La cuarta revolución industrial
El País, Madrid
Hablar de industria es volver a los principios básicos de una
economía real, que ofrece soluciones tangibles a los problemas a los que
se enfrenta la sociedad cada día. Hablar de industria es aferrarnos a
una tabla de salvación, que se ha mostrado muy fiable en medio de la
tormenta económica que vivimos. Hablar de industria es sinónimo de
innovación para conseguir hacer más por menos. Hablar de industria es,
en definitiva, hablar de calidad de vida, riqueza y desarrollo
económico.
Los datos son evidentes y refrendan, una vez más, la necesidad de
apostar por la industria. Si nos fijamos en los países que mejor han
sobrevivido a esta crisis, nos daremos cuenta de que todos ellos tienen
un importante sector secundario. De los 10 países más competitivos del
mundo, en cinco de ellos el peso del PIB industrial supera el 20%. A
nivel mundial, la industria representa el 16% del PIB, el 70% del
comercio global y origina más de las tres cuartas partes de la
investigación y desarrollo en el ámbito privado. Por ello, no es de
extrañar que los países con planes de crecimiento más ambiciosos estén
experimentando un “Renacimiento de la industria”. El objetivo de todos
ellos es conseguir una cuota industrial ligeramente por encima del 20%
del PIB.
De hecho, la importancia creciente de la industria puede atribuirse a
diversas características estabilizadoras y sostenibles. Constituye el
punto de partida de una extensa cadena de valor que abarca desde la
investigación y el desarrollo hasta servicios basados en tecnología.
Este sector se considera una garantía para el crecimiento (cada dólar
estadounidense en valor añadido bruto en la industria genera 1,4 dólares
en valor añadido bruto en otros sectores de la economía), el empleo
(por cada nuevo puesto de trabajo en la industria, se crea una media de
dos empleos en otros sectores), la competitividad (los países más
industrializados tienen una mayor cuota de mercado en exportaciones) y,
por tanto, un factor de estabilidad para la sociedad.
A pesar de todo esto, la tercerización de la economía es evidente,
como apuntan los datos del Fondo Monetario Internacional que indican que
la cifra de empleados de sectores industriales se ha reducido desde los
62 millones en 2000 a poco más de 45 millones en 2010 y alerta que de
no poner freno a esta tendencia la cifra podría llegar a menos de 40
millones en 2030.
En España, no hemos sido ajenos a esta tendencia y el peso del sector
se ha reducido desde el 34% de 1970 a poco más del 15% actual. Se trata
de una caída dramática a la que es necesario poner fin de manera
inmediata, ya que pese a su reducido tamaño se trata del principal
generador de empleo cualificado (el 85% del empleo es fijo), de I+D+i
(su inversión supone el 50%) y de comercio exterior en nuestro país. El
automóvil y la industria alimentaria son un buen ejemplo para analizar
qué se ha hecho bien para permitir a nuestro país situarse como una
referencia mundial en estos campos.
La industria se enfrenta a importantes obstáculos que lastran su
capacidad de crecimiento y su productividad. En primer lugar, cabe
destacar el precio de la energía, que es uno de los más caros de Europa.
Debemos tener en cuenta que el precio de la electricidad ha crecido en
los últimos cinco años muy por encima de la inflación, lo que supone una
importante barrera de crecimiento, máxime cuando los costes energéticos
pueden suponer hasta el 60% de los totales. En España, el sector
consume tres veces más energía que la media de la UE, por lo que urge
implantar medidas que favorezcan la eficiencia energética para
garantizar una mayor competitividad de las fábricas.
La flexibilidad del mercado es un problema añadido más al que la
reforma laboral parece que podría poner coto. En este sentido, es
necesario articular las medidas necesarias para amoldar las jornadas
laborales a los picos de trabajo y así evitar paradas innecesarias, que
no hacen más que retrasar la producción y aumentar los costes. En
Siemens, por ejemplo, durante los primeros años de la crisis, más de
19.000 empleados de nuestras fábricas en Alemania redujeron sus
jornadas.
