03 junio, 2013

La droga favorita de Vicente Fox

Víctor Beltri
Es un adicto a los reflectores, a los titulares, a las ocho columnas en los diarios. Esa es su droga favorita. 
La droga favorita de Vicente Fox
La mera mención del nombre de Vicente Fox trae, de inmediato, imágenes a la memoria. Las orejas de burro hechas con boletas electorales; las promesas de campaña y su participación en los debates donde el folclore se imponía a las ideas; Chiapas arreglado en quince minutos, los improperios a Labastida, el rencor hacia quien en sus tiempos gobernaba la Ciudad de México. Su falta de respeto a las instituciones desde el primer día, y la historia de amor que trastocó la Presidencia de la República, convirtiendo su mandato en un producto más digno de un culebrón sudamericano que de las páginas de la historia nacional. Campechano, franco, bruscote. Vacío de ideas pero pleno de ocurrencias. Experto en asir al vuelo los qués sin preocuparse de los cómos. Más gerente de mercadotecnia que estratega verdadero. Vendedor de ilusiones y proveedor de desengaños.

Quien como candidato denostó al PRI hasta el cansancio para después convertirse en uno de sus promotores, verdadero campeón de la incongruencia, ha tomado como bandera, desde hace algunos años, la legalización de la droga. La semana pasada, para no ir más lejos, estuvo presente en la conferencia de prensa de un empresario estadunidense que se propone llevar el negocio de la mariguana, y su propia marca, al nivel de Starbucks.
“México da la bienvenida a las iniciativas que buscan legalizar la mariguana”, afirmó Fox. Calificó a sus anfitriones como visionarios, y afirmó que ése es el camino a seguir. Abundó, como es su costumbre, en las verdades de Perogrullo, y dijo que el costo de la guerra contra las drogas en México se está volviendo insostenible. Pero, de nuevo, se queda en los lugares comunes sin pasar a explicar los cómos de los qués que oportunistamente aprovecha.
Y es una pena. Porque es indudable que es necesario pasar a un enfoque diferente sobre el tema de las drogas. Pero es necesario, también, hacerlo de manera razonada. Al buscar más información que dé sustento a sus gracejadas, en la página de la empresa que promueve como think tank, el Centro Fox, no se encuentra un sólo estudio que sirva para entender mejor sus declaraciones públicas. No hay resultados de investigación alguna, cifras, datos duros, nada en absoluto. La oferta académica de su centro de estudios en línea publicita cursos como los “Cinco diamantes para motivar a tu equipo de trabajo”, “Cómo convertirte en una persona exitosa”, o “Cómo ganar dos horas más al día”. Inopia, vacío intelectual. Al menos en eso hay congruencia.
La guerra en contra del crimen organizado, es verdad, no ha rendido los frutos que se esperaban. El problema de las drogas es mucho más complejo que el enfoque que se le ha dado, y debe analizarse desde una perspectiva no sólo económica o de seguridad, sino de salud pública y problemática social. La realidad es que la legalización no tendría como consecuencia inmediata la disminución de la violencia: sería ingenuo pretender que los grupos criminales se resignarían a perder los ingresos multimillonarios con que ahora cuentan, para pasarse a la economía formal. Al contrario, el crimen organizado encontraría la manera de aprovechar las estructuras que ya tienen formadas, el poder de fuego, la corrupción de las autoridades y el apoyo de algunos sectores de la población para cometer otro tipo de delitos igual de jugosos.
La legalización de las drogas, o más bien la regulación de su consumo, es un tema que debería de abrirse al debate público para prevenir, y disminuir, los efectos nocivos a la población. Es un tema de salud pública, indispensable no sólo por los costos en seguridad, sino por los perjuicios que el enfoque tradicional ha creado. Lo es, de la misma forma que la obesidad producida por el consumo excesivo de refrescos, y que compromete seriamente a los servicios de salubridad a futuro. Pero de esto, claro, no habla Fox. O al menos no lo hace todavía, porque no lo ha detectado como un tema que le pueda atraer reflectores.
Tampoco habla de la corrupción rampante que no se interesó en resolver, o de la manera en que su sexenio se perdió entre slogans baratos y chabacanerías. Y él mayor problema es que su afinidad por los titulares distrae y polariza la discusión sobre temas de importancia vital, rodeándolo del halo de superficialidad que siempre lo acompaña. Necesitamos hablar sobre las drogas, abrirnos a enfoques diferentes. Necesitamos think tanks que aporten elementos nuevos y perspectivas distintas, y no que ofrezcan cursos sobre “Cómo ser un vendedor exitoso”.
Vicente Fox es un adicto a los reflectores. A los titulares. A las ocho columnas en los diarios. Esa es su droga favorita. Su afán no es por transformar a una sociedad sedienta de líderes verdaderos, justicia e igualdad social. Su lucha no es por crear un México mejor, sino por estar en boca de todos, y pretende lograrlo aprovechándose, todavía, del megáfono que le dieron los votos que obtuvo en el 2000 y de los cuales bastantes personas se arrepienten actualmente. No nos distraigamos.

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