12 junio, 2013

In God we trust, versión local

Jorge Fernández Menéndez

In God we trust, versión local
¿Qué les está pasando a muchos de nuestros políticos que no terminan de comprender que, como dice la Constitución en su artículo 40: “es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, laica, federal, compuesta de estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior; pero unidos en una Federación establecida según los principios de esta ley fundamental”? El que el Estado sea laico, o sea independiente de cualquier organización o confesión religiosa, que las funciones de la Iglesia y el propio Estado estén claramente separadas por la Constitución y las leyes, no es un capricho o un simple punto de vista.

Tampoco tiene nada que ver con profesar o no una fe religiosa, sino como una forma de afrontar nuestra historia (pletórica de cicatrices dejadas por las distintas luchas religiosas, que tuvieron tres puntos culminantes, la conquista, las leyes de reforma y la guerra cristera) y como una forma de reafirmar una separación que han impuesto todos los Estados modernos, entre la religión (que no es lo mismo que la fe) y el poder político.
Pareciera que más de cinco siglos de historia y una legislación profusa y contundente en la materia no alcanza para que se comprenda claramente esa distancia, esos dos ámbitos diferentes que son los cargos públicos y la religión. El sábado 8 de junio en Monterrey, durante un acto de culto denominado Monterrey Ora, organizado por las Alianzas de Pastores  de Monterrey, que congrega a varias organizaciones de cristianos evangélicos, fue invitada como oradora la presidenta municipal de esa ciudad, Margarita Arellanes. La funcionaria no concurrió allí a título personal, sino en su carácter de alcalde y leyó, como principal oradora, un texto que llevaba preparado: “Yo Margarita Alicia Arellanes Cervantes entrego la ciudad de Monterrey, Nuevo León, a nuestro señor Jesucristo para que su reino de paz y bendición sea establecido. Abro las puertas de este municipio como la máxima autoridad” y agregó que “fue en el nombre de Dios todo poderoso que nació nuestra ciudad, y en el nombre de Dios hemos de conservarla, defenderla y amarla, para el bien, prosperidad y desarrollo de todas las familias regiomontanas”. Más tarde, le entregó a unos niños una placa conmemorativa de esa entrega de la ciudad a Dios. Todo ante miles de personas, con una amplia cobertura informativa.
Ante las críticas, la presidenta municipal aseguró que había participado en ese acto a título personal y que no violentaba ley alguna. Algo similar ya había ocurrido con varios otros presidentes municipales y hace varias semanas con el gobernador de Chihuahua, César Duarte. El único problema es que esas participaciones, esas entregas de entidades e instituciones a Dios o a cualquier confesión religiosa, viola la Constitución. La presidenta municipal está en su pleno derecho de participar en cualquier culto religioso, pero el significado cambia cuando es invitada a participar en él en su carácter de funcionaria y cuando consagra, entrega o subordina la institución que encabeza, a esos cultos.
Hay quienes podrán pensar que está muy bien realizar esa entrega o consagración, dejar en manos de Dios una ciudad, un municipio, un estado, pero en realidad de lo que se trata, y para eso es elegido un funcionario a un cargo de elección popular, y por eso se distingue un Estado moderno de uno confesional, es que por encima de sus creencias, el funcionario debe gobernar para todos, respetando la ley y asumiendo sus responsabilidades. Pero además, estos hombres y mujeres tendrían que comprender que al envolver en un virtual exhibicionismo religioso su función pública le terminan haciendo un daño a esos dos ámbitos: al de la fe y al del ejercicio público. Dios no es el responsable de sus aciertos o errores y tampoco determina la eficacia o ineficiencia de un gobierno. Seamos más serios. Y eso involucra a todos los partidos, porque personajes de todos los hay que quieren realizar operaciones políticas escudándose en la fe.
Al margen. Alguien me ha dicho que en otros países, como en Estados Unidos, los funcionarios juran sus cargos sobre una Biblia e invocando a Dios. Es verdad, de la misma manera que en el billete de un dólar dice muy claro que los fundadores creían en Dios (In God we trust), y también que en cada billete hay múltiples referencias e imágenes masónicas que era la pertenencia que compartían Washington, Franklin, Jefferson. Es parte de su historia, de sus tradiciones y todas son muy respetables pero ¿usted recuerda a algún presidente estadunidense, incluyendo a los más conservadores de las últimas décadas, entregando su país a Dios o a cualquier orden religiosa? Eso es lo que diferencia, por ejemplo, al integrismo del Tea Party con los políticos republicanos o demócratas que saben que existe una separación entre Estado e iglesias que deben respetar.

No hay comentarios.: