos cada vez comerán menos, ergo, lo presumible es que
necesiten cantidades decrecientes de ese producto superfluo consumido,
fundamentalmente, por la decadente burguesía.
Según los cálculos del Ministerio de Planificación, un sesudo equipo de investigadores dirigido por el señor Jorge Giordani,
dada la ingestión, digestión y deyección de fibra prevista para el
próximo quinquenio —el socialismo del Siglo XXI todo lo prevé y
calcula—, es posible que en el 2018 bastará un confeti para que cada
venezolano mantenga gloriosamente resplandeciente el orificio de salida.
Pero hay más. Tal vez antes de la llegada de esa fecha, Fidel Castro,
si persiste en sus ensayos genéticos, haya resuelto el problema con un
hombre nuevo que, además de parecerse al Che en sus valores morales,
nacerá con un aparato digestivo modificado para solucionar
revolucionariamente ese urticante problema. Ya lo ha advertido
jubilosamente: “con patria, pero sin ano”.
¿Por qué faltan en Venezuela el papel higiénico, el pollo, la leche,
la harina para arepas, el jabón y así hasta el 21% de los productos
habitualmente consumidos por los venezolanos?
Según el señor Maduro (no se sabe si de su propia cosecha o por
confesión de algún pajarito delator), se debe a los acaparadores y a los
canallas productores que quieren perjudicar su labor para generar la
insubordinación popular.
Según la experiencia acumulada a lo largo de un siglo, la culpa está
en otra parte: en la planificación y en la asignación artificial de los
precios.
Esto se lo advirtió inútilmente Ludwig von Mises a Lenin en 1921 en
una serie de artículos, luego reunidos en un libro, titulado Socialismo.
Los burócratas, por muy instruidos que sean, no pueden decidir
eficientemente qué, cuánto o cuándo debe y quiere consumir la sociedad.
No hay mejor mecanismo para construir la prosperidad y para abastecer
a una sociedad apropiadamente que las decisiones que toma el consumidor
soberano con su dinero, indicándoles con sus preferencias al productor y
al comerciante lo que debe ofertarle y qué precio está dispuesto a
pagar.
Por eso es absurdo decidir arbitrariamente los precios. El precio es
el lenguaje que se habla en el mundo del mercado. Mientras más variada y
copiosa sea la oferta, menores serán los precios porque la competencia
será más intensa.
Si EE.UU. es hoy una de las economías más “baratas” del planeta es
porque existen cuarenta marcas de papel higiénico que tienen que
competir en precio y calidad para conquistar las preferencias del
consumidor.
Hasta ahora, no existe manera alguna de sustituir eficazmente el
libre intercambio productor-comerciante-consumidor, expresado por medio
de los precios y la competencia.
Milton Friedman solía decir que si se pusiera al
frente del desierto del Sahara a un gobierno planificador, al cabo de
pocos años tendría que importar arena. Además del papel higiénico,
claro.
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