06 junio, 2013

Opinión: Virtud y pobreza – por Armando Ribas

“Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”
No voy a dudar de las buenas intenciones del Papa Francisco en su última alocución durante la misa en la capilla de su residencia en Santa Marta. En esa oportunidad dijo: “Para seguir a Jesús hay que despojarse de la cultura del bienestar y de la fascinación por lo provisional… Las riquezas son un impedimento en el camino hacia el reino de Dios”. Ahora bien; creo que la buena fe no impide las contradicciones. Todas sus anteriores palabras estaban dirigidas a supuestamente eliminar la pobreza, y ahora resulta que según sus palabras en ella se encuentra el camino al cielo. Tanto así que hizo la crítica a los gobiernos por preocuparse por los bancos y no por los pobres. A estas alturas ya debiéramos saber que la existencia de los pobres no depende del egoísmo de algunos, sino de la improductividad de todos.

Si el camino al cielo está determinado por la pobreza, el Papa tendría que preocuparse más por los ricos que por los pobres, pues éstos tendrían el cielo asegurado. Pero me pregunto ¿si alcanzar el Cielo es producto del mérito por el comportamiento en la Tierra cual es el mérito implícito de los pobres? En ese sentido permítanme recordar las palabras de Von Hayek en su Camino de Servidumbre: “Fuera de la esfera de la responsabilidad individual no existe ni la bondad ni la maldad… Solamente cuando nosotros somos responsables de nuestro propio interés, y tenemos la libertad de sacrificarlo, tiene nuestra decisión un valor moral”.
En su alocución el Papa parece recordar como presupuesto primordial del acceso al Cielo la parábola del Ojo de la Aguja. Yo me voy a permitir rescatar otros elementos que considero fundamentales del Evangelio que reflejan los principios del sistema que diera lugar a la libertad y a la creación de riqueza por primera vez en la historia, y que Marx denominara capitalismo, para descalificarlo éticamente como la explotación del hombre por el hombre. El primero de ellos fue la separación del Estado de la Iglesia; seguidamente considero la aceptación de la falibilidad del hombre: “El justo peca siete veces” y correspondientemente “el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra”. O sea, que ya en el medio de la pobreza circundante de la época, los pobres también pecaban.
Otro aspecto significativo al respecto de la responsabilidad individual se encuentra reconocido en la parábola de los talentos, así como la propiedad y el cumplimiento de los contratos en la parábola de la Hora Nona. Podría recordar que mucho más tarde David Hume reconoció que la estabilidad de la sociedad dependía de la seguridad en la posesión y el cumplimiento de las promesas (sic). Creo que la validez de las anteriores palabras del Evangelio es indubitable. Por tanto si la reciente aseveración del Papa representara la realidad, me atrevería a sostener que hace algunos doscientos años la población mundial habría alcanzado el Cielo.
Como bien lo describe William Bernstein en su “El Nacimiento de la Abundancia” en los primeros 1500 años después de Cristo el producto per cápita no habría variado sustancialmente. Fue solo a partir del XVII, y diría que como consecuencia de la Glorious Revolution que tuviera lugar en Inglaterra en 1688 y se reconocieran los principios citados del evangelio y se produjera la Revolución Industrial, que comenzó la creación de riqueza en el mundo. O más bien en ese mundo Occidental que aceptara el sistema. Fundamentalmente los Estados Unidos.
Fue el propio Marx quien reconociera el inicio de la creación de riqueza, y en el Manifiesto Comunista de 1848 escribió: “La burguesía durante su reinado de escasos cien años, ha creado más masivas y más colosales fuerzas productivas, que todas las generaciones que le precedieron en conjunto”. No obstante haber tomado conciencia de ese hecho histórico incontrovertible, me pregunto ¿como le fue posible ignorar y aun descalificar los principios en que se sustentara ese fenómeno de la historia? De sus palabras todo parece indicar que consideraba que esa riqueza había caído del cielo, y tanto así que escribió: “La moderna sociedad burguesa con sus relaciones de producción y de intercambio, es como un brujo que ya no es capaz de controlar los poderes del sub mundo que ha llamado por sus encantos”.
