08 junio, 2013

EE.UU.: ¿Quién asume la responsabilidad?

por Gene Healy

Gene Healy es Vice Presidente de Cato Institute.
“¡No me miren a mi —solo soy el presidente!” Ese es el mensaje común en las reacciones del presidente Obama a los escándalos en los que se ha visto involucrada su administración; desde el acoso de los miembros del Tea Party por parte de la autoridad tributaria —el IRS— hasta el espionaje de reporteros de Associated Press (AP) por parte de su Departamento de Estado. Según su secretario de prensa Jay Carney, Obama se entera de estas cosas a través de las noticias, como todos nosotros.

El abandono de responsabilidad de Obama salió a la superficie en su reciente discurso acerca de “El futuro de nuestra lucha contra el terrorismo” en la Universidad de Defensa Nacional (NDU, por sus siglas en inglés) en Washington, D.C. En el discurso Obama parecía posicionarse como la oposición leal a su propia administración.
Se preocupó de que “la guerra perpetua…mostrará ser contraproducente, y alterará nuestro país de manera problemática”. Considere la situación actual en la Bahía de Guantánamo, dijo el ciudadano Obama, “donde estamos alimentando a la fuerza a los detenidos que están ahí en una huelga de hambre…¿Esto es lo que somos? ¿Acaso es esto algo que nuestros Padres Fundadores esperaban?” Obama dijo estar “preocupado” por la proliferación de ataques con aviones no tripulados en una guerra que no deja de expandirse y “la posibilidad de que las investigaciones de filtraciones puedan congelar al periodismo de investigación que hace que el gobierno rinda cuentas”.
Todas estas son preocupaciones válidas, expresadas de manera compasiva. Entonces, ¿cómo podemos lograr que este individuo esté en el lugar donde se toman las grandes decisiones?
Quien sea que ha estado a cargo durante los últimos cuatro años ha librado una “guerra contra los informantes” sin precedentes con un número récord de procesos legales por información filtrada. Ha expandido radicalmente los ataques con aviones no tripulados y los lugares en los cuales estos se dan —y sus principales oficiales de seguridad nacional esperan por lo menos otra década de guerra con robots. Los ataques con aviones no tripulados continuarán hasta que se levanten los ánimos.
Como Benjamin Wittes del Brookings Institution señala, Obama no necesita aprobación del congreso para “dejar de tocar los tambores de guerra. Lo puede hacer solo”. En cambio, escribe Wittes, el presidente utilizó el discurso en la NDU para “contestarle a su propia administración por adoptar las posiciones que ha adoptado —pero también para asegurarse de que continúe haciéndolo”. Por su mera y atrevida falsedad, el discurso en la NDU debería ser un escándalo por sí solo. ¿Qué hay de los escándalos domésticos que actualmente enturbian a la administración? Aunque me provoca sacar el violín más pequeño del mundo, tengo que admitir que hay algo de cierto en el lamento de David Axelrod de que como “el gobierno es tan grande”, se ha vuelto casi “imposible” de administrar. “Uno atraviesa estas [controversias]”, dijo el ex consejero de Obama en MSNBC, “debido a estas cosas que son imposibles de saber si eres presidente o si estás trabajando en la Casa Blanca, y aún así eres responsable de esto y es una situación difícil”.
Puede ser: “solo el tamaño del gobierno federal crea una paradoja de administración imposible”, dijo la profesora de derecho de la Universidad de Cornell Cynthia Farina en un artículo de 2010; con 15 departamentos a nivel del gabinete, más de 160 agencias federales con autoridad regulatoria, y alrededor de dos millones de empleados civiles en la rama ejecutiva, la idea de que un liderazgo presidencial firme puede traer “coherencia, racionalidad, y rendición de cuentas a todas las instituciones regulatorias de EE.UU. es irrealista, sino totalmente imposible”.
Así que con el escándalo del IRS, por ejemplo, podría ser que (para reformular la vieja broma de la era de Reagan) la mano izquierda no sabe lo que la mano de la izquierda más extrema está haciendo. Pero seguramente no es mucho pedir del presidente que supervise a su propio fiscal general —una de las cuatro posiciones originales a nivel de gabinete y que existe desde 1789.
Además, es demasiado escuchar quejas acerca de la inmensa burocracia federal de personas que ideológicamente están dedicadas a hacerla todavía más grande. Y es totalmente irritante escuchar al presidente quejarse, en el discurso ante la NDU, acerca de decisiones que él tomó personalmente.
La actitud de “yo soy el que decide” del presidente Bush sonaba arrogante y chirriante en ese momento, pero el abandono de responsabilidad de Obama podría hacer que lleguemos a extrañarla.

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