por Dalibor Rohac
Dalibor Rohac es analista de políticas públicas del Cato Institute.
El Impuesto sobre las Transacciones Financieras (ITF), que será adoptado en 2014 por 11 países de la eurozona ha sido severamente criticado últimamente.
Más recientemente, Sir Mervyn King, el gobernador del Banco de
Inglaterra, dijo que él no podía “encontrar a alguien en la comunidad de
la banca central que lo considere una buena idea”.
Incluso el gobierno italiano, inicialmente comprometido a adoptar un
ITF, ahora está dudándolo —particularmente porque el impuesto afectará
la comercialización secundaria de bonos del Estado.
En pleno contraste, Algirdas Šemeta, el Comisionado Europeo para
impuestos, dice que el impuesto de 0,1% sobre las transacciones de
acciones e ingresos fijos y un 0,01% sobre los derivados es una
respuesta a “las persistentes demandas de sus ciudadanos, quienes desde
hace mucho han pedido un ITF para toda Europa. El impuesto asegurará que
el sector financiero, que no tributa lo suficiente, haga una
contribución justa a la cartera pública”.
Además de generar importantes recaudaciones adicionales para los
necesitados gobiernos europeos, “debería ayudar a disuadir la
irresponsable comercialización financiera que contribuyó a la crisis en
la que nos encontramos hoy”, dijo el Sr. Šemeta.
Sin embargo, hay muy poco fundamento detrás de tales aseveraciones.
Si es implementado, un ITF no será algo bueno para los presupuestos
públicos —tampoco es probable que prevenga las crisis financieras. En
cambio, podría tener desagradables consecuencias no intencionadas,
afectando el crecimiento económico en el continente europeo y fuera de
él.
Los partidarios del impuesto argumentan que un ITF reducirá la
comercialización especulativa e irresponsable, que supuestamente estuvo
detrás de la crisis financiera de 2008 y de la crisis soberana en
Europa.
Pero incluso si uno cree que la habilidad de comercializar de manera
instantánea —prácticamente a un costo de cero— ha ayudado a esparcir el
pánico, un ITF no ayudará.
Creciente volatilidad
No hay evidencia de que un ITF moderaría la volatilidad en los mercados —y de que atenuaría los cambios bruscos de temperamento en los mercados financieros.
Un reporte reciente de Anna Pomeranets del Banco de Canadá concluyó que
ha habido casos en que un ITF condujo a un incremento en la volatilidad
—particularmente en la Bolsa de Nueva York y en el American Stock
Exchange, entre 1932 y 1981, donde los incrementos en el ITF estuvieron
asociados con un aumento de la volatilidad, mayores brechas entre los
precios de comprador y vendedor, y menores volúmenes de
comercialización.
De igual forma, la idea de que el capital no está siendo tributado lo
suficiente por los actuales regímenes tributarios está equivocada.
Si algo es cierto es que los sistemas tributarios que dependen de la
tributación del ingreso suelen tributar los ahorros más que el consumo.
Un impuesto adicional sobre las transacciones financieras desalentará
todavía más a los individuos y empresas de ahorrar e invertir. Y como el
capital financiero está entre los factores más portátiles de la
producción, espere que este efecto sea fuerte —conduciendo a menos
inversiones y por lo tanto a menos productividad y menos crecimiento en
Europa.
Que las inversiones son altamente sensibles frente a la tributación
significa que no es probable que el impuesto derive en una importante
recaudación adicional.
Como un ITF es aplicado a todas las transacciones realizadas con
determinada seguridad, su efecto es cumulativo —he allí lo engañoso
acerca de las tasas tributarias aparentemente bajas.
Pero eso significa que su aplicación cambiará con la naturaleza y
frecuencia de las transacciones financieras, conduciendo a recaudaciones
tributarias más bajas que aquellas anticipadas por sus partidarios.
El mal ejemplo de Suecia
Luego que se introdujo un ITF en Suecia en 1984, la comercialización de
bonos a largo plazo disminuyó en un 85% y prácticamente la mitad de toda
la comercialización de acciones suecas se desplazó hacia mercados no
suecos. La directiva ITF de la Unión Europea (UE) pretende remediar este problema siendo establecida como un impuesto extraterritorial.
La transferencia de cualquier título será tributada incluso si se da
fuera de la jurisdicción relevante, mientras el título sea emitido en el
país que aplica el ITF (el principio de emisión) o si el inversor está
residiendo en el país que aplica el ITF (el principio de residencia).
Tal solución, no obstante, es mucho peor que el problema que se pretende resolver.
La extraterritorialidad es legalmente contenciosa.
El Reino Unido ya ha entablado un cuestionamiento legal ante la Corte
Europea de Justicia, sobre la base de que el impuesto perjudica a países
que no están participando en su implementación.
Dejando los asuntos legales a un lado, un impuesto extraterritorial es un ataque a la competencia tributaria,
reduciendo los incentivos de los gobiernos que no están participando
del ITF para mejorar sus ambientes tributario e institucional para
atraer más flujos de capitales.
Peor aún, un ITF podría conducir a los inversores a irse de Europa e invertir y emitir títulos en jurisdicciones más amigables.
Los verdaderos perdedores en ese proceso serán los ciudadanos de los
11 países europeos que se enlistaron en esta tarea pírrica —incluyendo
las economías relativamente pobres como Eslovaquia, Eslovenia o Estonia.
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