Creo que el que no fue capaz de comprender la razón de ser de la creación de riqueza fue precisamente Marx. Y la historia ha demostrado que todo ese mundo que ha aceptado las premisas marxistas conforme a las cuales se pasaría de “cada cual de acuerdo a sus habilidades, a cada cual de acuerdo a sus necesidades” lo único que ha producido son más necesidades y algunos casos más tristes la falta de libertad. No obstante predijo el nirvana del comunismo, donde desaparecida la propiedad privada por obra de la dictadura del proletariado, el estado se marchitaría. Y tal como sostiene en la filosofía alemana, desaparecería la división del trabajo y la sociedad encargada de la creación de riqueza permitiría que cada cual en la mañana pudiera pescar, en la tarde arrear ganado y en la noche dar conferencias (sic).
No fue otro que Eduard Bernstein quien en su “Las Precondiciones del Socialismo” contradijo a Marx en lo que se refería a la necesidad de la Revolución para alcanzar el socialismo. Después de confundir los dos sistemas políticos más antagónicos que ha creado la historia, y proponer que el socialismo era una etapa superior del liberalismo, propuso que al socialismo se podía llegar democráticamente y lamentablemente tuvo razón. Ahí tenemos el estado de malestar en Europa y el Socialismo del siglo XXI en América Latina. Y digo lamentablemente pues no obstante la evidencia del fracaso del socialismo todo parece indicar que la demagogia vigente impide toda posibilidad de evitarlo. Y ni que decir del socialismo stalinista cuyo fracaso se evidenció con la caída del muro de Berlín, pero no obstante persiste el muro del Malecón del que nadie parece preocuparse.
Como dije, la historia ha mostrado cómo el socialismo, incapaz de satisfacer las necesidades, las crea. Podría concluir entonces que a fin de lograr la supuesta virtud de los pobres, el socialismo es el camino indicado. Y tengamos en cuenta que no solo no genera riqueza, sino que la que queda se la apropian de diversas maneras los que la reparten. Y valga la redundancia pero el socialismo tiende al totalitarismo y definitivamente fue el origen filosófico del fascismo y del nazismo.
En fin, todo mi discurso anterior respecto a las aparentes contradicciones de Francisco I, no disminuye mi respeto por sus intenciones. Es así que igualmente valoro que haya recibido a la jefa de las Damas de Blanco que reclaman la libertad y los derechos para los cubanos, y no visitado a Fidel Castro como sus dos antecesores. Igualmente su intención de reconocer la libertad religiosa. Demás está decir que el Papa enfrenta una difícil situación en el Vaticano, donde todo parece indicar que prevalece la corrupción y el se ha arriesgado a contradecirla y parece pretender cerrar el banco del Vaticano, que pareciera ha venido a sustituir al Banco Ambrosiano. Asimismo enfrenta la problemática presente de la Iglesia ante la evidencia de la pedofilia recurrente. Dios quiera que tenga éxito en sus propósitos de saneamiento del Vaticano y que no le cueste la vida como le fue a su antecesor Juan Pablo I. Por último pero no menos importante y dado la aparente vigencia de su papado en el orden político, que comprenda su contradicción y ayude a los países a salir de la pobreza reconociendo las virtudes del evangelio señaladas anteriormente y recordando las palabras de León XIII en la encíclica Rerum Novarum: “En la sociedad civil no pueden ser todos iguales, los altos y los bajos. Afánanse, en verdad los socialistas; pero vano es ese afán y contra la naturaleza misma de las cosas. Porque ha puesto en los hombres la naturaleza misma grandísismas y muchísimas desigualdades. No son iguales los talentos de todos, ni igual el ingenio, ni la salud ni la fuerza; y la necesaria desigualdad de esas cosas sigue espontáneamente la desigualdad en la fortuna. La cual es por cierto conveniente a la utilidad, así de los particulares como de la comunidad”.

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