Internacional
El japonés Kenji Fujimoto afirma que el difunto dictador tenía un ejército de esclavas sexuales y gastaba 700.000 dólares al año en coñac
Poco, muy poco se sabía de la vida diaria de los
gobernantes de Corea del Norte, el país informativamente más cerrado del
planeta. Hasta ahora: el chef de sushi japonés Kenji Fujimoto ha
desvelado todos los secretos de Kim Jong-il, el padre del actual
dictador norcoreano Kim Jong-un, en una entrevista concedida al ganador
del premio Pulitzer Adam Johnson.
Fujimoto —pseudónimo—, relata en la entrevista (publicada en la revista GQ)
que permaneció durante doce años junto al dirigente norcoreano, con el
que llegó a trabar algo parecido a una amistad (pese a que intentó asesinarle en al menos una ocasion, al sospechar que le había traicionado).
Gracias a su posición privilegiada, a la que accedió tras
haber conocido a Kim Jong-il durante un primer viaje al país asiático en
1981 en el que el dictador, fallecido en 2011, se encaprichó de él, el
cocinero fue testigo de los desmanes de la casta dirigente del país
entre 1988 y 1999. Durante ese período al menos dos millones de norcoreanos murieron de hambre.
Kim Jong-il vio en el un excelente confidente, ya que no
conocía ni el idioma ni las complejas tramas políticas del país
asiático. Además, compartía en gran medida los extravagantes gustos del
dictador. Así, Fujimoto acompañó al hijo de Kim Il-Sung en numerosas
juergas, que llegaban a durar varios días, y también mientras veía su
extensísima colección de cine
norteamericano —llegó a atesorar más de 30.000 películas—, además de
servirle como chico de los recados —volaba por todo el mundo para
satisfacer sus deseos culinarios más extravagantes, y como cuidador de
sus hijos, Kim Jong-chul y Kim Jong-un, el actual caudillo norcoreano.
A Pekín por una hamburguesa
El chef se encargaba de la alimentación de Kim Jong-il, lo
cual incluía frecuentes viajes por todo el mundo para abastecer su
despensa de los productos más caros y selectos. Como parte de su
trabajo, Fujimoto se desplazaba a Irán a comprar caviar, a Tokio para
adquirir pescado o a Dinamarca para aprovisionarse de cerveza. También
viajó a Francia en numerosas ocasiones para reponer la muy frecuentada
bodega del dictador: según él, gastaba 700.000 dólares anuales en coñac.
Sin embargo, el viaje más disparatado fue cuando al
caudillo norcoreano, paradójicamente amante de los productos
norteamericanos, se le antojó una hamburguesa de Mc Donald's: el régimen fletó un avión de Air Koryo, la aerolínea oficial del país —y la peor del mundo, según los ránkings internacionales— únicamente para trasladarle a un restaurante de comida rápida de Pekín.
Además, sus manías culinarias llegaban hasta el extremo de
exigir que el arroz que comía fuera inspeccionado, grano a grano, por un
equipo de 200 personas para evitar ser envenenado y que se filtrara
algún grano defectuoso. El cereal debía ser cocinado con madera traída
expresamente del monte Paektu, una de las montañas sagradas de Corea del
Norte.
Un ejército de jovencitas para satisfacerle
Según el testimonio de Fujimoto, Kim Jong-il mantenía una
animada vida sexual... a costa de decenas de esclavas sexuales a las que
forzaba. Durante el primer viaje del cocinero al norte de la península
coreana, en 1981, los guardaespaldas del líder coreano se dedicaban a
secuestrarlas en países como Tailandia o China.
Sin embargo, esta práctica era arriesgada y desataba las
iras de la diplomacia de los países afectados, así que en 1988 el
caudillo norcoreano creó un cuerpo especial de jovencitas de menores de dieciséis años
a las que adiestraban para satisfacerle: las kippumjo o «Joy division»
(División de la diversión). Las kippumjo eran enviadas a Taiwan o Hong
Kong para recibir cursos especiales sobre masajismo y nadie, salvo el
propio Kim Jong-il, podía tocarlas.
Borracheras de órdago
Además, el líder norcoreano celebraba continuas fiestas en
las que el alcohol, procedente de la bien surtida bodega que tenía en un
búnker de Pyongiang —donde guardaba más de cien mil botellas— fluía a
raudales mientras los invitados jugaban al bacará, un juego de cartas
similar al black jack.
En ellas los desmadres eran frecuentes: al dictador le
gustaba practicar peligrosos juegos con armas de fuego, además de
afeitar la cabeza de sus invitados cuando se emborrachaban. En la boda
de Fujimoto con una famosa cantante norcoreana —a la que Kim Jong-il
obligó a casarse con él—, el líder norcoreano aprovechó la borrachera
del cocinero para raparle los testículos, a modo de particular regalo nupcial.
Pasión por el cine norteamericano
Kim Jong-il era un auténtico enamorado del cine
estadounidense. Según Fujimoto tenía una colección de más de 30.000
películas de Hollywood, de las cuales sus favoritas eran las
protagonizadas por Arnold Schwarzenegger, las cuales solía ver con
Fujimoto.
«Protegedme como los del Servicio Secreto en las películas», exigió
Además, el dictador era seguidor habitual de los programas de cocina.
Su favorito era «Iron Chef», y cada vez que Fujimoto viajaba a Japón,
le traía los últimos capítulos en VHS, que después comentaba con él.
Nombre impronunciable
Cuando llegó por primera vez a Corea del Norte, en 1981,
Fujimoto cuenta que tardó días en saber que estaba trabajando para el
líder norcoreano «porque nadie se atrevía a pronunciar su nombre». Según
él, todos le llamaban «Jang-gun-nim», que significa «querido general».
El sumo respeto con el que todos trataban al dictador era
una constante, hasta el punto de que nadie osaba llevarle la contraria.
El propio Fujimoto cree que, en parte, el haberle caído en gracia a Kim
Jong-il se debe a que en una ocasión, al poco de conocerle, osó rechazar
un sobre repleto de dólares norteamericanos que éste le tendió. «El
traductor me dijo que estaba loco», explica.
Piscina de oro
Otra de las extravagancias del general fue ordenar la
construcción de una piscina olímpica subterránea a prueba de misiles en
la ciudad de Wonsan, la segunda más importante del país, situada en el
sureste. En el fondo de la piscina King Jong-il ordenó dibujar su efigie
con teselas de oro. Además, para evitar cansarse al nadar, el dictador
ordenó a sus ingenieros que le construyeran una lancha motorizada.
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