La formación de nuestros jóvenes es otro gran hándicap. Pese a que la
calidad de los ingenieros españoles está más que contrastada es
necesario seguir fomentando el interés por la formación técnica. Así,
urge una reforma profunda del modelo de formación profesional para
adaptarlo mucho más a las necesidades de las empresas. En este sentido,
los modelos duales han mostrado su éxito, ya que unen lo mejor de las
formaciones teórica y práctica y su fuerza laboral es más acorde a las
necesidades reales del mercado. De hecho en los países en los que este
modelo está implantado desde hace años como Alemania o Austria, las
tasas de paro juvenil son mucho menores y no superan el 10%, pese a que
la tasa de universitarios es mucho menor (28% contra 38,5%). Por otro
lado, no debemos olvidar la importancia del inglés donde no salimos muy
bien parados: en España lo habla con fluidez tres veces menos gente que
en otros países más avanzados. La última propuesta del Gobierno puede
ser un paso importante en este campo.
Es importante también hacer referencia al tamaño de las empresas. Los
países más competitivos como Alemania, por ejemplo, tienen más empresas
medianas y grandes (estas dan trabajo al 60% de los empleados frente al
40% de nuestro país). Este pequeño tamaño impide la generación de
economías de escala, hace que resistan peor los shocks
cíclicos, que tengan muchas más dificultades para desarrollar procesos
exportadores y de I+D+i y dificulta el acceso a la financiación. Las
pymes españolas se enfrentan a grandes problemas para incrementar su
capital, además de que el acceso a fondos financieros sigue siendo muy
complicado y a unos precios que casi duplican el pagado por algunos de
nuestros competidores europeos. Es necesario tomar medidas para que
dejen de aumentar sus deudas y puedan aumentar su capital.
Puede que todavía no nos hayamos dado cuenta, pero en la actualidad,
estamos fabricando el futuro. La convergencia de un gran número de
nuevos materiales, software más potentes, procesos más
eficientes y una enorme cantidad de servicios basados en Internet está
cambiando la industria, tal y como la conocemos. Algunos expertos ya se
atreven a hablar de una cuarta revolución industrial debido a la
magnitud de estos avances. Ya hay tecnología que puede conseguir ahorros
de tiempos cercanos al 40% y del 30% en costes. Así, por ejemplo, la
impresión en 3D está llamada a revolucionar el mercado industrial. Su
uso ya es una realidad en la fabricación de piezas para audífonos o
partes de aviones militares.
Esta revolución tendrá consecuencias reales en nuestras vidas. En
primer lugar, afectará no solo a cómo se hacen las cosas, sino también
dónde. Los grandes ahorros de costes de estas tecnologías no harán
necesario llevar las fábricas a países lejanos, sino que obligarán a
localizarlas cerca de los clientes para responder mejor y más rápido a
sus necesidades. Según un estudio de Boston Consulting Group en áreas
como el transporte, ordenadores y maquinaria industrial, entre el 10% y
30% de lo que Estados Unidos importa de China podría hacerlo en su país,
lo que supondría un aumento de sus ingresos entre 20.000 y 55.000
millones de dólares al año.
Ahora es cuando debemos saber qué parte de la fase productiva
queremos liderar y si queremos apostar por la tecnología para industria o
dejar pasar el momento. En Siemens, aspiramos a marcar el camino y
desde 2007 hemos invertido 4.000 millones de euros en compañías
especializadas en este campo. Así, ya contamos con 17.500 ingenieros de
software, de los cuales 7.500 trabajan en el sector industria.
Por último, no debemos olvidarnos del activo más importante con el
que contamos y sin el que ninguno de estos cambios sería posible: las
personas. A pesar de la apuesta por la tecnología, seguiremos
necesitando profesionales bien cualificados para que planifiquen,
controlen y desarrollen todos los procesos. Por ello, insisto en que
debemos destinar una parte importante de la inversión a formación, para
que nuestros equipos estén preparados para afrontar las necesidades de
un mercado que cambia cada día.
Si hablar de industria es hacerlo de calidad de vida, riqueza y
desarrollo económico, ¿por qué nos empeñamos en seguir evitando el
debate?
Rosa García es presidenta de Siemens en España.
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